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Las voces que apuntalan al poder en la Cuba de hoy: ¿Por qué no piensan? ¿Qué les ha conducido a ignorar las más sencillas evidencias del mundo actual?

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Un ambiente de proscripciones les es tan habitual como lavarse la boca, aunque en este último hábito les sea difícil encontrar el enjuague bucal capaz de eliminar la obediencia al cacique que sólo quiso —y gracias a su genial astucia obtuvo— ser cacique. Y desde luego: no es que el catolicismo u otra religión sean culpables, es que el espíritu religioso es mucho más dúctil, más propenso a creer en mesías terrenales y en paraísos en la otra esquina. El fervor ya lo aprendieron, sólo necesitaron cambiarlo de altar.

Un nuevo catecismo que rebautizan como adoctrinamiento ideológico. Un irracionalismo que proclama ser el más perfecto racionalismo, al punto de cerrar la filosofía, la sabiduría... A veces dan risa los malabares dialécticos con que tratan de justificar sus trasvases de la religión a la política, si las consecuencias morales no fueran patológicas, de un histerismo que Freud de inmediato recetaría la reclusión en un sanatorio a lo Ezra Pound.

De 'el arte por el arte' al 'compromiso'

Tal vez, cuando termine el infierno, a alguien se le ocurra que debe hacerse lo mismo con los más sectarios: declararlos psicológicamente incapacitados, confinarlos en el hospital de dementes de Santiago de las Vegas, como hicieron con Pound en Washington para no juzgarlo como traidor. Yo, sin embargo, me opondría.

Quizás recordando a tantos disidentes que allí fueron internados porque sólo a unos locos se les ocurriría dejar de idolatrar al Comandante en Jefe. Quizás porque donde mejor pagarían su delito es oyendo a la gente hablar en voz alta contra el gobierno de transición, criticar sin miedo y hasta refundar un Partido Comunista de Cuba.

Las voces entregadas al Poder tienen, además, otra razón de ser: el tópico con que los intelectuales abandonaron la noción de "el arte por el arte" y asumieron el "compromiso". Es decir —en palabras de Raymond Aron contra Jean-Paul Sartre— el resultado previsible de un ideal romántico de compromiso. Lilla recuerda la "impía apología del estalinismo que Sartre realizó en el decenio posterior a la Segunda Guerra Mundial".

Aron en El opio de los intelectuales tilda al escritor de incompetente e ingenuo al enfrentarse a problemas políticos reales. La pregunta clave, por supuesto, es si ese compromiso se produce con el liberalismo o el despotismo, con las reglas de la representación democrática o el centralismo unipartidista.

En el caso cubano de las voces aún adictas al prontuario caciquista, es obvio que se trata de una asimilación del compromiso como pérdida de la independencia individual, donde razones históricas —como la apenas participación de los intelectuales contra la dictadura de Batista (1953-8)— les creó el complejo religioso del "pecado original". De apolíticos a fanáticos, pudiera titularse la tragedia, aunque no explique del todo la afección por ser dirigidos, por delegar responsabilidades, por contar con un papá.

La conexión entre la tiranía del pensamiento y la de la vida política —argumento que redondea la explicación— aparece ya en La República de Platón. Tal vez "almas despóticas" hayan existido desde siempre. "Estos hombres se consideran a sí mismos mentes independientes, cuando en realidad se dejan llevar como borregos por sus demonios interiores y por su sed de aprobación por parte de la voluble opinión pública" —comenta Lilla, al seguir a Sócrates, al filósofo que comprendió muy bien cuánto debía luchar contra sus propias inclinaciones tiránicas.

Los jóvenes, otra realidad

Los cubanos que se han dejado ilusionar por la seducción de Siracusa parece que no han leído La República, o no quieren recordar que Sócrates logró vencerla. Ahora se unen a los venezolanos que ven en su demagogo cacique al Dionisio siciliano, mientras algunos intelectuales europeos como José Saramago siguen fieles a su "impulso hacia la dominación". La lícita avidez por la verdad se les ha convertido en su propio veneno, al sentirse felices de encontrarla y quitarse esa preocupación de la cabeza. Es vergonzoso que hayan dejado de pensar y contribuyan a que nuevos Dionisios sobrevivan o emerjan.

Para suerte de mi país la irresponsabilidad de estas voces, víctimas de sí mismos y de los trucos del Poder, se ha apagado entre los jóvenes. La pertinaz realidad cotidiana —la saturación de un mismo discurso— les ha sido suficiente antídoto para liberarse de líneas de pensamiento que corresponden a las ideologías del pasado siglo. Por lo menos no asoma ningún intelectual con nombre y apellido —acreditado por sus textos y menor de cuarenta años— en la incoherente "batalla de ideas", con la que el gobierno pretende revivir astutamente las viejas pasiones de los años sesenta, el cadáver guevarista y la ilusión "revolucionaria" (sic).

La hiel ha sido mucha, demasiada. Tanta que el problema ahora no es razonar ante la posible erupción de voces filotiránicas entre los jóvenes, sino convencerlos de que el compromiso con la democracia aún es factible, que la voz del escritor puede favorecer la pluralidad.

* Versión del texto leído en el Congreso Internacional "El derecho a la palabra", en la mesa redonda "El escritor, ¿voz de los otros?". Ciudad de México, 6 al 9 de noviembre de 2006.


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Abel Prieto, ministro de Cultura, y Fidel Castro, en una imagen de archivo. (AP)Foto

Abel Prieto, ministro de Cultura, y Fidel Castro, en una imagen de archivo. (AP)

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