Muere en México a los 53 años el pintor cubano Ernesto Lozano
Muy reconocido en los espacios plásticos del país azteca, expuso en prestigiosas galerías de Veracruz, Puebla, Chapingo, Guanajuato, Quintana Roo y sobre todo del Distrito Federal
El artista plástico cubano-mexicano Ernesto Lozano Rivero ingresó al Hospital General de México el pasado viernes 16 de marzo debido a una insuficiencia respiratoria. En la sala de terapias medias sufrió dos infartos: el primero lo sobrepasó; el segundo fue fatal: a las 5 de la mañana del miércoles 21 de marzo falleció. Muy reconocido en los espacios plásticos del país azteca, expuso en prestigiosas galerías de Veracruz, Puebla, Chapingo, Guanajuato, Quintana Roo y sobre todo del DF. Lisboa, la capital de Portugal, lo recibió en 2006 con su carismática exposición de 20 cuadros: San Sebastian Profano. Su obra plástica tuvo una calurosa acogida de la crítica especializada en la ciudad francesa de Toulouse en 2007. “El pop art del cubano Lozano recrea el espíritu de Warhol en un cruce donde los mitos populares cubanos y mexicanos se pronuncian en luces de fiesta y esplendor”, destacó el crítico belga Maurice Belagrant.
Ernesto Lozano Rivero nació en una barriada de Holguín, Cuba, el 24 de febrero de 1959. Estudió Literatura y se formó, de manera autodidacta, como uno de los más representativos artistas plásticos cubanos de la tendencia Pop Art. Llegó a México en los 90 y estableció una galería donde impartía seminarios y talleres de plástica. “De muchacho imitaba los carteles del cine cubano, no olvido mi entusiasmo cuando me salió ‘igualito’ el poster de Besos Robados de René Azcuy. El descubrimiento de la obra de Raúl Martínez fue determinante en mi vida; cuando pude contemplar de cerca a Warhol supe que mi destino era el pop art”, declaró Lozano en 1997 cuando recibió el Premio Nacional de Diseño Gráfico de México.
“Ernesto fue un pintor muy ligado a la comunidad artística mexicana. Desarrolló su trabajo como periodista pero también fue promotor de jóvenes pintores; montó varias exposiciones con un sentido muy singular del espacio, que lo convirtieron en un curador muy solicitado”, comentó para CUBAENCUENTRO, Alfredo Matus, director de la influyente galería de arte mexicano José María Velasco.
Ernesto Lozano Rivero caminó por las coloraciones, entró en las frondas del almagre y detuvo el prisma: mordisquear los azares para ser transeúnte de los riesgos y vivir en los columpios atribulados del placer. Ernesto pintaba semblantes, torsos, sonrisas, albores y estaciones. Le encantaba configurar párpados somnolientos y predecir imágenes en la penumbra. Un día transitaba por las sílabas de las gradaciones; cualquier tarde lo podíamos encontrar inmerso en el misterio del azul; los domingos coloreaba el arcoíris con verdemar de la añoranza festiva que lo acosaba. Salía con su cámara bajo el brazo y se robaba el grisáceo iris de las columnas de los templos del centro de la ciudad. Su lente inquisidor atrapaba los marrones y los glaucos. Lo veíamos en medio de la noche en los triángulos de la luz, anhelando los brillos. Sobresalía en las rondas, averiguando los matices del fulgor. Le gustaba el jade de las tinieblas y desdeñaba la orcina terrosa y mustia de la sombra. La vida como una fiesta pop de tonos infinitos. Ernesto Lozano Rivero, convidado del color: la última vez, antes de entrar al hospital, un jubón plurivalente de carbones le colgaba de los ojos: el espectro de los muelles de la vida le relumbraba en las hebras de su pupila deseosa.
Sus restos fueron cremados: en cumplimiento de sus deseos serán enviados a su natal Holguín. “Quiero confundirme con el polvo de las calles de mi pueblito. Ojalá y mis cenizas sean el plasma de un cuadro de un joven pintor holguinero”, decía frecuentemente.
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