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Juegos Panamericanos, Deserciones, Medallas

Descalabro panamericano político, no deportivo

El autismo del régimen se mantiene inconmovible

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No creo que, deportivamente hablando, los resultados de la delegación cubana a los Juegos Panamericanos de Toronto 2015 hayan sido tan funestos como algunos insisten.

Se lograron menos medallas de oro que en las diez ediciones panamericanas anteriores entre México 1975 y Guadalajara 2011, y quedaron sin premios deportes en los que se reinaba anteriormente, pero si se compara el verdadero potencial económico-social de Cuba con todas las naciones de continente, incluso el cuarto lugar en Toronto podría estar sobredimensionado con relación a países con más posibilidades económicas, como Argentina, México o Colombia. Las aguas, simplemente, comienzan a tomar su verdadero nivel.

El verdadero descalabro no correspondió a los atletas cubanos, independientemente de que sus resultados no hayan sido los mejores, sino a las autoridades deportivas del régimen, declarando prepotentemente que aspiraban al segundo lugar continental. Con expectativas irreales, sea el segundo lugar en los Panamericanos de Toronto o diez millones de toneladas de azúcar en una zafra, los resultados son similares: fracaso, frustración, y escandaloso ridículo de los promotores de consignas.

Aspirar al segundo lugar en Toronto era absurdo, como si Canadá no tuviera mejores oportunidades, no solamente por su condición de anfitrión, sino por la profunda, esmerada y continuada preparación para éxitos deportivos que ha hecho durante los últimos diez o doce años. Y como si Brasil no estuviera entre las ocho primeras economías mundiales, no fuera el quinto país del mundo en extensión territorial, y no tuviera más de doscientos millones de habitantes. Afortunadamente para el régimen, la corrupción en los gobiernos y autoridades deportivas de México, Argentina y Colombia, no permite a esos países mayores logros deportivos.

Por otra parte, la absurda política de condenar el profesionalismo en el deporte, aunque en la Isla se practique disfrazado y pagando salarios de miseria, le resta deportistas a Cuba antes de cada competencia en el extranjero y durante las mismas. Y por la supuesta pureza revolucionaria del país, cubanos que residan o compitan en el extranjero no pueden representar a su país en estas citas. En tono insultante la prensa oficialista, los mandamases, y algunos periodistas deportivos exiliados, les llaman “desertores”.

Ni siquiera a un campeón olímpico y mundial como Dayron Robles, residente en Cuba, astro de los 110 metros con vallas, que fue a entrenar a Europa porque en la Isla no había condiciones para hacerlo decentemente, se le permite competir por su país. El exrecordista olímpico y mundial Alberto Juantorena, devenido miserable esbirro deportivo del régimen, se encarga continuamente de crucificarlo para defender la supuesta castidad del deporte “revolucionario”, que parece ser el que practican hombres nuevos como el yatista mediterráneo, golfista y pescador de agujas “Tony” Castro, hijo de quién tu sabes.

La guinda del pastel estuvo a cargo del máximo burócrata deportivo del régimen cuando respondió a periodistas extranjeros sobre los malos resultados de la delegación cubana: “Nuestra delegación, que carece de talentos comprados o nacionalizados en función de las medallas, ha enfrentado cada jornada con el espíritu de lucha que caracteriza al deporte cubano”. Además de mediocre, cursi. EEUU y Canadá, grandes vencedores de estos Juegos, no “compran” o nacionalizan personas “en función de las medallas”, sino sistemáticamente admiten inmigrantes por una consecuente política que reconoce que la inmigración y la igualdad de oportunidades en condiciones de libertad logran lo mejor de cada ser humano y contribuyen al desarrollo del país en cada aspecto de la vida, no solamente en el deporte.

El único deportista extranjero que yo recuerdo que después de 1959 decidió quedarse a vivir en Cuba en vez de en su natal España fue el ajedrecista Francisco J Pérez durante los años sesenta del siglo pasado. No aseguro que fuera el único, pero no recuerdo otro. Cuba no tiene talentos “nacionalizados” o “comprados”, porque a pocos deportistas extranjeros les atrae vivir en el paraíso castrista, y si alguno estuviera dispuesto a que lo “compraran” aprendería muy pronto que el régimen no paga decorosamente ni a sus propios campeones.

Algunos comentaristas oficialistas cubanos cargaron las tintas contra reales o supuestos favoritismos de los jueces con el país anfitrión. Lo mismo hacían comentaristas mexicanos en EEUU, por iniciativa propia, pero los del régimen, naturalmente, siguiendo instrucciones.

Finalmente, el gran bochorno para la dictadura: alrededor de 28 cubanos decidieron no regresar al paraíso, que en números redondos representaría el 7,5 % de los atletas asistentes. Significativamente, ningún deportista o entrenador de ninguna delegación —con excepción de los cubanos— solicitó refugio o escapó durante los juegos.

Y así continuará siendo mientras el régimen no acepte que los deportistas son seres humanos dispuestos a dar lo mejor de ellos en las competencias cuando sus gobernantes y su país reconocen que no son ni esclavos ni mercancías de propaganda política, sino seres humanos con su corazón en medio del pecho, que no pertenece a comandantes, generales o burócratas, sino al país que los vio nacer, y por el que desean hacer lo mejor en cada competencia para alegría de ellos mismos y sus compatriotas, no para dar glorias a un gobierno retrógrado o a un partido miserable.

Cuba somos todos los cubanos, no solamente sus verdugos y esclavistas.


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