Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Sin entrar por el aro

Una suerte de pariente pobre en el mundillo deportivo cubano: No acaba de alzar vuelo.

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Hace sólo unos días, mientras la gran familia del baloncesto universal pone sus ojos en los torneos clasificatorios con vistas al Campeonato Mundial del año próximo en Japón, los basketbolistas cubanos se fatigaban —aún lo hacen— en un torneo de muy escaso nivel técnico denominado Liga Nacional de Ascenso, sólo para varones.

Este certamen intenta, entre otros objetivos, contribuir a extender la práctica de este dinámico deporte en el país, como antecedente de la más elitista Liga Superior, prevista para desarrollarse meses más tarde con sólo cuatro equipos. Ahora toman parte quintetos de todas las provincias del país, en un "vengan todos" que resulta muy revelador del pobre desempeño general de atletas y entrenadores, así como de la desatención palmaria por parte de las instancias estatales.

Lo primero quizás no sorprenda a nadie si tomamos en cuenta el desánimo y la falta de motivaciones que desde hace muchos años cunde en las filas de esta disciplina. En medio de tantas penurias, apenas han quedado opciones de juego foráneo, ni siquiera para los mejores. Una vía para salir es esperar a convertirse en entrenadores y viajar a prestar ayuda técnica donde diga el Comandante. Ello ha incidido negativamente en el surgimiento de nuevas figuras.

Cuba exhibe una ya muy prolongada ausencia en los principales torneos organizados por la Federación Internacional de Baloncesto y, tal como están las cosas, no parece que tal situación cambie. Para colmo, hace algunos años, varios jugadores de la selección nacional —incluyendo el mejor jugador de los últimos tiempos, el villaclareño Lázaro Borrell—, decidieron quedarse en el extranjero.

La paradoja

Sin embargo, lo de la desatención estatal sí es llamativo. El deporte es una perla mediática para el régimen, casi a la altura de lo que significan la salud y la educación, y le destinan cuantiosos recursos. Las autoridades han tratado de mantener el alto rendimiento en un buen número de disciplinas, como parte de una estrategia que hace descansar sobre los empobrecidos hombros de la población cubana los colosales gastos de un ideal deportivo de primer mundo.

El baloncesto masculino, a la par de otros juegos de equipo, como el fútbol, es una suerte de pariente pobre en el mundillo deportivo cubano. No acaba de alzar vuelo. No puede. Cuando han asistido a muy discretos torneos del área caribeña o centroamericana, sus resultados han sido igualmente pobres y han dejado para la nostalgia aquellas buenas actuaciones de los años setenta. Cómo olvidar la hazaña de la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Munich en 1972, con Pedro Chappé, Ruperto Herrera, Alejandro Urgellés y Tomás Herrera.

A principios de la pasada década de los noventa, este deporte pareció despegar otra vez. Los juegos de la Liga Superior se realizaban a sala repleta, como si de una fiesta para emular con el béisbol se tratara. En cualquier esquina o parque un improvisado aro —a veces hecho de tubos de acero o sacado de barriles o llantas de bicicleta— se alzaba para colar pelotas de goma, sacadas quién sabe de dónde. Incluso llegaron a transmitirse partidos de la NBA, la mejor liga del mundo, por la televisión nacional.

Todo eso acabó. Y su término le puso un lógico punto final a las esperanzas que todavía albergan sus miles de seguidores de ver un quinteto nacional en la vanguardia universal, junto al béisbol, el voleibol, el judo y el boxeo. Ellos, al igual que los jugadores —lamentablemente fichas de un status en el que son utilizados como convenga— están a la espera de tiempos mejores.