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La Habana

Creer o no creer

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No creemos, pero no nos ponemos colorados a la hora de fingir que creemos. Y no es sólo por miedo, como suele decirse, sino también debido al encharcamiento mental, al estado de catalepsia que nos provocó haber creído y dejado de creer en las mismas increíbles promesas, planes y convocatorias durante tanto tiempo.

Ya que dejamos de creer en lo que creímos pero no para creer en otra cosa, y como de momento nos conviene hacer creer que seguimos creyendo, entonces aquellos en los que creímos tampoco se ponen colorados para entrar en el juego, en tanto les conviene igualmente creer o hacer creer que aún creemos.

Las musarañas de una mente enferma

Por supuesto que estos tejes manejes sobre nuestras dificultades con la credibilidad se limitan al ámbito de la política. Hay cuestiones más serias, lindas y creíbles en las que nunca dejaremos de creer. Incluso, está la religión. Aunque quizás eso que llaman "el renacimiento de la fe religiosa en Cuba", ha tenido lugar no tanto por una apurada demanda de nuestros espíritus como por una cierta compulsión del raciocinio, que pedía a gritos remedios de consuelo.

En fin, esto es algo cuya ventilación también preferimos dejar para los entusiastas del tema. Será suficiente con adelantar que con Dios nos va mucho mejor que con el régimen. Dios, al menos el dios particular de cada credo, o iglesia, o secta, no permite elecciones pluripartidistas, pero tampoco exige a palo y pedrada que creamos en él.

En cualquier caso, insisto, lo que más apura ahora es el limbo en que nos mantiene sumergido nuestro descreimiento en materia política. ¿Y cómo hallar una salida si los mismos en los que no creemos son los que nos prohíben creer en otros, si ni siquiera permiten que conozcamos la existencia de planes, promesas y convocatorias mínimamente alternativos a aquellos en los que no creemos?

"No te vamos a decir cree, sino ven y toma lo que te pertenece", nos habían anunciado desde el pasado siglo. Y al final resulta que nos lo quitaron todo y que para colmo nos obligan a creer, como si fueran verdades de a libra, en las musarañas de una mente enferma.

Son algunos de los detalles que tal vez sirvan para explicar (ya que no justificar) por qué vivimos tan a la veleta y, por lo mismo, tan negligentemente abúlicos. Al punto que hasta personas muy bien informadas y sensibilizadas con nuestros asuntos (que también son suyos), han llegado a pensar que todavía hay varios millones de cubanos que respaldan el castrismo.

La verdad es que no se puede creer en todo lo que vemos, o creemos ver, y menos desde lejos.

Si hoy por hoy nos mata el descreimiento, es precisamente porque hasta nosotros, que no vemos ya ni en quién creer, hemos sido capaces de ver como algo anómalo que una misma persona nos gobierne durante medio siglo.

Pero ocurre que el animal dentro del cual vivimos nos comió el cerebro, la conciencia y la capacidad de movimientos. Políticamente, hoy somos como un paciente de Alzheimer que empezara a responder, muy despacio, a cierto milagroso proceso de restablecimiento. Es como si naciéramos de nuevo, pero con mentes de bebé en cuerpos maltrechos y encallecidos por la dura faena. No obstante, creceremos.

Ver para creer. Así es que se ruega un poco de paciencia, por favor, sólo un poquito más.


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