Actualizado: 09/05/2024 0:28
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«El peor mojito de mi vida»

La Bodeguita del Medio, un nicho frecuentado por celebridades mundiales del siglo XX, no escapa a la desidia imperante en Cuba.

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La lista de calamidades no terminó con el infeliz mojito. Prosiguió con unos fríos frijoles negros que tuvieron que ser calentados tres veces por una mesera y dos más por el jefe de turno que amablemente quisieron complacer al cliente, ya centro de la atención de los comensales luego de declamar en voz alta un poema dedicado a un torcerdor cubano asesinado en Moscú por unos gamberros en la década de los ochenta.

El incidente quedó celosamente oculto por los gobiernos respectivos. Entonces las relaciones gozaban de "una eterna e indestructible amistad" y estaban libres de desagradables episodios.

Luego de sudar a mares, el final no fue mejor. "No había café, ni té, así que pedimos la cuenta que, naturalmente, pagaría el invitado. Los precios sí que eran los de La Bodeguita del Medio de fama mundial", hacen notar los autores de la crónica. De los dieciséis platos que oferta el restaurante, el emblemático —masas de cerdo con ración de arroz blanco, frijoles negros y tostones o papas fritas— cuesta 12 pesos convertibles, que a la tasa de cambio actual son 300 pesos, cincuenta más que el salario promedio mensual del país. El resto de los platos fluctúa entre nueve y quince CUC, siendo este último de mariscos.

¿Demasiado suave?

"No tengo noticias de ese artículo", respondió el gerente de La Bodeguita al ser consultado. Recordó que el mojito que se brinda es único en el mundo, pues la yerbabuena se corta del día, mientras que el limón es natural, el azúcar orgánica y el ron tiene un añejamiento de tres años. "Es por eso que vale caro", dijo recordando los cuatro CUC del trago (cien pesos).

Educado en la antigua Unión Soviética, el manager observó que el paladar ruso tiene un nivel agresivo de alcohol. "Es posible que esa persona (Evtushenko) lo haya encontrado demasiado suave". Según el funcionario, de una escala de cinco, el restaurante consigue un 4,8 por ciento de aceptación entre sus clientes, muchos de los cuales separan turnos en Internet para celebrar cumpleaños o simplemente cenar en el lugar sagrado donde Ernest Hemingway solía empinarse, no sin ritual, su mojito consuetudinario…

En la década de los cincuenta, el periodista Leandro García estampó su firma en una de las paredes del lugar. Consagró así una tradición gráfica que dura hasta nuestros días, aunque por ordenanzas higiénicas la caligrafía ya está prohibida en las mesas. Los minisurcos de las rúbricas hospedan microorganismos.

Premios Nobel de Literatura, como los chilenos Gabriel Mistral y Pablo Neruda, cantantes de la fama de Agustín Lara e Ignacio Villa (Bola de Nieve), actrices del vuelo de Brigitte Bardot o políticos, ya mártires, como Salvador Allende, además de otros miles de anónimos parroquianos, han tatuado su firma en la piel del histórico restaurante.

Uno de sus peregrinos era el poeta Nicolás Guillén, amigo personal de su fundador Ángel Martínez y sibarita y amante de la comida y bebida criollas.

"Brindo porque la historia se repita / y porque es ya la bodegona / nunca deje de ser la bodeguita", remató en un poema dedicado al lugar. Evtushenko, igual de poeta, pudo desear lo segundo sin escribir lo primero.


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