Actualizado: 15/04/2024 23:17
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NUEVA YORK

Greta Garbo, icono de una era

A un siglo del nacimiento de la gran actriz sueca que aportó un rostro inolvidable a la historia del cine.

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Una rara lección...

Una rara lección de elegancia

Muchas cosas han cambiado para mí desde mi adolescencia, y muchos valores de entonces se vieron alterados por la propia vida y por un mayor conocimiento del mundo; sin embargo, el juicio que una vez me llevó a creer que Greta Garbo había sido la más radiante actriz de cine no sólo no varió, sino que se ha visto reafirmado con el paso del tiempo. A mi salida de Cuba, en 1979, comprobé que los críticos corroboraban mi opinión sobre Garbo, y esa opinión volvió a reafirmarse al tiempo de su muerte.

Contrario a lo que suele ocurrir con muchos actores y políticos, a quienes la jubilación difumina de la memoria del público, el retiro de Garbo no hizo más que acrecentar un aura ganada con sólo 27 películas en menos de 20 años de carrera. Garbo se retiró del mundo para dedicarse a alimentar su propio mito y ser testigo de su glorificación, prebendas que generalmente la humanidad concede a los muertos y que ella tuvo el privilegio de disfrutar por casi medio siglo.

La crítica coincide en que se trata del rostro más expresivo y plástico que se ha visto en el cine, en su capacidad de mostrar toda una gama de sentimientos valiéndose tan sólo de la intensidad de su mirada, en la gracia natural con que encarnaba los personajes casi siempre fatales de sus filmes; sin embargo, acaso otros actores, contemporáneos a ella o posteriores, podrían disputarle estas dotes; pero la leyenda de Garbo trascendió el ámbito estrictamente cinematográfico para convertirla en el icono de una época, alguien que se negó a transigir con la vulgaridad en que se sumiría el mundo de la posguerra, que decidió, desde el ‡pice de la fama, darnos, sin palabras, una rara lección de elegancia. En esto, ciertamente, nadie podría arrebatarle el primer puesto.

Una vez, al principio de vivir en Nueva York, creí reconocer a Greta Garbo en una mujer de edad indefinida, vestida de negro, con amplio sombrero y gafas oscuras que, a pesar de andar muy erguida, portaba un nudoso bastón. Algunos transeúntes se detuvieron a mirarla y otros, más audaces, hasta la interpelaron, sin que ella se dignara responderles. Nunca pude confirmar si se trataba realmente de Garbo; pero nuestra propia duda era un signo de su importancia: luego de más de cuarenta años de encierro, muy pocos eran capaces de identificarla, pues la "esfinge sueca", como alguien una vez la llamó, se había convertido en un atuendo, un ademán, una pose para la historia. La mujer había desaparecido completamente bajo el disfraz de su propia leyenda.

De ahí que, a un siglo de su nacimiento, aun nos cueste trabajo a algunos creer que ese símbolo tan intocado por el tiempo no siga siendo la expresión viviente de una era. Para mí en particular, recordarla será siempre una manera de recuperar mi propia adolescencia, cuando, en una sociedad donde se nos imponía el totalitarismo, evocábamos con nostalgia aprendida el sprit y el glamour de una época en que no nos tocó en suerte vivir y que nadie representó mejor que Greta Garbo.


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