Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Crónicas

La isla de los tremendismos

El Nobel de los colmos cubanos: un gobierno que con 46 años en el poder todavía tiene gente que no movería un dedo para cambiarlo.

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Se ha dicho con frecuencia que Cuba es la Isla de los tremendismos. Tremendismos que suelen ser exagerados por el turista, y que van desde el ardor que le atribuyen a nuestras mujeres en la cama gritando que las maten, que les den un tiro, hasta otras formas menos persuasivas pero igualmente eficaces del ingenio desplegado por los cubanos para sobrevivir en el Socialismo. O para escapar del Socialismo, en el caso de los Simbad y de los Power Rangers de nuestro tiempo. Pues además de la clásica balsa y el automóvil sellado para navegar, las escapadas en busca de nuevos horizontes no han desestimado ni los alerones de los aviones.

Siempre, en condiciones extremas, el arrojo del cubano ha sido, de hecho, suicida. En los días de la Guerra Grande, aquella guerra por la independencia que iniciada por Carlos Manuel de Céspedes en 1868 duró diez años, un oficial mambí, famoso por su osadía, sintió acercarse una caballería española mientras se bañaba con su tropa en el río.

No teniendo escape por detrás, y aunque el enemigo les superaba en número, el pequeño oficial, que luego alcanzaría grados de mayor general, no lo dudó un segundo. Negro como el carbón, al igual que sus hombres, mandó montar a caballo. Cuando de repente los españoles vieron subir por la barranca del río aquella bandada de negros en cueros a caballo avanzando hacia ellos con los machetes en alto relampagueando al sol, creyendo estar en presencia de una visión del infierno, huyeron despavoridos, dejando en el suelo numerosas cabezas.

Un culo, un escaparate, un arroz con pollo

En la paz, uno de los sectores de la vida nacional donde más éxito ha tenido el tremendismo es en el de los hambrientos y los desesperados, que olvidan sus desventuras, haciendo chistes sobre las mismas.

Grandes aportes ha hecho también al habla popular. Genial puede ser en Cuba un culo, un escaparate, un arroz con pollo. Incorporado tempranamente al lenguaje publicitario, hasta medicamentos hizo simpáticos en el pasado. Entre ellos, uno muy particular fabricado por un laboratorio dirigido por un ilustre profesor universitario. Era el Konugar. Podía usted leer en el Zig Zag, famosa publicación humorística de la época, y en los calcomanías pegadas en los baños públicos: "Konugar… o no cagar".

Cuando un día el ministro de Gobernación le prohibió el nombre por obsceno, el ilustre profesor, alegando que los medicamentos debían llevar nombres claros, cuyo uso fuera deducible para el enfermo menos ilustrado, no vaciló en hacer reaparecerlo bajo un nombre ahora más explícito que el anterior, y también más sonoro. Fue entonces cuando el Konugar de los viejos años, que necesitaba aclaraciones, pasó a ser… Cagol.

De esa época es también el Sanitube, no recuerdo de cuál laboratorio. Sí recuerdo el anuncio, de los periódicos y de la radio: Había que oír al locutor: "Tubo sano con Sanitube". Era (según la propaganda) un polvito que vaciado por el canal uretral utilizando un tubito que venía con el papelillo, le evitaba al visitante de los prostíbulos el posterior engorro de las inyecciones de penicilina.


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