Actualizado: 29/04/2024 2:09
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Los apodos de los héroes

La historiografía oficial ha tildado a algunas de las personalidades de la guerra de independencia con sobrenombres que parecen rótulos de lápidas.

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Mañach tiene la decencia intelectual de no ocultar el hecho, pero interpreta que, cuando en lo sucesivo se señalaba a Martí como "Cuba llora", era un índice de la simpatía que los mocetones exiliados tenían hacia su persona.

Al lugarteniente general Antonio Maceo y Grajales se supone que le decían "El Titán de Bronce", pero me parece más ajustado al proceder cotidiano, al menos a mi gusto, la versión del historiador Ricardo Quiza: "El Titán de Chocolate", que él pronunciaba graciosamente "en inglés" como "Chócolei Táitan". Yo creo que sus soldados, cariñosamente, le decían simplemente "Choco": "Caballero, dice el Choco que el 23 se rompe el corojo".

Las certezas de la historia

Aunque se sabe que "El Generalísimo" es un grado (gradísimo) militar ostentado por el dominicano Máximo Gómez en el Ejército Libertador cubano, el aliento de sainete de Broadway del gesto lingüístico —el superlativo es revelador de algunas maneras cubanas (severísimo, musicalísima, perrísima…)— lo acerca al apodo.

El calzado de Gómez, conservado en el Palacio de los Capitanes Generales (junto a un bello reloj de oro regalado por las fuerzas norteamericanas), muy bien le hubiera hecho merecedor del apodo "El paticas", o "El General cordial", por haber aceptado el agasajo. No sabemos cómo bailaba El Generalísimo, ni siquiera nos consta que lo hiciera, pero es posible que la actividad le hubiera proporcionado unos cuantos apodos, por aquello de "ir echando un zapatico".

Hay al menos dos sobrenombres sospechosos; uno es incoherente, el otro demasiado intencional. Como sabemos, la historiografía oficial bautizó al hijo de El Generalísimo, que a la vez era ayudante de El Titán, como Panchito Gómez Toro. Aquí hay una incongruencia: demasiada familiaridad en el nombre (Panchi), demasiada solemnidad en el doble apellido. O Panchito o Gómez Toro, así, como si fuera un doctor o magistrado republicano, pero no ese inconsecuente mejunje de una cosa y la otra; de carne y pescao, de chicha y limoná, de aguacero y chin-chín.

Es difícil de tragar también el "Don Tomás", bautizo para Thomas Estrada Palma, primer presidente de la República (1902-1906), ciudadano norteamericano por más señas. El "Don", a toda fuerza, busca castellanizar un poco a esta figura, que para la historiografía nacionalista tradicional ha tenido siempre la incómoda sombra de la presencia norteamericana en las definiciones políticas de la isla cubana.

Hay muchísimos sobrenombres más que esconden intenciones y funciones de las fuerzas políticas dominantes en la sociedad cubana. Como se dice hoy, Cuba es una sola, su pueblo es uno, ya se encuentre dentro o en el exilio. Pero por desgracia es una también su fuerza de censura, es uno el prejuicio inquisitorial; a veces incluso más organizado en su actuar que las tendencias libertarias. Perucho, Tiburón, El Asno con Garras, El Guerrillero Heroico… el registro analítico de los resultados del arte de apodar, es una vía indirecta pero segura para adentrarnos en las certezas de la historia.


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