Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Ni cine ni sardina

Todas las salas que conformaron el itinerario cinéfilo y amatorio de Cabrera Infante están hoy clausuradas, destruidas o transformadas en cuarterías.

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Meadero público

Como cazador cazado, Guillermo también sufriría su primer gran apuro (y el segundo) en un cine habanero, el Lara, de Prado. Entre sus penumbras le montaron asedio un pederasta gigantesco, peludo y viejo, y un japonés kamikaze, succionador compulsivo. Sólo la suerte y una tímida decisión de último minuto consiguieron librarlo de aquellos vampiros del bálano adolescente.

Al que no lo salvó ni el médico chino fue al Lara. Luego de innumerables años de olvido y podredumbre, convertido en meadero público, hoy no es ya ni polvo. Apenas permanece su recuerdo entre los vecinos en forma de insufrible olor a orina. Porque si es verdad (y es verdad) que entre los conductos de la nostalgia ninguno resulta tan fiel y recurrente como el olfato, para quienes vivimos hoy —como suele decirse— en La Habana 'profunda', la nostalgia no tendrá otro signo en el futuro que no sea el olor a excreta de la vejiga.

Es justo a lo que olieron antes de caer por completo los asentamientos del Habana, Cervantes, Ideal, Encanto, Verdún o Alkazar, donde Cabrera Infante intentó conjurar su amor fugaz por las mujeres con su pasión eterna por el cine. Es a lo que han olido, huelen u olerán otros que también configuran su itinerario amoroso y que todavía están en pie pero cerrados, o privados de su mágica función: Negrete, Reina, Favorito, Infanta, Astor, Neptuno… cuya suerte es compartida por la mayoría de los cines habaneros de barrio.

En el Rialto le tumbaron por primera vez un ligue a Guillermo. El despojo estuvo a cargo de otro conquistador de cinematógrafo más osado y mejor parecido que él. Para colmo, estaban exhibiendo la película El filo de la navaja, y tocó la fatal casualidad de que su rival se parecía al protagonista, Tyrone Power.

Con todo, no perdió más que nosotros, que hemos perdido el Rialto, al parecer para siempre, pues aunque el edificio está intacto, incluso recién restaurado, ahora sirve de base a una corporación que se dedica al comercio de equipos electrónicos. Parte el alma pasar por Neptuno y Consulado, frente a aquel que fuera el cine de ensayo más concurrido y glamoroso para varias generaciones posteriores en dos o tres décadas a la del autor de Tres tristes tigres.

Ingratitud histórica

Sintomáticamente, un amigo le había presagiado al Cervantes habanero de Gibara épocas malas por venir: "Un día —advirtió— vas a encontrar tu Némesis en un cine". Lo que no le dijo, porque no era adivino, es que no iba a ser en uno solo sino en casi todos los cines que fueron testigos del descubrimiento de sus sueños imberbes y de sus primeros fulgores sexuales. Tampoco lo previno en cuanto a que su Némesis no tendría figura de mujer, sino de ingratitud histórica.

Mucho menos podría imaginar el amigo profeta que aquella sentencia, más que al novelista, que contra truenos y ciclones tiene asegurada ya butaca fija en el cine de Dios, afectaría a sus lectores furtivos de La Habana, que finalmente somos las víctimas directas de la aniquilación de la memoria que, cual venganza divina, cae hoy sobre Guillermo Cabrera Infante y todo lo que le cuelga.

El propio Guillermo ha contado que en sus años de adolescente pobre en esta capital, su madre, cinéfila impenitente pero sin dinero para pagar el vicio, lanzaba un refrán, siempre el mismo, para que la familia escogiera entre la comida y el alimento visual: ¿Cine o sardina?, solía preguntar ella a sus hijos y esposo, hacia finales de la década de los cuarenta, en el siglo XX, tiempo de vacas flacas, que era un modo de nombrar antiguamente la miseria.

Hoy, después que la historia avanzó durante más de medio siglo con rumbo —nos dicen— al progreso, a ningún habanero de a pie se le ocurriría formular la misma interrogante, debido a la obviedad de la respuesta: Ni cine ni sardina.


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