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Cuba, Fuentes, Castrismo

«En Cuba me hicieron verdaderos horrores»

Norberto Fuentes vivió en primera persona los vaivenes del castrismo. Por sus libros fue condenado al ostracismo primero y perdonado después

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Ocurre algunas veces que una biografía dice más del escritor que la ha redactado que del propio biografiado. A mediados de los años setenta, Norberto Fuentes llevaba quince años viviendo en el olvido en su propia tierra. La razón: haber publicado Condenados de Condado, una recopilación de relatos ambientados en el levantamiento contrarrevolucionario que prendió, a partir de 1960, en la región del Escambray, y que las milicias de Fidel Castro se encargaron de sofocar “a sangre y fuego”. Aquel librito no gustó demasiado al líder de la Revolución. Consideró que aportaba una visión negativa de su causa, y Fuentes fue repudiado. Sin embargo, todo cambió cuando el escritor se puso a investigar los veinte años que vivió Ernest Hemingway en la isla; y a escribir un nuevo libro en el que, entre otras muchas cosas, podía verse a un Hemingway de izquierdas, apegado a Cuba, que además supo apoyar a los revolucionarios desde el primer momento. Sin saberlo, Fuentes acababa de rescatar una figura emblemática a la que el régimen podía utilizar, y fue perdonado.

Ciertamente, Hemingway en Cuba (Arzalia) es mucho más que eso. En él pueden seguirse los pasos del Nobel americano por la isla durante las dos décadas que precedieron al levantamiento armado: un Hemingway bebedor, amigable, que cosechó relaciones estrechas con gentes muy diversas y que terminó estableciendo su base de operaciones en su Finca Vigía, a pocos kilómetros de La Habana. El Hemingway escritor, tremendamente ligado a la isla, donde redactó varias de sus novelas más reconocidas. El Hemingway pescador. También el Hemingway aventurero, contrabandista de alcohol durante la ley seca —visitó Cuba años antes de instalarse definitivamente— y cazador de submarinos nazis en la Segunda Guerra Mundial. Un Hemingway, en definitiva, del que no se conocían demasiados detalles, y al que Norberto Fuentes rescató de las sombras. Hablamos con él:

¿Por qué se ha reeditado el libro en España ahora, tantos años después de su primera publicación?

Es una decisión de los editores, no mía, y de la que yo me alegro, por supuesto. Este fue un libro que se iba a publicar en España al mismo tiempo que en Cuba, y yo no sé qué pasó. En aquel momento las ediciones de mi libro las controlaba Cuba. Pero yo me alegro de que se reedite ahora, porque creo que el libro conserva su vitalidad. La gente que lo ha leído dice que le ha gustado mucho. Además, la edición que ha hecho Ricardo Artola es muy bonita.

En la década de los ochenta usted escribió que los veinte años que vivió Hemingway en Cuba eran muy desconocidos. ¿Ha disminuido algo ese desconocimiento desde que publicó el libro?

Muchísimo, muchísimo. Mira, ese era un territorio totalmente olvidado. En todo lo que era Hemingway, no solamente para los cubanos sino también en los Estados Unidos, el tema cubano era algo que estaba en un limbo. Eso se quedó ahí congelado, olvidado, acumulando polvo desde que Hemingway se murió. Había pocos libros sobre Hemingway en aquellos momentos, de todas maneras. Ya había salido la biografía de Carlos Baker, que ha tenido menos suerte que la mía, pero eso era algo que había quedado un poco en el aire. Mi libro comenzó de una idea que yo tuve para escribir un reportaje. Yo había leído Islas en el Golfo, y me pareció que esa era su novela cubana más personal, más incluso que El viejo y el mar, y que Tener y notener. Entonces, cuando el Consejo de Cultura me preguntó qué tenía yo para escribir, se me ocurrió reportajear los bares de Hemingway, los que pudiesen quedar vivos. Lo que pasó es que fui a Finca Vigía y me encontré con que la casa estaba igual a cuando él vivía allí. No la habían tocado. Sus criados la mantenían todavía, y se había quedado como el diario del propio Hemingway, con su correspondencia y sus notas. Después de que el Buró político me permitió escribir la historia, me mandaron donde Marta Arjona, que por lo visto tenía custodiados muchos documentos que había sacado de allá. Ahí me encontré un montón de cosas. Cartas de Hemingway a Mary, durante la guerra, y más cosas, y ahí me di cuenta de que en esos papeles había mucho más que un reportaje. Había un libro. Me pegué varios años trabajando en eso. Pero luego los americanos son otra cosa. En aquel tiempo protestaban todo el rato, y preguntaban qué hacía yo tocando esas cosas, que quién me había dado autorización. ¡Pero si la vida de Hemingway le pertenece a todo el mundo! Y además yo estaba investigando sobre sus años cubanos, cuando todo lo que dejó en la isla lo dejó por su propia voluntad. Y además Mary se lo había entregado en mano al propio Fidel Castro. ¿Qué quieren? Años después llegó lo gracioso, cuando Fidel se enfadó conmigo —yo nunca me enfadé con él— y le vendió todos los documentos a los americanos. Entonces llegó la biblioteca, la Kennedy, y se puso como loca: “¡Tenemos los documentos, tenemos los documentos!”; y yo: “Señores, todo eso está publicado hace treinta años”. (Risas).

Es que el libro, precisamente por la figura de Hemingway, pero también por la importancia de Cuba en la política global de aquellos años, termina siendo muy político, inevitablemente.

Claro. Yo me di cuenta de que Hemingway era el único puente que quedaba intacto en las relaciones cubano-americanas.

Y saca también a colación una especie de combate entre los dos bandos de la Guerra Fría por ganarse la figura emblemática de Hemingway para su propia causa.

Hemingway era un hombre de izquierdas. Eso es indiscutible. Primero era un americano, claro, y los americanos son lo que son. Luego, era un hombre de izquierdas. Era un americano de izquierdas. No comunista. Pero es lógico también: toda la intelectualidad americana era de izquierdas, y él, con todas sus particularidades —odiaba pagar impuestos, por ejemplo—, era de izquierdas. Ahí están todas sus cartas en las que cargaba contra el macartismo. Odiaba todas esas cosas. Lo que ha pasado luego es que lo han querido convertir. La Academia y la derecha americana lo han querido convertir en algo que no era. Hemingway era un hombre de izquierdas, siempre lo fue. En una de las últimas cartas que escribió antes de morir se dirigió a un general del ejército norteamericano, el jefe de la unidad con la que avanzó hacia Alemania, y le dijo: “Yo creo firmemente en la causa de la Revolución cubana”.

¿Pero cree usted que Hemingway hubiese continuado apoyando tan vehementemente a Fidel si hubiese estado vivo cuando ocurrió el caso Padilla, por ejemplo?

Esa es una pregunta que no tiene respuesta. Eso es especular. Yo pienso que él… Yo no sé… Mira, esa misma pregunta se la hice yo a Fidel Castro. La misma, y tengo testigos.

¿Y qué contestó?

Le pregunté por Hemingway y por su posicionamiento a favor o en contra de la Revolución. Si una opinión negativa suya desmerecería… eh… Le pregunté cómo valoraba la posibilidad de que Hemingway hubiese estado a favor o no de la Revolución cubana. Y él me dijo: “Mira, mi aprecio por su obra es más importante de lo que él pudiera valorar”. Claro, Fidel Castro era un animal político, y me estaba dando una respuesta política. Luego añadió: “Y sus valoraciones de la política internacional, ya que era un gran periodista, siempre me hubieran sido de utilidad”. Eso fue lo que me dijo Fidel. Te repito: una respuesta política, a una pregunta política también. Pero hay que verlo todo en su momento. No sé lo que hubiera opinado Hemingway. Yo sé lo que hubiera hecho yo, como escritor. Yo. Él vivió otra época. Es como preguntar qué hubiese dicho Stendhal de la Revolución después de enterarse del caso Padilla. Y yo qué sé qué hubiese dicho. Habría que resucitarlo de otra época y traerlo a esta. No tiene nada que ver. Porque Hemingway es de una generación que se extinguió con la Revolución cubana. A partir de entonces surgió otra.

Pero Hemingway sí que conoció la Revolución en sus inicios. Otros muchos intelectuales de todo el mundo también la apoyaron entonces, y luego se fueron desencantando. ¿Usted cree que si Hemingway hubiese llegado a ver directamente la represión a los intelectuales cubanos, entre otras cosas, habría seguido apoyando la causa?

Mira, los primeros defensores que me sacaron de Cuba fueron los escritores americanos. Fue William Styron, fue William Kennedy, fue Norman Mailer. Todos ellos, los que quedan vivos, siguen defendiendo a capa y espada la Revolución cubana. Todavía hoy. Entonces, esas preguntas… Bueno, yo me imagino que Hemingway se habría opuesto a que reprimieran a nadie, porque él conocía lo que era eso en los Estados Unidos. Así que sí, se puede deducir que se habría opuesto resueltamente. Ahora bien… también te digo que esa bronca ya le pasó a él en España y le costó la amistad de John Dos Passos. La visión de ambos acerca de la muerte de José Robles les distanció, y ahí fue Hemingway el que defendió que no se podía estar por encima de la causa general. Así que no sé: entonces decidió asumir la causa general; en el caso Padilla yo no sé. Pero no te olvides, además, que el primer represor de los intelectuales en Cuba fue Heberto Padilla. Escribió un artículo diciendo que a José Lezama Lima había que sacarlo del mapa. Te lo puedo mandar, si quieres. Está escrito en 1959, el mismo año que triunfó la Revolución. Heberto Padilla era un jacobino bajo la sombra de Guillermo Cabrera Infante, que era otro jacobino. Y ellos fueron los primeros represores que tuvo, en el campo intelectual, la Revolución cubana. Después entraron en colisión y les pasó lo que les pasó. Pero ellos fueron los primeros represores. Esa es otra historia que nunca se ha hecho pública.

La Revolución para mí era más grande que lo que yo pudiera pasar personalmente

Contexto: Heberto Padilla y Guillermo Cabrera Infante fueron dos de los intelectuales que más sonoramente se opusieron al régimen opresivo de Fidel Castro. El primero de ellos fue arrestado en 1971, acusado de “actividades subversivas”, y apareció más de un mes después, visiblemente desmejorado, para leer en público una “Autocrítica” en la que renegaba de todos sus escritos y de las ideas que había defendido hasta entonces. Aquel incidente —conocido como el caso Padilla— tuvo una repercusión internacional notable, y suscitó el rechazo de la gran mayoría de los intelectuales que antes habían apoyado la Revolución. No está de más saber que Padilla había ganado tres años antes el premio Julián del Casal por su poemario Fuera del juego, libro que el régimen consideró contrario a las ideas revolucionarias y trató de silenciar; y que José Lezama Lima fue el miembro del jurado que más fervientemente defendió la candidatura del manuscrito. Por otra parte, Cabrera Infante no necesita presentación: a mediados de la década de los sesenta se exilió en Londres, desde donde se erigió como el escritor cubano más prestigioso, y el que más empeño puso en denunciar los excesos del castrismo.

Pero incluso aunque lo que dice fuese así, eso tampoco justificaría la represión, ¿no cree?

No. Por supuesto que no, por supuesto que no. Pero es bueno aclararlo. (Risas).

Una de las cosas que se dice de su Hemingway en Cuba es que le sirvió para reconciliarse con el castrismo, y para estrechar lazos con Fidel Castro, después de haber sufrido más de diez años de ostracismo por haber escrito Condenados de Condado. ¿Cuánto hay de cierto en esa afirmación?

Eh… En fin. (Suspira). Yo gané mucho dinero con ese libro, en Cuba. El libro fue un éxito, tuvo muchas reediciones. Y Fidel me conoció personalmente a raíz del libro, sí. En una recepción, él me invitó. Porque él me tenía cruzado por mi primer libro, Condenados de Condado. Yo creo que esa es la parte importante de la historia. Por lo menos para mí. Después vino el caso Padilla. Yo en el caso Padilla me negué a autocriticarme. Para empezar, yo soy un revolucionario. O yo era un revolucionario. Y yo actuaba y pensaba en defensa de la Revolución. Pero Condenados de Condado a Fidel no le gustó nada. Entonces yo sufrí muchos años de ostracismo, y en esos años yo pensé mil maneras de irme de allí. Pero es que todos estábamos ahí. Vivíamos ahí. Desayunábamos y almorzábamos ahí. Nadie quería vivir mal, ¿no? Lo que pasa es que entonces las condiciones de la vida allí eran esas. Yo una vez le pedí a varias personas que me sacaran del país. Oye, habla con los americanos para que me saquen. Y nadie me sacó. Yo tenía que quedarme ahí adentro. ¿Y qué tenía que hacer? ¿Quedarme ahí adentro en una esquina, con una latica, pidiendo limosna? Yo escribí el libro de Hemingway, el libro le gustó a Fidel, y fue Fidel quien me llamó a mí. García Márquez me llamó a mí. Yo no llamé a nadie. Fidel vio algo en ese libro que no había visto. Mi propósito inicial. El hecho de que la figura de Hemingway estaba completamente olvidada en Cuba. Él vio el libro y dijo: “Coño, nosotros tenemos olvidado a Hemingway. Aquí tenemos algo”. Y se interesó por mí. ¿Y qué vio en mí? A un intelectual que va a la guerra. A un revolucionario combatiente. Y entonces le simpaticé, habló conmigo, y comenzamos a hablar sobre Hemingway. Gabo también me llamó, a través de un amigo mío que era de la seguridad del Estado: “Me han dicho que usted tiene un libro”. Y ahí fue cuando nos amistamos Gabo y yo. Gabo fue el que le enseñó a Fidel el libro, cuando le pidió permiso para prologarlo. Y entonces Fidel dijo: “Bueno, está bien. Además me han dicho que ese compañero tiene muy buena actitud”. Dos años después la Casa de América me invitó para ser jurado. Quería limpiarse de aquel problema con el libro mío. Y Fidel, que todos los años se reunía con el jurado, al repasar la lista y ver mi nombre dijo: “Este es el del librito”. Yo lo cuento ahí. En la primera parte de la reunión él me miraba serio y yo me decía: “Coño, de aquí no salgo yo vivo”. Hasta que se iba acercando y en un momento determinado llegué a creer que me leía el pensamiento. Porque por entonces se decía que Fidel podía leer el pensamiento. Y yo: “Si me lee el pensamiento, no pienses que te va a matar, no pienses que te va a matar, que te descojonas”. (Risas). Pero entonces él se fue acercando hasta que se me puso al lado. Y ahí mismo yo le pregunté: “¿Es cierto, Comandante, que Hemingway es su escritor favorito?”. Y él: “Ay, sí, chico. Porque tú eres el de Condenados de Condado, ¿no?”. Y yo: “Sí”. Y me dijo: “Te voy a explicar algo, ¿tú sabes lo que pasó en Escambray?”. Y dije: “No. Bueno, sí. Que se alzó la contrarrevolución”. Y él dijo: “No, no. El problema es que la Revolución creó su mimetismo. Y como nosotros tomamos el poder en dos años, después la contrarrevolución creyó que podía hacer lo mismo. Había que acabar con el mito, y lo acabamos a sangre y fuego”. Aquello fue un viernes. Él me dijo: “El libro tuyo de Hemingway yo no me lo he leído, pero me lo voy a leer”. Eso fue un viernes, repito. El lunes por la tarde me llamó y me preguntó si podía pasarme a su oficina. Se había leído todo el mamotreto de setecientas páginas durante el fin de semana. Pero tú fíjate, como dijo Barthes cuando vio una foto del hermano de Napoleón: “Estoy viendo los ojos que vieron al emperador”. Yo no vi los ojos que vieron al emperador. No, no. Yo vi al emperador. Tú tienes la oportunidad de conocer a Fidel Castro, de irte con él a Cayo Piedra, de conversar con él, ¿y tú no lo haces?

Pero durante los años que vivió usted en el ostracismo, ¿nunca se llegó a desencantar con el castrismo?

Mira, tú no tienes ni idea de la cantidad de mariconadas y de hijaputadas que a mí me hicieron. Pero yo tengo una formación. Yo, a pesar de mi origen burgués, me formé ideológicamente en la Revolución. Fui un buen muchacho y me metí en eso… ¡Hasta los cojones me metí yo en la Revolución! Y además yo vi cosas. Yo vi lo que pocos escritores vieron. Esto es un momento irrepetible en la historia de Cuba. No va a haber un antes ni un después. Es este el momento. Y tienes que vivirlo. Además, me di cuenta de que la Revolución era de base militar, y que había que estar con los guardias. Había que conocer a los guardias porque ellos eran los que iban a decidir. Y ya después descubrí el Escambray. Entonces, ¡yo me metí en eso de verdad! Si el delito de Cabrera Infante es por bailar el chachachá, el mío es por haber hecho la Revolución.

Dice que había que estar con los guardias porque eran los que iban a decidir: ¿Se estaba con ellos por mera supervivencia, o por algo más?

No, no, no. Ahí no se estaba por sobrevivir. La Revolución entraña peligros y broncas. La Revolución es un órgano vivo. Va p’atrás, va p’alante. Pasan muchas cosas. La Revolución no es un esquema.

Pero después de triunfar la Revolución, usted publicó Condenados de Condado.

Y yo sabía lo que estaba haciendo. ¿Tú crees que yo no sabía lo que estaba haciendo? ¡Me estaba jodiendo! ¡Me estaba jodiendo a dos manos! (Risas).

¿Y siguió usted apoyando a la Revolución, incluso después de aquello?

Sí… Coño… Yo… Es decir, uno vivía ahí, tú. ¿En el franquismo qué hacían tus padres? Pues vivir con Franco. Ni te desencantaba ni te encantaba. Aquí, no sé, como con cualquier presidente, tú vives con ese presidente. Entonces, la idea de la Revolución para mí era más grande que lo que yo pudiera pasar personalmente. Además, mis amigos, todos eran revolucionarios. Mis amigos entrañables. Y me leían y me decían… Ellos me querían con ellos. Ellos me querían con la Revolución. Lo que yo pensaba por dentro, los encabronamientos que yo me cogía, eran míos. Porque tú perteneces a un grupo, tú perteneces a la gente. Gente que ha muerto al lado tuyo, que te ha defendido la vida también… Es una relación muy visceral. ¿Por qué yo iba a cambiar? Yo en Cuba soñaba con hacer una edición en español de Playboy y llenar una piscina de mujeres desnudas. (Risas). Ese era mi sueño, cuando me sentía muy mal. Y a falta de piscinas y mujeres de Playboy, me contentaba con buscármelas por mi cuenta. Porque tú vivías. Tú vivías. Y además todos vivían. Y todos querían una posición. Tú me has hablado antes de la represión contra los intelectuales. No fue contra todos los intelectuales… Y al intelectual al que más quisieron joder fue a mí. Padilla fue una consecuencia de mi libro. El primer libro que sale es el mío, ocho meses antes que el libro de Padilla. Ocho meses antes. Y además el mío era narrativa, que era más comercial. Pero yo conozco los límites. Yo conozco mucho a mi gente, y yo me desenvolvía. Yo quería ser un Solzhenitsyn en todo caso, pero atrincherado en mis libros, no en declaraciones públicas. Porque esas cosas en Cuba… Yo sabía… Tú conoces los límites del juego. Tú aquí, en los Estados Unidos, no te da por andar poniendo bombas o secuestrando a gente. Tú conoces los límites. ¿Entonces qué quieren? Te repito que yo vivía. Claro, después un día te viene el emperador y te dice: “Oh, muchacho, ven acá, tú eres un escritor”. Pero yo nunca escribí más… A partir de Condenados de Condado yo me dije que toda mi literatura tendría que venir cuando al fin tuviese absoluta libertad. Ahora yo tenía que vivir. Y escribí el libro de Hemingway porque era un libro amable, bastante apolítico, en el que apenas tenía opción de decir alguna cosa. Yo tenía que vivir… Porque yo tengo escritos sin publicar, tú no tienes idea la cantidad de libros. Muchos de ellos hechos en Cuba. Otros aquí. Gabo me lo decía, tengo aquí la dedicatoria que me hizo una vez en uno de sus libros: “A Norberto Fuentes. El único gran escritor que no escribe”. Pero yo le decía: “Mira Gabo, es que tú puedes hacer lo que tú quieras, y a ti no te va a pasar nada”. Por eso, yo era el único gran escritor que tenía que dedicarme a observar, y tener suerte después de poder vivir para escribir, que es lo que estoy haciendo ahora. Porque yo no iba a meterme en una segunda bronca. Después me fusilaron a Tony y a Ochoa, y Fidel utilizó aquello para decirme: “Mira, te protegí, te saqué de ese lío”. Aquello ya… Una de las cosas que Fidel decía era que lo único que no soportaba era el desagradecimiento. Y él entendió que al final yo no le fui agradecido. Es posible. Pero luego yo pensaba a cada rato en todo lo que me hicieron. Porque me hicieron verdaderos horrores. Horrores. Decía el viejo Camilo José Cela que el que resiste, vence. Y eso es lo que yo tenía que hacer: resistir. Pero fíjate: no como Padilla, ni como Guillermo Cabrera Infante. Yo tenía que resistir, en primer lugar, como un escritor. Yo nunca salí del papel de escritor, del papel de artista. Y después, ante todo, me mantuve leal. No hay ni un sólo amigo mío que pueda decir que yo lo traicioné, o que yo lo delaté. Nunca. Porque después la gente piensa que Fidel te abría los brazos y a partir de entonces aquello era el cuerno de la abundancia. Pero nada de eso es así. Todo lo contrario, te observan más que nunca. Y hay que ser estoico. Lo que pasa es que Fidel te pone el brazo por arriba y a partir de ahí te mueves. Pero yo ya me movía antes. Yo no me morí de hambre. Yo estaba gordito, de lo más lindo. En realidad, en Cuba todos estábamos gorditos con cojones. Éramos un país de gente gordita y comunista.

Por volver al libro, además de hablar de la etapa de Hemingway en Cuba, una parte importante se centra en los años de Hemingway en la Guerra Civil española y en su relación estrecha con comunistas soviéticos.

Todo eso lo puse, aparte de Cuba, como plataforma. Todo eso tiene que ver con las cosas de Hemingway de España que estaban en la Finca. España para él fue muy importante. Tú no puedes hablar de Hemingway, y de Hemingway en Cuba, sin hablar de España. Todos sus amigos eran los republicanos españoles: el cura don Andrés, los Herrera Sotolongo, etcétera. España está presente en la vida de Hemingway, y sobre todo en la vida de Hemingway en Cuba. Además, es el momento de mayor acercamiento de Hemingway con las ideas de izquierda, cosa que se mantuvo, y que volvió a renacer, precisamente, con la Revolución cubana.

El libro rescata testimonios de amigos comunistas de Hemingway que decían que él nunca se hizo comunista, pero que era “un humanista” y que, por tanto, sí sentía simpatía por las ideas comunistas. ¿Cree que esa afirmación puede sostenerse hoy en día?

Yo qué sé… Esto es algo que dijo un muchacho en los años cincuenta o sesenta… Si el problema es echarle al comunismo, le echamos todo lo que tú quieras. Dice Raymond Aron, filósofo de derechas: “La historia inconclusa no juzga a los hombres”. Todo eso es historia inconclusa todavía. Pero bien, yo no soy el que dijo que Hemingway era esto o lo otro. Yo hice un libro, y traté que fuera lo más divertido posible, sobre la vida de un hombre que vivía en Cuba, y que le tiraba petardos al jardín del vecino, que se emborrachaba cada vez que pasaba un ciclón, que se tiraba pedos en el yate… (Risas). Yo quería hacer un Hemingway humano, no un Hemingway académico. El Hemingway que quedó en la retina de toda la gente que le conoció en Cuba. Ahora, todas las declaraciones de ese tiempo señalan que ese Hemingway era un hombre de izquierdas. Y él lo dijo, pero lo dijo sin mucha vehemencia. De hecho, yo digo en el libro que precisamente la Guerra Fría y las difíciles relaciones entre Estados Unidos y Cuba enturbiaron esos últimos años de Hemingway en la isla. Los convirtieron en otra cosa. Y Hemingway murió nada más triunfar la Revolución cubana. Su época concluyó ahí.

De hecho, llama la atención el tremendo cariño que le tenían a Hemingway todos sus vecinos, y sobre todo la gente humilde. Pero usted mismo advierte al lector que no se fíe demasiado, porque los latinos somos proclives a venerar exageradamente a los muertos ilustres. ¿Cómo de difícil es escribir una biografía en esas circunstancias?

Mira, yo lo que hice fue dejarlos hablar. Muchos de ellos eran pescadores. ¿Tú conoces a algún pescador que no sea un mentiroso contumaz? (Risas). Eso no existe. Todos han cogido al pez más grande. Y por eso es divertido también el libro. Gregorio Fuentes, el patrón de su barco, fue, según él mismo dice, el que le inspiró a escribir El viejo y el mar. (Risas). Oye por qué no escribes esto, dice que le dijo. (Risas). ¡Gregorio no sabe leer! Pero es divertido, y al final su testimonio sirve de alguna manera para dibujarnos al Hemingway que él conoció. Después hay testimonios más serios. Herrera Sotolongo era una persona muy seria. Por eso hay que dejarlos hablar, para que entre todos vayan rescatando más o menos al personaje. Además, esa es la manera de otorgarle vida al libro, de sacarlo de la Academia. Creo que por eso el libro de Carlos Baker murió. Porque no tiene alma. Y yo creo que mi libro sí que tiene alma.

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Publicado originalmente en Libertad Digital. Se reproduce con la autorización de Norberto Fuentes.


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