Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Literatura

«La intelectualidad cubana es decimonónica»

Entrevista a Iván de la Nuez, a propósito de su libro 'Fantasía Roja. Los intelectuales de izquierdas y la Revolución cubana'.

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En el sentido de la escritura, te diría que Fantasía Roja es una especie de novela familiar, con una familia singular que atraviesa medio siglo pasándose una herencia y peleando por ella, con sus trampas, rencores y convencimientos de quiénes son los más adecuados para apropiársela.

Pero esa línea no es más que la justificación para llegar a Berlín, al último capítulo, que es donde tiene lugar mi revancha. Como diciendo a estos intelectuales que viajaron al que fue mi mundo, hablaron y pensaron sobre él, que ahora hace quince años que vivo aquí, en el mundo de ellos, y me siento con autoridad para hablar de sus sueños y, sobre todo, para fijar los míos.

Y todo eso en una ciudad como Berlín, que, como sabes, encarna en gran medida el fin del imperio comunista pero también la esperanza de una ciudad creativa todavía no estandarizada ni normalizada según los cánones neoliberales propiamente dichos.

No olvidemos que el mismo año que cae el Muro (1989), surge la expansión de Microsoft. Ambos hechos marcan de modo muy importante el surgimiento de una sociedad con un concepto del trabajo, y un uso del tiempo y el espacio, muy distinto al que habíamos conocido hasta entonces.

Por ejemplo, la diferencia entre fin de semana y el resto de la semana, entre hogar y centro de trabajo, entre el día y la noche, entre el espacio social y el privado, comienza a diluirse en esta nueva situación. Creo que a partir de estos cambios es que debemos comenzar a valorar las cosas.

¿Cree que la intelectualidad cubana ha tomado nota de estos cambios?

Creo que la intelectualidad cubana tiene una pulsión y una pasión decimonónica tremenda. Para ser un buen intelectual cubano, tienes que ser un gran intelectual del siglo XIX, con todo lo que eso implica de connivencia con los poderes políticos del asunto cubano y sus alrededores, con todas las complicidades y todos los rituales de un despliegue intelectual que confiere poder político y de unos poderes políticos que premian las lealtades intelectuales. Y esto vale para la Isla y para el exilio.

El caso es que mi sueño no es ser un gran intelectual del siglo XIX, mi fantasía es ser un pequeño intelectual del siglo XXI. Desde que publiqué en Cuba mi primer ensayo, hace casi veinte años, hasta ahora, puedo mirar mi trabajo sin vergüenza política y puedo ir por el mundo sin necesidad de hacerme un lifting ideológico.

Aquí afuera lo mismo, no tengo una agenda política que ofrecer ni a la que sumarme, y no pertenezco a ningún grupo, partido u organización. Soy un marxiano (por Marx) y un marciano (por Marte), y así me siento bien. Tampoco voy diciéndole a nadie lo que debe o no hacer, porque mi trabajo se reduce a situarme en el mundo y a valorar algo tan denostado por los Estados comunistas y por el mercado omnipresente del capitalismo: el experimento de la individualidad.

Esa es también la forma en que abordo el ensayo, y tiene que ver con el significado que tiene esta palabra en el teatro. En el teatro, el ensayo es algo previo a la función, es algo que se va armando, pero que no es la función final. Así es como me gustaría que se leyera Fantasía Roja, exactamente como el experimento imperfecto de un ínfimo sujeto del siglo XXI, para el cual Sloterdijk y Blanchot, Graham Greene y David Byrne, Sartre y los Simpsons, la rapsodia y el rap, son igual de necesarios y prescindibles.


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