Actualizado: 28/03/2024 20:04
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Artes Plásticas-Literatura

«No somos Occidente»

Entrevista al pintor Ramón Alejandro, a propósito de la influencia del francés Louis-Ferdinand Céline en la cultura latinoamericana.

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Cuando la vida pierde el sentido, a fuerza de seguridades y obligaciones, la gente frustrada se va a buscar un poco de humanidad, deriva, azar y desasimiento. Cuando todo se convierte en felicidad a la cañona, la gente se va a Tánger o La Habana a recordarse de cuando la vida era un regalo gratuito, y vivir una aventura maravillosa. Y que te podían pasar "cosas". Inclusive necesidades.

Conoce Miami y La Habana. Ambas muy bien. ¿Cree que, respecto a otras ciudades del mundo, estas apenas sobrevivan "en tempo de crepúsculo"?

El único sitio crepuscular que yo conozco es París. Miami tiene su ilusión, su mito de cartón. Su disneylandia cultural. Su baro recio y su prisa y su estrés. Su playa y sus ciclones y su llegada en masa de masas, huyéndole al fracaso de toda una civilización que se derrumba, la que impusieron las armas de los conquistadores, hace ya cinco siglos, y que se desguabina ante el empuje de la modernidad. Los gobernantes se dan a la fuga con el tesoro nacional en los bolsillos y los caudillos populares mulatones meten a las criadas respondonas en los palacetes de las señoronas que se fueron a París a escapársele al diablo.

Y a Miami llega la pequeña burguesía que aspira a vivir el sueño americano, ahora que el sueño católico se destimbala a toda velocidad. Llena de ambiciones, a romperse el espinazo para tener una casa comprada a crédito durante treinta años, y cuidado con que no te falle un pié y el banco que te prestó el dinero te la birle. Y tremendo maquinón, no, mejor dos maquinones, o quizás tres o cuatro, que con las tarjetas de crédito se puede. Avaricia pura.

La Habana tiene su sueño cultural, sus pretensiones colosales, su profusión musical y sus deseos frustrados de bienestar. La Habana se sabe "importante", aunque no sepa muy bien de qué. Está llena de sí y que eso no sea cuantificable no le preocupa mucho, porque aunque el futuro sea de lo más incierto, si es "suyo" tiene que ser "importante". De todas formas, todo el mundo tiene que volver a La Habana. Por mucho que refunfuñen, allá van a volver. Ella sabe desde siempre que "magna aliena parva" y que "parva propia magna". Lo suyo es grande, porque es "lo suyo", y lo ajeno no es nada porque le es ajeno. París es la que no está en nada. Con todo lo que tiene se siente pobre.

Su primera exposición en París, con palabras de Roland Barthes en el catálogo, debe haber sido un hecho significativo en su vida…

Aparentemente fue una serie de encuentros fortuitos los que me llevaron a tratar de cerca a Roland Barthes. Pero por adentro de la trama del encadenamiento causal anecdótico, aventurero y novelesco —del que le di a Francisco Morán un resumen de treinta páginas, en una entrevista que publicó en La Habana Elegante hace algunos años—, lo que me llevó a encontrarlo, tengo que precisar, fue mi deseo profundo de entender de qué se trata esta vida que estamos viviendo, este fenómeno sorprendente que me deja perplejo y al que cada día amanezco boquiabierto. Incrédulo de que eso que tengo delante mío sea una "realidad".

Desde que yo era muy pequeño, lo que los mayores llamaban "ganarse la vida" me parecía perder lamentablemente el tiempo. Sin embargo, los mayores consideraban "perder el tiempo" lo que para mí era intensa especulación sobre el posible sentido de la existencia misma, todos estos fenómenos maravillosos que nos rodean y a los que la mayor parte de la gente llamada "seria" no presta la más mínima atención; como por ejemplo, el sol que parece surgir del horizonte y la luna que cambia de fase y posición constantemente.

Me decían que eso era "pensar en las musarañas", o en "la inmortalidad del cangrejo". O que yo estaba "en la luna de Valencia". O cosas peores que no vale la pena recordar. Esa curiosidad y deseo de entender me impulsaron a vivir todo lo que he vivido y a encontrar toda esa gente maravillosa que he conocido. Han sido el eje de mi vida. Ese perder el tiempo ha sido mi mayor ganancia.

Después que mi hermana mayor me echó a la calle con dieciocho años, en Buenos Aires, porque se llevó tremendo susto al yo caer preso por veinte días en el barrio de Avellaneda, no te puedo contar todas las peripecias porque no vendría a tocar el tema que te interesa más que dentro de cien páginas, inicié unos seis años de vagabundaje fecundo a través del Uruguay, Brasil, España, Italia y Francia. Sin domicilio fijo ni medios de subsistencia confesables.