Actualizado: 29/04/2024 14:55
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Artes Plásticas-Literatura

«No somos Occidente»

Entrevista al pintor Ramón Alejandro, a propósito de la influencia del francés Louis-Ferdinand Céline en la cultura latinoamericana.

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Todo eso tenía que provocarle al pobre diablo un asco comprensible. La frivolidad y la insubstancialidad de los personajes de Proust son exactamente lo que dice Céline. No tienen nada de admirables. Es natural que inspiren un sano desprecio. Y pintarlos en su nimiedad con tanto regodeo, es causa suficiente para provocar el resentimiento y todo el disgusto de alguien tan adolorido por ese drama social de que él mismo fue trágica víctima. Lo extraño fuera que Céline hiciera el elogio de Proust. Es la lucha de clases, camarada.

¿No hay demasiados dogmas modelando la "crítica de arte" que Céline desliza en su novela?

Céline tenía ilimitadados prejuicios. Fue misógino, homófobo, anticomunista empedernido. No fue un hombre inteligente. Nosotros tenemos el prejuicio de que un buen escritor tiene que ser inteligente. Grave error. Un buen escritor puede ser un imbécil dotado del don de la palabra. Pero puede ser alguien sujeto enteramente a sus más bajas pasiones. Puede ser un sujeto lleno de prejuicios, y de resentimientos. Olvídate del criterio de corrección política vigente entre los intelectuales norteamericanos. Eso y todo lo que piensan es mierda.

La tan cacareada democracia no es más que el gobierno de los peores, los que el pueblo elige son el reflejo de su mediocridad. Eso lo dijo Platón, pero es del dominio del sentido común. Estamos dentro de un sistema de referencias estúpido, basado en ilusiones sentimentaloides. Nos hacemos los disimulados para no ver la ferocidad con la que la naturaleza nos ladra, como dice tan exactamente Lucrecio en su De Rerum Natura. Nos hacemos los sordos y fingimos creer las tonterías con que las democracias europeas nos duermen.

¿Qué es lo que más valora en Céline? ¿Dónde está la trascendencia de su obra?

Céline es un artesano talentosísimo del lenguaje. Supo poner en sinfonía el habla de la región parisina de esa época. Cuando nació, sólo habían pasado veinte años desde que la represión de la Comuna había ensangrentado la ciudad y la había dejado con profundas heridas que tardaron años en poderse disimular. Ardieron suntuosos palacios repletos de obras de arte y cayeron al suelo espectaculares monumentos. Cientos de miles de obreros fueron asesinados cobardemente y otros cientos de miles deportados a la Guayana.

Fue el frenazo que la burguesía dio para que el poder no se les fuera de las manos. Los sueños de Libertad, Fraternidad y de Igualdad encontraron sus límites. Las clases dominantes dijeron: "hasta aquí" llegó el relajito. Lo que siguió fue todo amargura y resignación. El sentimiento nacionalista se echó hacia afuera, contra el Imperio Prusiano, que bregaba por unificar a todos los germánicos bajo un mismo Estado, y en ayudar a Italia, donde luchaba Garibaldi por sacarse de encima al Papa y crear un Estado italiano moderno.

Los franceses estaban naturalmente orgullosos de tener el Estado mejor constituido y más viejo de Europa occidental, con gestas gloriosas llenas de victorias, emperadores, universalismo, filosofía de las luces, pintores, escritores y todas las oriflamas de una gran civilización en plena ebullición y creatividad. Pero el pueblo miserable no recibía ningún beneficio concreto de tanta grandeza, tenían que servir a los burgueses como estos habían tenido que servir y humillarse ante los aristócratas anteriormente.

La inmensa amargura que rezuma de cada frase de Céline viene de eso, de esa condición servil. La brutalidad de las condiciones del capitalismo incipiente era percibida como un "empeoramiento" de las condiciones de vida del pueblo, y no como un "progreso". Los sueños de progreso eran para los privilegiados. La naturaleza personal de Céline era mezquina, se confiesa cobarde sin disimulo alguno y dio muchas pruebas de ello durante su vida. Era misántropo. Misoginia, antisemitismo, homofobia, xenofobia y todo tipo de resentimientos y envidias son efectos colaterales de esa naturaleza estrecha, poco inteligente y también de sus condiciones sociales.

Su nacionalismo fue defensivo y su admiración por Alemania era envidia de la capacidad de organización que él percibía en ellos y su rabia de que los franceses fueran incapaces de organizarse eficazmente. Hubiera querido una alianza entre Francia y Alemania para conservar el imperio colonial de ultramar. Hipócritamente se decía pacifista, pero sólo admiraba la fuerza. El culto al más fuerte y el desprecio al débil está subyacente en cada una de las anécdotas que van estructurando la trama de su primera novela.