«Si la gente se expresa, la tiranía tiembla»
Ricardo Bofill, el afán de la interrogante. Entrevista al fundador del Comité Cubano Pro Derechos Humanos.
Usted funda el Comité Cubano Pro Derechos Humanos luego de salir de la cárcel, en 1976…
Sí. Se trataba de defender los derechos fundamentales del individuo, incluyendo su derecho a equivocarse. ¿Qué quiere ser usted, agnóstico? Caramba, pues magnífico. ¿O un fiel adherente a un credo ortodoxo? ¡Excelente! ¿Cuáles son los límites? Pues las reglas inherentes al Estado de derecho. Incluso lo que está establecido en el derecho romano hace más de 2000 años. No matar, no robar… una serie de decálogos que son los respetados en el mundo civilizado. Las reglas mínimas de convivencia civilizada.
En la prisión, en esa búsqueda, encontramos la Declaración Universal de los Derechos Humanos, del 10 de diciembre de 1948. En treinta artículos, después del fin de la Segunda Guerra Mundial, tras la experiencia horrible del Holocausto, la Declaración recogía un poco ese espíritu de que la libertad religiosa, la libertad de conciencia, la libertad de reunión, la libertad de asociación, la libertad de expresión del pensamiento, junto con el derecho a la vida, son sagrados.
Así que adoptamos la Declaración en nuestra primera época de encarcelamiento (1967-1976). Ella posibilitó el surgimiento del Comité Cubano Pro Derechos Humanos.
Más tarde usted volvió a ser encarcelado, permaneció en prisión entre 1980 y 1985…
Así es. Pero quiero referirme a la naturaleza del Comité Cubano Pro Derechos Humanos. El Comité fue, y sigue siendo, una idea no recogida institucionalmente. Es decir, no está inscrito en ningún lugar. Desde entonces, para la pregunta de cuántos miembros tiene el Comité, por ejemplo, no hay una respuesta. ¿Cuántas personas conforman el Comité en Caibarién? No se sabe. No se le pide a nadie que ingrese. No se sugiere nada. Hablamos de un espacio abierto.
Los derechos humanos son como el aire que se respira, como la luz del sol que nos alumbra. Derechos irrenunciables. Una especie de mística de que está revestida la existencia de los seres humanos, y que vale la pena defender.
Una mística que sólo es defendida por grupúsculos, como los llama el régimen de La Habana…
Un día fui a una conferencia en la Universidad Autónoma de México, que indudablemente ha sido un centro de apoyo al régimen cubano. Alguien me interpeló aduciendo que éramos unos pocos en relación a los once millones de habitantes que hay en Cuba. Cité a Albert Camus, un dato que había llevado conmigo. Camus se preguntaba cuántos franceses estuvieron en la resistencia contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Del total de la población francesa, ¿cuántos eran los militantes de la resistencia? Según Camus, menos de un cuarto del uno por ciento.
La resistencia contra el totalitarismo siempre está conformada por grupos minúsculos. ¿Cuántos eran en la Unión Soviética junto a Sajarov, en un país de más de 200 millones de habitantes? ¿Cuántos conformaban el grupo de observadores de los Acuerdos de Helsinki? Elena Bonner confiesa que nunca llegaron a veinte.
El primer inquisidor es el hambre. A lo primero que estás sujeto cuando disientes es a perder el empleo. En sistemas como el cubano, el Estado es el único empleador. Y debes cuidar a tu familia, criar a tus hijos, protegerlos. Cuando te conviertes en un disidente lanzas por la borda a la familia, a los padres, a los hijos.
Inicialmente, cuando entré en prisión, en 1967, integraba una familia de cinco miembros: mi padre, mi madre, mi esposa, mi hijo y yo mismo. Pero en 1985 esa familia había desaparecido completamente. Del núcleo original, de la familia donde crecí, no quedó nada. Ni las personas, ni los recuerdos, ni las fotografías, ni el muchacho aquel… Nada. A veces me pregunto: ¿tenía derecho a imponerles ese sufrimiento?
Como he dicho otras veces, sí, tengo entusiasmo para trabajar, desde el punto de vista del activismo. Pero en el terreno personal padezco una profunda depresión. No me repongo de la tristeza. Nada puede retribuir el precio que he debido pagar por mis actividades. No hay retribución posible.
Háblenos un poco de la fundación del Comité Cubano Pro Derechos Humanos…
Han pasado treinta años desde la fundación del Comité. No me considero ni muchos menos su centro, sólo un miembro más. Hoy en día muchos de los fundadores han muerto… no me gusta hacer listas de ninguna índole, es algo a aclarar de parte de los historiadores. No soy un historiador, más bien sigo siendo un activista.
Dentro de Cuba acaba de morir Gustavo Arcos Bergnes. Él también accedió a integrar el Comité. Lo menciono porque era un hombre muy especial. Había sido asaltante del cuartel Moncada con Fidel Castro, había estado involucrado en los preparativos de la expedición del Granma —no pudo embarcarse por la invalidez de una de sus piernas, consecuencia de una herida sufrida durante el asalto al Moncada—, había sido embajador de Cuba en Bélgica y había renunciado a ese cargo… Luego había regresado a Cuba y por sus actitudes contestatarias lo habían encarcelado dos veces.
A través de Gustavo entramos en contacto con Marta Frayde, que había sido amiga de Fidel Castro ya desde la época de la ortodoxia. La habían designado embajadora en la UNESCO en 1959, y había renunciado a su cargo también. Había regresado a Cuba para protestar.
Hacia 1972 ó 1973, desde la cárcel, comenzamos a enviarle cartas, pequeñas notas, a Marta Frayde, para que nos ayudara en la UNESCO. Sabíamos que había conocido a algunos de los fundadores de Amnistía Internacional, al embajador de Irlanda, a otras personalidades.
Hablo de una época en que el movimiento mundial de derechos humanos apenas existía. Amnistía Internacional surge en 1967, pero sólo adquiere fuerza en los años setenta. Humans Rights Watch no aparece hasta 1982. A mediados de los setenta, en Europa del Este, con el movimiento de Sajarov en la antigua Unión Soviética o la Carta de los 77 en Checoslovaquia, se produce un despegue. Y luego, a principios de los años ochenta, surge el Sindicato Solidaridad en Polonia.
En prisión recibíamos estos reflujos a través de la radio internacional, de alguna manera se introducían radios portátiles. Escuchábamos la BBC de Londres. Luego intentamos dirigirnos a algunos de estos movimientos europeos, comunicarnos con ellos, pero ya durante mi segunda etapa en presidio (1980-1985). Es la etapa de mayor auge del Comité.
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