Alexandria Ocasio-Cortez, EEUU, Elecciones
Alexandria Ocasio-Cortez: política, realidad y moda
Cada vez que surge una nueva versión del gastado modelo de la política de las buenas intenciones, la pregunta a formular no debe limitarse a la sinceridad de quien las esgrime, sino a su capacidad para llevarlas a la práctica
Problemas de la política, virtudes de la moda. Alexandria Ocasio-Cortez critica a Trump, pero parece admirar a Melania. Al menos es la visión que ofrecen las fotos que ilustran una conversación entre la candidata demócrata y la actriz Kerry Washington, aparecidas en la revista Interview.
Ni crítica de precios ni apreciación inoportuna. Los $3.500 que cuestan la ropa y los zapatos que exhibe Ocasio-Cortez no salieron de su bolsillo; tampoco son un regalo. Como es usual en esos casos, se trata de un vestuario prestado para las fotografías de la publicación.
Sin embargo, hay una contradicción entre la anuencia —casi la complicidad— de posar con unos stilettos negros de Manolo Blahnik, luego de que tras su victoria electoral colocara la foto de unos zapatos gastados y con las suelas rotas —“Respect the hustle”, escribió bajo la imagen— como ejemplo de su labor tenaz y sin recursos al solicitar el voto puerta por puerta.
Ese respeto que reclama por su ajetreo, durante años de trabajo social, empequeñece algo ante un retrato cercano a Sex and the City, o del glamour con un fondo de activismo alegre y deterioro triste: nada ajeno a una campaña publicitaria de Benetton.
Una contradicción que no es solo de imagen sino de sustancia; más bien de falta de esencia.
Las ideas progresistas que Ocasio-Cortez plantea —Medicare para todos, enseñanza gratuita en universidades públicas, considerar como uno de los derechos humanos el tener vivienda— merecen un acercamiento más serio que el discurso socialista en la bodega o taquería de la esquina, bajo la justificación de que allí la conocen a diario: el populismo de izquierda es tan funesto como el de derecha.
Cada vez que surge una nueva versión del gastado modelo de la política de las buenas intenciones —tan común en todo el espectro político—, la pregunta a formular no debe limitarse a la sinceridad de quien las esgrime, sino a su capacidad para llevarlas a la práctica.
Entonces la línea divisoria entre una estrella política en ascenso y una luciérnaga de temporada queda en penumbras: cabe la duda de si Ocasio-Cortez adelanta hacia una versión femenina de Barack Obama (quien apoya su candidatura) o se queda en una imitación progre de Sarah Jessica Parker.
Aunque quizá sea más justo darle a Trump lo que es de Trump —su presidencia como justificación del triunfo en el Bronx de la demócrata— y devolverle a Melania los “manolos”.
Buscar por lo tanto más atrás —también en ropa y zapatos— y encontrar que Osario-Cortez se parece bastante a una Sarah Palin en sentido contrario: dinámica, activa, atractiva, pero igual magnetismo para los errores, las meteduras de pata y los testimonios fehacientes de su desconocimiento.
¿Hasta dónde resulta novedosa? Seguro lo fue su candidatura —en las primarias derrotó a Joe Crowley no porque este fuera un ogro reaccionario sino porque los votantes lo asociaron con la imagen de la vieja política—, pero queda por ver si su proyección como miembro de una familia pobre, quien gracias a los esfuerzos de sus parientes logra estudiar en la Universidad de Boston, se diluye en vanidad y acomodo al llegar a Washington, en caso de una victoria electoral.
Si ello ocurre, será más bien esa historia repetida una y otra vez en la vida política de esta nación: las fotos con el traje sastre y los zapatos prestados convertidos en un anticipo, una especie de vuelta al pasado en forma de futuro.
Esgrimir estas dudas no excluye la esperanza en la astucia y perseverancia de la joven demócrata. Preferir la perspectiva de la mujer política frente a la mujer del político: las huellas tenues de Melania Trump, que en estos días recorre la ruta de los esclavos africanos, mientras su marido se empeña en nuevos retrocesos.
Esta columna también aparece en el Nuevo Herald.
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