Actualizado: 02/05/2024 23:14
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Política internacional

Amistades sospechosas

Los amigos de Cuba se reconocen porque intentan propiciar los cambios que la Isla requiere sin volver la espalda a la oposición y a la reprimida sociedad civil

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En alguna parte de sus Ensayos, Montaigne recuerda que Aristóteles consideraba a los buenos legisladores, y yo diría que hasta los malos, como a personas que cuidan más de la amistad que de la justicia. Si lo pensamos un poco, esta idea puede aplicarse, y en un sentido peyorativo, a las amistades que, de un modo u otro, pueden atribuírsele a Cuba durante los últimos cincuenta años. Que han sido muchas.

Y es que la amistad, como cualquier otro sentimiento, puede ser engañosa, falsa e incluso dañina. Para empezar, hay quienes equivocan el objeto a amistar, y resulta que son amigos de alguien que no es quien ellos creen. Son los que, en el caso, limitan su idea de Cuba a las autoridades, sin considerar siquiera si están o no legitimadas por unas elecciones democráticas. Analogía que, por supuesto, ha sido y es alimentada por el régimen. Por eso el punto de vista oficial identifica “opositores” con “traidores a la Patria” o “mercenarios al servicio de una potencia extranjera”, y no pocos lo asumen sin contrastar. Que, “buenos legisladores” al fin, cometan con ello una injusticia, parece no importar.

De tal modo estos (los llamados “amigos de Cuba” en el sentido de “amigos de la revolución”; léase del régimen) ignoran clamorosa e injustamente al pueblo. O lo comprenden mal si es que lo comprenden de algún modo. Sin embargo, lo peor de este tipo de relaciones quizá sea su pretensión de potenciar el concepto mediante combinaciones imposibles.

Éste fue, por ejemplo (y aún más si añadimos los insanos y no muy ocultos intereses), el sentido de la “amistad” de la URSS; y éste es el sentido (también aún más si hacemos el mismo añadido) de la “amistad” del Gobierno de Venezuela y de algunos artistas, escritores y otras personalidades que (además del añadido en cuestión) no superan el trauma que comportaría sustituir o, incluso, vaciar el altar de sus creencias.

La otra amistad extrema llega de EEUU. Éste ha sido el único país que, por diversas razones, escogió sin ambages a la sociedad civil opuesta al régimen, pese a los perjuicios económicos y políticos que ello le ha acarreado. De ahí (y es triste lo que escribo) que vea su amistad, por muy controvertida que sea, como la más auténtica. Autenticidad que necesariamente no significa que complazca, sea eficaz y goce de una salud y de una transparencia a prueba de intrigas. Hay elementos de distracción que opacan bastante la naturaleza y la justicia del vínculo. Pienso, por ejemplo, en el embargo comercial que el régimen y sus “amigos” denominan “bloqueo”. También en la historia de las relaciones de EEUU con Latinoamérica que, convenientemente tratada en los colegios y en los medios masivos de comunicación de la dictadura (esos intensos “lavaderos de neuronas”), despiertan no pocos y sí muy comprensibles recelos.

Pero dejemos las generalizaciones y vayamos directamente a un asunto de hoy que parece resumir, si bien en otra zona de la situación y con otros actores o “amigos”, esa extraña noción de la amistad y su nexo con la justicia. Hagámoslo a partir de esta pregunta: ¿Cómo identificar a los amigos de Cuba, en relación con los amigos de la dictadura e, incluso, de los amigos de todos o de todo? O de éstas, más específicas y, por tanto, más apropiadas para situarnos, por fin, en el tema: ¿Es amigo de Cuba el Gobierno socialista de España? ¿Lo es la Iglesia católica, pensada como Estado?

Es cierto que el gobierno de Rodríguez Zapatero y la Iglesia católica aparecen como factores claves en la excarcelación progresiva de los presos de la Primavera Negra de 2003 y, ahora, de otras oleadas represivas. (He ahí el porqué de las dos preguntas finales). Si hiciésemos una leve incisión y mirásemos en el interior de los hechos seguramente la valoración cambiaría, pero las apariencias son las apariencias y, en efecto, a primera vista lo que sucede puede parecer incuestionable.

Lo primero es que al comienzo del proceso vimos sentados a la misma mesa a los máximos representantes de la Iglesia católica cubana y a Raúl Castro. Y la reunión, a juzgar por lo que se dijo y pudo apreciarse, transcurrió en un ambiente afable, distendido… amistoso. El Gobierno español no aparece en esa foto, pero ni falta que hace: los acontecimientos previos y posteriores desvelan fehacientemente el calibre de su participación y, por lo mismo, de su “amistad” hacia qué Cuba.

Desde aquel primer momento se aprecia un problema: en la foto sólo se hallaban los que se hallaban en busca al parecer de esas excarcelaciones que, sin duda alguna, ya el régimen —que se encontraba en una posición incómoda por la muerte de Orlando Zapata y las marchas incontenibles de las Damas de Blanco— tenía decididas. Digo “al parecer”, porque el resto poco o nada tiene que ver con los presos políticos como tal. ¿Acaso, por ejemplo, se intentó lograr avances sólidos en el respeto de los derechos humanos y la democratización de la Isla?

De la Iglesia católica, que lo mismo reza por la liberación de los presos políticos que por la recuperación de la salud de Fidel Castro, no se puede esperar gran cosa. Si el régimen le da algún obsequio a cambio (y se lo da: ya hubo, por ejemplo, alguna misa televisada y se autorizó una gira por el país de la imagen de la Virgen de la Caridad), jugará su papel en beneficio, con o sin su voluntad, del castrismo: pedirán a sus fieles resignación y les ofrecerán, a cambio del paraíso terrenal fallido del comunismo, el paraíso celestial indemostrable del cristianismo.

¿Y del Gobierno español? Un poco lo mismo. Pese a que la crisis económica lo ha llevado a adoptar medidas en España dictadas por el mercado y que, como tales, hacen guiños a la derecha, su sangre se halla enturbiada con los dogmas y mitos ideológicos del pasado siglo, entre los que la llamada Revolución Cubana tiene un índice especialmente alto. De ahí que actúe intentando no enfadar a la dictadura. Eso es lo que sugiere el hecho de que los contactos oficiales con la oposición hayan sido escasos, si no nulos. Y aún más el tratamiento que han dado a los presos políticos desterrados a España, negándoles el reconocimiento del estatus de refugiados políticos mediante el ardid de ofrecerles en su lugar el de “protección internacional asistida” con permiso de residencia y trabajo. ¿No se percibe el tufillo de un poco fiable y nada justo pacto con el régimen?

Este podría ser el resumen de los beneficios del arreglo: el régimen suelta lastre y se lava la cara sucia con otra muerte, el maltrato físico a las Damas de Blanco y los propios presos; la Iglesia católica, aparte de cumplir con su misión que, ya sabemos, es supuestamente apolítica, obtiene protagonismo y más espacio o presencia en el país; y el Gobierno español se lanza con ese argumento a la conquista en Europa de lo que no pudo obtener durante su presidencia de la Unión Europea: la supresión de la llamada Posición Común; propósito que se parece más a un empecinamiento del hasta hoy ministro de Exteriores, el señor Moratinos (seguramente con ese trasfondo ideológico antedicho), que a un punto de vista razonado; además de velar, pase lo que pase y gobierne quien gobierne, por la también antes mencionada ampliación de su parcela de influencia en la Isla y sus sacrosantos intereses materiales.

De ahí la pertinencia de las preguntas que planteo más arriba. En ese orden, para identificar a los amigos de Cuba sólo se me ocurre una respuesta: los amigos de Cuba se reconocen porque intentan propiciar los cambios que la Isla requiere sin volver la espalda a la oposición y a la reprimida sociedad civil, sin perder de vista que la dictadura existe y que debe ser presionada sin tregua en el ámbito político de modo que jamás pueda sentirse reconocida como modelo civilizado; pero a la vez procuran no darle justificaciones suficientes para que se atrinchere. La Posición Común de Europa va por ahí. (Y añado una digresión insoslayable: Por esta razón debemos esperar, como todo parece indicar, que se rechacen los “argumentos” —así, entre comillas— que por estos días presenta el Gobierno de España para que se elimine.)

Si aceptamos esto, entonces la respuesta a la pregunta de si el Gobierno de España lo es, es NO. El Gobierno de España, pese a sus supuestas buenas intenciones, al menos no es el amigo que Cuba necesita. No puede serlo quien parece ignorar la naturaleza de la dictadura y, por ello, dice creer, supongo que ingenuamente, en la posibilidad de un cambio dialogado que ignora a la oposición interna, a los exiliados y al pueblo. Ni puede serlo quien magnifica la supuesta generosidad de un gesto como el de las excarcelaciones cuando esos excarcelados jamás debieron ser encarcelados; cuando lo único que ha ocurrido es que la pena de cárcel ha sido sustituida por la de destierro; cuando la dictadura no reconoce ni de lejos haber cometido una injusticia y, por si fuera poco, continúa el acoso a cualquier forma de disidencia y, más importante aún, cuando el aparato legal y logístico que se utiliza para reprimir continúa erigido sobre la Isla como una inmensa guillotina lista para cortar las cabezas que hagan falta.

Entonces la respuesta a la pregunta de si lo es la Iglesia católica tampoco puede ser diferente. La Iglesia, pese a (o precisamente por) su actitud aparentemente conciliadora, ha guardado por décadas un silencio cómplice. Silencio o ambigüedad que, en general, parece ser su actitud más característica frente a las dictaduras.

De todos modos debe reconocerse que las dictaduras, por ser la anomalía social que son, tienden a dificultar el contacto del resto del mundo con los pueblos sometidos. No sólo sus mensajes son engañosos, lo es también el comportamiento mismo de la población, forzada a subsistir aunque sea manteniendo una moral escindida, con una parte visible y otra, la más importante, oculta; y donde la visible es, como en el síndrome de Estocolmo, de apoyo unánime al opresor. Así cualquier gesto tiende a tener una lectura un tanto imprecisa, con consecuencias que suelen ir distorsionándose a medida que atraviesan, uno a uno, los filtros minuciosos del régimen.

Pero ya sea por esto o por motivos puramente ideológicos, lo cierto es que estos “amigos” son como mínimo sospechosos. Actúan igual que los legisladores de Aristóteles: cuidan más de la amistad (hacia el régimen, insisto, no hacia Cuba) que de la justicia.



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