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Venezuela, Cuba, Maduro

¿Cómo no me voy a reír de La OEA?

Entre la cobardía de unos y la complicidad de otros, Maduro ha recibido la señal de que tiene carta blanca para hacer lo que quiera con Venezuela, considera el autor de este artículo

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Los venezolanos le han robado la consigna a Pánfilo y han salido reclamar su “jama” frente a las mismas puertas del palacio de Miraflores.

La escena ha dado la vuelta al mundo, si bien algunos medios matizan diciendo que se trata de una protesta de las “clases medias”. Lo cierto es que los que se ven gritando en pantalla tienen cara de todo menos de “niños bien”, se trata gente humilde, trabajadora, reclamando un derecho tan simple como el de comer. Al parecer han dejado atrás —no por satisfecha la demanda— aquella etapa “prosaica” de exigir papel higiénico; también la otra de falta de azúcar, por no hablar de la de broncas por un par de cebollas en los mercados. Por cierto, con la que se veía venir bien pudo demorarse el desmantelamiento de los centrales de azúcar en Cuba; por muy poco rentable que estos fueran, al menos habrían servido para garantizar, al “hermano pueblo venezolano” el refresquito que haga pasajero el calentamiento global, retribuyendo con la sacarosa tanto petróleo regalado, además de mantener la dignidad laboral del trabajador azucarero cubano hoy desempleado.

Maduro lo está haciendo muy mal la verdad, no porque sea incapaz de garantizar un buen de vida de la población, lo cual es pedir peras al olmo de un sistema que hace de la miseria un medio de dominación, sino porque mantiene el totalitarismo parado en la mitad de la construcción, en el mismo punto en que lo dejó Chávez antes de que “lo murieran”.

Es que en Cuba, tras 17 de Revolución (recordemos que la Bolivariana comenzó oficialmente en 1999), no se daban esos espectáculos tan bochornosos de multitudes de gente gritando “Queremos comer”, y de los que, hasta la televisión sueca, tan poco interesada en Latinoamérica, se ha hecho eco en estos días. Para esa época, digamos 1976, el empleo había sido debidamente monopolizado por el Estado, la oposición suprimida (lo mismo armada que pacífica), en cada barrio establecido un Comité de Defensa que lo vigilaba todo y la pobreza convenientemente repartida para que doliera menos con la ayuda de la libreta de racionamiento.

Pero como en Venezuela no hay nada de esto, la gente sale a la calle y grita, y lo hace de manera tan desesperada que a veces dice cosas de las que pueden valerse sus enemigos. Por ejemplo, cuando piden que alguien desde afuera a salvarla. Con esto están sirviendo en bandeja la idea de que no quieren a su patria, como decía el 2 de junio pasado, a sus oyentes Edmundo García desde su programa digital en Miami La tarde se mueve, algo que choca un poco cuando acababa de retransmitir un programa de Rusia Hoy en el que Fabián Escalante alababa a una agencia de inteligencia extranjera —la KGB— por su rol en la formación de la contrainteligencia cubana, la misma que hoy controla la “seguridad” venezolana.

La fórmula venezolana para enfrentar las protestas es otra, la de acusar al sector privado de la escasez, como si los capitalistas —quienes para serlo están dispuesto a perder todo menos el dinero, y que hacen política a través de sus políticos profesionales— se guiaran por la misma lógica de un Estado socialista, donde la propiedad sobre los medios de producción subordina la cantidad, la calidad y la ganancia de lo que se produce a la política, aunque esta nos lleve a la ruina.

Para conseguir este resultado los medios de propaganda gubernamentales en Venezuela y sus aliados se ayuda de casos puntuales, sabrá Dios si fabricados por los mismos agentes oficialistas infiltrados en las empresas, como es el del Complejo Industrial Ovomar, acusado en estos días por el diputado del Bloque de la Patria, Ricardo Molina, de tirar “tres millones de huevos” a la basura. Vaya forma de hacer dinero que tienen sus dueños.

Pase o no pase el cuento, al Gobierno venezolano siempre le quedará La Habana para emendar sus faltas. Recordemos cuando le sacó las castañas del fuego organizándole aquel autogolpe de Estado de 2002, que salvó a Hugo Chávez, de un linchamiento popular, de un ajuste de cuentas en “su propia madriguera”, ese palacio de Miraflores, hoy mejor reguardado por los escudos de la policía frente a los “escuálidos” que, sin la fuerza de antaño para la acción política de masas, solo les queda pedir comida, como si merecieran el triste apelativo que les dio el teniente coronel golpista cuando ya era presidente. Aquel operativo militar —al que tanta lasca le sacaron los propagandistas del chavismo— sirvió de paso para hacer caer en la trampa a todos lo que creyeron que un ejército tan penetrado desde fuera como el venezolano (la trayectoria conspiradora de propio Chávez lo demuestra), se pondría al final del lado de su pueblo.

Catorce años después La Habana (o quienes están detrás de ella) vuelve a mover hilos para salvar a sus protegidos en Caracas, y ha tirado tan duro que obligó a recular a ese paladín liberal de Mauricio Macri, desde ahora “Micro”, para los opositores venezolanos.

El mejor resumen de este último servicio cubano lo tenemos en la declaración del Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX) del mismo 2 de junio. Aquí se nos habla de que Venezuela (entiéndase el Madurato) “libró una dura y victoriosa batalla diplomática en la Sesión Extraordinaria del Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos, celebrada el miércoles primero de junio, contra el plan injerencista del imperialismo y las oligarquías”. Y como la madre que no repara en daños para salvar a un hijo se arremete contra el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, olvidando sus declaraciones de marzo en las que decía que “corazón siente que Cuba debería estar de vuelta” a ese organismo, las palabras fueron dicha por el exministro de Asuntos Exteriores uruguayo en una conferencia realizada en el Instituto de América Latina de la Academia China de Ciencias Sociales (ILAS CASS) de Pekín.

El caso es que no puede haber piedad en la declaración con Almagro, cuyo amago de tratar de aplicar el artículo 20 de la Carta Democrática Interamericana, dirigido a lidiar contra las rupturas o alteraciones graves del orden constitucional, sería la base del presunto plan imperialista y oligárquico. De paso se recuerda que dicho artículo no fue invocara cuando “el golpe militar de 2002 contra el presidente Hugo Chávez Frías”, “a buena hora mangas verdes”, cuando fue precisamente ese “dale palante y dale patrás” de los gorilas venezolanos lo que mantuvo en el poder a un personaje imprescindible para Cuba en aquellos momentos. Otra cosa sería cuando llegara la hora de sustituir al payaso amigo de Fidel, pero demasiado creído de sí, por el burócrata oscuro y amaestrado por Raúl que recordando sus tiempos de chofer de autobús conduce a Venezuela, por la ruta exacta que se le dicta desde Cuba, sin desviarse ni una cuadra, por más que griten “PARAAA” las masas apretujadas en su “guagua”.

Al final, hoy con los venezolanos, como ayer contra cubano, se pone en evidencia que el problema no es exclusivamente interno, y solo puede solucionarlo el mismo pueblo, nadie más hará nada y mucho menos esa organización dejada de la mano de los norteamericanos desde hace décadas y maniatada por los gobiernos del ALBA-TCP, esos que tiraron una vez más la toalla al régimen bolivariano, a decir del MINREX, con los “serenos argumentos de los que han elegido el diálogo, el respeto entre naciones y la paz como normas de su diplomacia, y la mesurada pero clara resistencia caribeña”. Entre la cobardía de unos y la complicidad de otros, Maduro ha recibido la señal de que tiene carta blanca para hacer lo que quiera con Venezuela. ¿Cómo no me voy a reír de La OEA?


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