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Confusiones dentro de la confusión

La historia poco conocida de las elecciones norteamericanas

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Con excusas a Regis Debray.

Sin entrar en la discusión sobre el resultado de la contienda electoral norteamericana que cautiva a millones de personas en Estados Unidos y alrededor del mundo, lo mismo los demócratas que los republicanos que aseguran que la crisis no tiene precedentes en la historia, aparentemente han leído muy poco sobre la historia de su propio país.

Todavía no había salido el sol, cuando el presidente John Adams, en un carro de caballos, comenzaba la larga travesía de vuelta a Massachusetts, resuelto a la descortesía de no estar presente ese día, el miércoles 4 de marzo de 1801, en la toma de posesión de Thomas Jefferson, que lo había derrotado en las elecciones para la presidencia norteamericana.

Años después, en noviembre de 1876, las elecciones entre el demócrata Samuel Tilden y el republicano Rutherford B. Hayes fueron de tal naturaleza que generaron una seria crisis institucional, la que tuvo que ser resuelta durante una contenciosa reunión en la Cámara de Representantes.

Y qué decir de la elección del mártir presidente John F. Kennedy, producto, según aseguran muchos historiadores, de un tremendo fraude electoral en Chicago.

Ciertamente, eran otros tiempos, porque ni el mismo Richard Nixon quiso recurrir a las cortes como sus asesores le aconsejaban. Según Nixon, la paz de la nación tenía siempre precedencia ante semejante cuestión.

Pero como dice la canción, los tiempos cambian, y en medio de otra muy acerba pelea por la Casa Blanca, entre el demócrata Al Gore y el republicano George W. Bush en el año 2000, el asunto se complicó y entonces legiones de abogados tuvieron que revisar miles y miles de boletas en el estado de Florida. A la postre, el asunto tuvo que resolverlo el Tribunal Supremo.

En cuanto a otros personajes importantes, los historiadores hoy están de acuerdo de que el entonces maestro Lyndon Johnson nunca hubiera sido electo a la Cámara de Representantes para representar a un distrito tejano, sin la milagrosa aparición de una caja repleta de boletas, todas a favor del futuro presidente, que aparentemente se había extraviado.

No sé por qué esto me recuerda una frase que repetía mi abuela gallega, ni si tendrá algo que ver con mi análisis. Pero, según ella, que había sido cocinera y que, con gran esfuerzo emprendedor había reunido unos ahorros para construir una casita y alquilarla en Marianao (hasta que la Revolución de Fidel Castro se la expropió de manera arbitraria):

“En todas partes cuecen habas”.

Frank Calzón creció pescando guajacones en una zanja cerca de su casa en el barrio de La Timba, no lejos de la entonces llamada Plaza Cívica en La Habana.


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