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Latinoamérica

Corporativismo al acecho

¿Vendrá el cambio mediante una plataforma populista o moderna?

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En Latinoamérica hay una izquierda dividida en dos: una es progresista y moderada; la otra es recurrente y confrontacional. Michelle Bachelet (Chile), Tabaré Vázquez (Uruguay) y, en menor medida, Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil) han adoptado la modernidad. Hugo Chávez (Venezuela), Evo Morales (Bolivia) y Ollanta Humala (Perú) se rigen por el pasado.

Esa es la verdad indiscutible, pero no toda la verdad. Las divisiones de la izquierda son un reflejo de la ya larga historia de tensiones entre el liberalismo y el corporativismo en la arena política latinoamericana.

El liberalismo defiende los derechos individuales, el pluralismo y el compromiso político. Valora especialmente a los ciudadanos, las instituciones y las verificaciones a las funciones del aparato del poder. La competencia —tanto en la política como en la economía— es su característica esencial.

El corporativismo ejerce el poder dando una lucha sin cuartel a la diversidad y la disensión. Los intereses nacionales o de grupo son su brújula; un sistema centralizado política y económicamente en el Estado es su plataforma principal. Los líderes carismáticos le iluminan el camino a las masas. El populismo y la defensa del pueblo contra la rapacidad de las élites es el lenguaje esencial del corporativismo.

El corporativismo es desde luego la hoja de ruta que conduce hasta Chávez y sus compañeros de aventura. También las mismas razones permiten incluir al presidente de Argentina Néstor Kirchner y al candidato presidencial mexicano Andrés Manuel López Obrador, si no lado a lado, al menos como parientes cercanos.

El corporativismo no es necesariamente de izquierdas. En la década de los años noventa, Carlos Ménem, de Argentina, y Alberto Fujimori, de Perú, gobernaron como corporativistas —destruyendo la separación de poderes del Estado—, mientras que al mismo tiempo ondeaban la bandera del neoliberalismo. Ambos presidentes se hundieron en un torbellino de corrupción, debido, en buena medida, a su aversión a la competencia.

La mentalidad del 'nosotros contra ellos'

Kirchner y López Obrador son los respectivos herederos del peronismo y del Partido Revolucionario Institucional (PRI), y quizá sean los mejores ejemplos de la tradición corporativista latinoamericana.

Juan Domingo Perón —cuya tendencia era cercana al fascismo— despotricaba contra la oligarquía argentina en favor de los "descamisados". El peronismo incorporó a los trabajadores a su corriente política principal. Perón también agrupó a los fabricantes industriales y protegió sus intereses, demonizando al mismo tiempo a los exportadores, a los que acusó de haber saqueado una enorme riqueza del pueblo sin haber hecho nada por éste.

Una mentalidad basada en el 'nosotros contra ellos' empañó la política peronista. Su legado aún está vivo y saludable en la Argentina de hoy en día. Kirchner le ha hecho un gran servicio al restringir la independencia judicial y la libertad de prensa.

Por otro lado, no cabe duda de que el PRI fue un partido de izquierda. La revolución mexicana encendió la llama del nacionalismo y de la causa por las clases populares. El partido fue la fórmula que puso de acuerdo a los caudillos revolucionarios para consolidar su poder. Un poder que detentaron durante siete décadas, algunas de sólido crecimiento económico y gran movilidad social.


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