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Cuba, España, Portugal

Cuando Franco y Salazar le dijeron NO a Estados Unidos

La astuta respuesta del dictador portugués Antonio de Oliveira Salazar al pedido del embajador estadounidense

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Hace un tiempo atrás, en el siglo pasado para ser más preciso, el entonces presidente del gobierno regional de Galicia, Manuel Fraga Iribarne, concedía una rueda de prensa en La Habana, a donde había llegado invitado por Fidel Castro pese a que a ambos los separaba un muro ideológico. El primero había sido ministro del dictador Francisco Franco, había fundado el Partido Popular y era el “comandante-en-jefe” de los gallegos. El otro, era el hombre fuerte cubano también habituado a tener las cosas bajo su control. Se entendían.

La rueda de prensa se desarrollaba bien, con las preguntas complacientes de la prensa oficial, cuestionando sobre el futuro de las relaciones entre los dos países, y Fraga a todos contestaba con plena y sana alegría, uno que otro chiste lateral, diciendo que en democracia las cosas no podían ir mejor entre los dos países. De hecho, recalcó, al día siguiente tenían una “queimada” pública para la comunidad gallega donde los dos políticos departieron largamente con los asistentes en los jardines de la Tropical, frente a los lentes de la prensa mayormente española, fascinada con lo que parecía la “buena onda” entre los dos hombres.

Iba la rueda de prensa de lo más bien, con Fraga alabando las inversiones gallegas en la isla del Caribe cuando un corresponsal extranjero establecido en La Habana puso el dedo en la llaga. “¿Cómo se siente en un país donde hay escuelas con el nombre de Julián Grimau?”. Y ahí se jodió la velada.

Resulta que Fraga era ministro de Información y Turismo del Gobierno de Francisco Franco y Bahamonde en 1963 cuando autorizó la ejecución del escritor comunista Julián Grimau por un pelotón de fusilamiento. Sorprendido por la pregunta, Fraga se levantó furioso y, para disgusto de sus huéspedes, abandonó la sala del Centro de Prensa Internacional. No se volvió a hablar del asunto, más allá de las carcajadas de los periodistas extranjeros —los cubanos no tenían ni idea de lo que se había planteado— y durante el resto del periplo el gallego hizo mutis. Los funcionarios cubanos quedaron molestos con el corresponsal aguafiestas pero, realmente, nadie más volvió a tocar el tema.

Relaciones

Exceptuando el incidente del año 1959, cuando el embajador Juan Pablo de Lojendio, Marqués de Vallisca, interrumpió una comparecencia televisiva de Fidel Castro a los gritos de “aquí se ha ofendido a España” y fue expulsado del país ipso facto, las relaciones entre los dos países nunca tuvieron crisis serias. En el caso de Lojendio, pese a que Franco era fascista, sorprendió entonces que no recibiera al Marqués a su retorno a Madrid o siquiera retirara el resto del personal diplomático de la Isla, sino que se limitó a pedir disculpas a un Castro ofendido.

Hay una razón para esto y que se amplia también al vecino Portugal, donde el dictador Antonio de Oliveira Salazar tampoco cerró su embajada en La Habana y siguió el ejemplo del español manteniendo todos los canales abiertos. Ambos nunca lo quisieron, aunque por razones diferentes. El primero por necesidad, el segundo por astuto.

Cuando a principios de los años 60 del siglo pasado, el Departamento de Estado comenzó a cortejar las chancillerías europeas para que cortaran relaciones con La Habana, exceptuando los países nórdicos, Suiza, Francia e Inglaterra, todos los demás accedieron a los pedidos de Washington. Después de todo, la alianza militar de la OTAN tenía poco más de 10 años en pie y era mejor mantener los nexos de buen humor por aquello de que Estados Unidos todavía estaba pagando la reconstrucción europea. Civil y militar. Pero hubo otros dos, Franco y Salazar que tampoco se montaron en ese barco.

Franco, se descubrió después en los archivos gubernamentales, argumenta al embajador americano que fue a verlo que, en Cuba, tal como en el resto de Latinoamérica, había muchos españoles emigrados y que junto a sus familiares no debían ser alejados de la “Madre Patria”. Los que vivían en Cuba, incluidos. Es por ello que no solo no rompe con Castro como mantiene los vuelos regulares de Iberia a La Habana y los de Cubana a la capital española. Además, hay aquello de que tanto Franco como Castro eran gallegos y entre ellos se entendían. Había su simpatía.

Con Salazar la cosa fue sutilmente diferente. No habiendo un número significativo de portugueses viviendo en Cuba, pero no siendo el portugués muy alineado con los norteamericanos, el embajador estadounidense que fue recibido por él, para explicar el pedido de la administración de Dwight Eisenhower, hubo de escuchar, quizá, una de las respuestas diplomáticas más alucinantes de la era moderna. “Entiendo que Cuba sea vuestro adversario y que se encuentra cerca de sus fronteras. Mi enemigo es Rusia, más cerca de mi que de ustedes. Portugal propone entonces que, si Estados Unidos corta relaciones con Rusia, hará lo mismo con Cuba”. O sea, que somos iguales.

El embajador no supo que contestar, Washington sabia que no podía cortar los nexos con Moscú, y fue así como Lisboa y La Habana siguieron intercambiando embajadores o encargados de negocios, y los vuelos de Cubana de Aviación continuaron libremente repostando en la isla de Santa María, en la Azores.

El autoritarismo tienes estas cosas. Una cierta ética que por veces tiene esa particularidad de poder hablar de tú a tú con los poderosos. Sí, porque, aunque fueran dictadores, Franco y Salazar tenían su ética. Muy particular, pero era su ética.


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