Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Desde el cielo… con Juan Perón

Néstor Kirchner no dejó de apelar a la movilización ideológica, pero siempre tuvo claro que el poder se construye a través de una eficaz red de intereses

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“Hugo, déjate de joder con el socialismo”, dicen que le dijo una vez Néstor Kirchner a Hugo Chávez. Y la cita resume bien una característica de la forma de pensar la política del ex Presidente argentino. Kirchner no dejó de apelar a la movilización ideológica nacional-popular para crear mística en su tropa —y entre los sectores no peronistas que lo apoyaron— que veían renacer los sueños abruptamente cortados de la “gloriosa juventud” de los años 70. Pero nunca tuvo una visión idealizada de la política: siempre creyó que el poder se construye a través de la creación de una eficaz red de intereses (y dependencias) y eso intentó hacer desde que se despegó de Eduardo Duhalde, de la mano de quien pasó de una despoblada provincia del extremo sur argentino a dirigir los destinos del país. La política (el poder) y el dinero (sin la frivolidad que suele acompañarlo) fueron su verdadera obsesión. Kirchner fue, al decir de Maristella Svampa, el Presidente inesperado, que supo captar —con el olfato inigualable de los peronistas— las aspiraciones de la Argentina que trataba de salir de una de las peores crisis de su historia. El antiliberalismo era popular en 2003 y a eso le apostó al kirchnerismo, sin dejar de construir un “capitalismo de amigos” y reescribiendo su propia historia de militantes combativos desde los 70 hasta los 2000.

Ahora es Cristina Fernández —impuesta por él como candidata en 2007— su única heredera. La tentación de comparar este drama con la muerte de Perón en 1974 y su sucesión por su esposa la vicepresidenta Isabel Martínez no es conducente: como se ha señalado por estas horas, ni Kirchner es Perón —pese a las comparaciones de sus más leales seguidores— ni Cristina es Isabelita. La actual mandataria está lejos de la inhabilidad política (y mental) de la ex del General. Pero esto no resuelve el problema. Kirchner era una suerte de copresidente, además de líder del Partido Justicialista, la principal base de apoyo de su “modelo”. Desde ese puesto, el ex presidente garantizaba que gobernadores y alcaldes no migraran a la vereda del peronismo federal (antiK). Los controlaba eficazmente a través de los fondos estatales.

Si algo heredaron los seguidores de Perón es el olfato para saber dónde se gana y dónde se pierde poder, de ahí la máxima partidaria de que el peronismo perdona cualquier cosa menos la derrota. Hasta ahora Kirchner era quien marcaba la agenda, dividía aguas e inspiraba temor en no pocos leales y enemigos. Y su recuperación en las encuestas le permitían soñar con volver a la Rosada en 2011. Estaba en todo: desde sus responsabilidades en Unasur hasta el límite de lo prosaico, como organizar un acto en el Gran Buenos Aires. Pero además era el ministro de Economía en la sombra, y libreta en mano controlaba a diario las cuentas fiscales, dicen que como su abuelo almacenero en la Patagonia, pero sin duda con bastante eficacia.

Ahora se verá si existe o no el “cristinismo”. Muchos de quienes no se animaban a lanzarse para 2011, como el gobernador bonaerense Daniel Scioli, ahora tienen más espacio en la cancha. El peronismo ya es un hervidero. Y el clima no deja de ser raro: no fue la oposición quien derrotó a Kirchner sino él mismo, desoyendo los consejos médicos y yendo de fuga en fuga hacia delante. Como otros caudillos (y esto debería ser un llamado de atención a otros líderes progresistas de la región de que nadie es eterno) sólo construía para él, de allí la duda de si el clima de conmoción y movilización de sentimientos que hoy beneficia a la Presidenta le será suficiente para llenar el vacío. Aunque hoy no es políticamente correcto hablar precisamente de política, eso no impide que la lucha por posicionarse en el nuevo escenario haya comenzado con fuerza.

Sin duda Cristina no podrá gobernar solamente con la base que cree estar haciendo la revolución y necesita renovar las alianzas menos épicas que había tejido Néstor. Como el caso de Hugo Moyano, líder de una CGT más revitalizada aunque sin perder los métodos de sindicalismo filomafioso de la burocracia sindical de la era Menem (y de mucho antes). Moyano no está haciendo la revolución sino construyendo poder, y aunque ya se pronunció por la reelección de Cristina habrá que ver que pasa cuando baje el caudal de mística de estas horas.

Nadie preveía este escenario, en el que los sentimientos se entremezclan con la política y se valora lo bueno de la gestión (redistribución del ingreso, regreso del estado…) por encima de lo malo, y hasta el vicepresidente “traidor” Julio Cobos dice que el Pingüino fue “un gran Presidente”. Está por verse si el kirchnerismo sobrevivirá a su jefe máximo y cómo lo hará. Sin duda, Cristina ya no tiene la sombra de su marido y a partir de ahora será presidente plena, pero deberá construir su base de poder. Aunque en la Plaza de Mayo sus seguidores cantaban “Kirchner no se murió… nos está conduciendo desde ese cielo con Juan Perón” la situación se volvió incierta. Y así se respira al interior del poder.

Kirchner fue velado en la Casa Rosada —símbolo del poder en estado puro, al decir de Susana Viau— a la que quería retornar y no en el Congreso donde el poder se comparte. En la sala del Bicentenario, entre fotos del Che y Salvador Allende que resaltan la cara de mística militante del kirchnerismo apoyado sin fisuras por Madres y Abuelas de Plaza de Mayo; la otra cara de la moneda es el pragmatismo a ultranza con la que convive, en una tensión del propio peronismo. Los comunistas marcharon con la consigna “Hasta la victoria siempre, Néstor”, y en algún barrio “oligárquico” dicen que se escuchó algún vocinazo de festejo.



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