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Cabello, Venezuela, EEUU

Diálogo entre Washington y Caracas, ¿bueno o malo?

El problema venezolano sigue siendo un nudo gordiano, que al parecer ninguna espada querrá desatar

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Con la primicia de la agencia Associated Press este lunes, de que la administración Trump conversa en secreto con Diosdado Cabello, se añade más confusión al ya confuso manejo de la crisis venezolana por parte de Estados Unidos.

Ese mismo lunes en Caracas Cabello negaba rotundamente dichas conversaciones, pero dejando una puertecita abierta: dejó caer que de mantenerlas sería con “la autorización” del presidente Nicolás Maduro. Al otro día, martes 20 de agosto, Trump sazonó la cosa en plena rueda de prensa, cuando aseguró que sí hay conversaciones “con altos funcionarios venezolanos”, aunque “no puedo especificar con quién”.

Por todo eso y más, hay estupor con el tema. Roger Noriega, exsubsecretario de Estado cuando George W. Bush, declaró a El Nuevo Herald de que dichas conversaciones significarían que el actual equipo de Trump se “está quedando sin ideas” en el caso venezolano.

Tiene razón, pero se queda corto. No es que se estén quedando sin ideas, es que nunca las tuvieron claras. ¿Qué pasó con aquel luminoso 23 de enero, cuando toda la oposición venezolana se llenó, obviamente de luz, porque Venezuela “ya tenía” un nuevo presidente? Cuando mediante la magistral estrategia de la troika Pompeo, Bolton y Abrams no solo Venezuela, sino Cuba y Nicaragua caerían víctimas de la recién resurrecta Doctrina de Monroe. (Ay Luis Almagro, no has dicho ni una palabrita sobre el tema).

Aquel luminoso día se apagó, no solo para Juan Guaidó sino para todos a los venezolanos siempre convocados por aquella troika a una victoria inevitable. ¿Y dónde está ahora, gracias a aquellas ideas originales, el flamante presidente? No se sabe muy bien. Hasta hace poco estuvo “representado” en Barbados, conversando con el gobierno de Maduro. Aquello terminó el día 8 de agosto por una orden de Maduro, y ahora, como de casualidad, a los 11 días, salta la noticia de que están hablando directamente con los americanos. No en balde Cabello también dijo que si negociaba era con el “dueño del circo”, en una irrrespetuosísima alusión a la oposición venezolana, y tal parece que Trump ya le había hecho caso. El miércoles 21 de agosto el gobierno venezolano confirmó que efectivamente, desde hacía meses contactaron en secreto con Washington. Mientras los representantes de Guaidó hacían el ridículo en Barbados.

El símil ya se ha hecho: en 2019, la operación Libertad en Venezuela, ideada, alimentada, organizada y dirigida por Estados Unidos terminó con el mismo saldo de la invasión en 1961 de Bahía de Cochinos en Cuba. Washington empujó, pujó, pero no siguió. El mismo Trump se lamentó: Me dijeron que era más fácil.

Así que la “falta de ideas” actuales, según Noriega, provienen de las falsas ideas iniciales. El exilio venezolano ha imitado, lamentablemente, el pecado original del exilio cubano: entregar el ideal político sobre su país a la responsabilidad y dirección de un país extranjero.

La oposición popular venezolana —no la siempre virtuosa élite opositora— tal vez, y lamentablemente, perdió su mayor y legítima fuerza de convocatoria y acción política a causa de aquellas falsas ideas de que el régimen de Maduro se desmerengaba solito por el miedo a los americanos y la traición de las fuerzas bolivarianas.

Y de estas maneras el problema venezolano sigue siendo un nudo gordiano, que al parecer ninguna espada querrá desatar.

Los medios internacionales, analistas y sabios politólogos (no los iluminados de ambos bandos, siempre seguros de la victoria) han mencionado mucho en los últimos meses la realidad de un cuasi empate técnico entre Maduro y Guaidó: de esa manera, ni Guaidó podía derrocar a Maduro, ni Maduro tampoco podría librarse de Guaidó y solucionar la crisis venezolana.

Hermoso pero falso. Esa era la última línea de defensa de los analistas que llevaban a Guaidó en su corazón. Era entendible, pero no objetiva. Porque la base de poder de Guaidó —no importa cuán inspiradora su imagen sea o haya sido— no era propia, sino residía en Washington DC. Y en política, como en todo, el poder es lo que cuenta.

Ahora están hablando Washington y Caracas. Y eso Roger Noriega, no es necesariamente falta de ideas. El sentido común indicaría que por muchas razones están condenados a entenderse, sobre todo por el bienestar de Venezuela. Aunque quién sabe Roger, el camino de lo peor es infinito.


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