Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Planificación, Mercado, Economía

Dos tipos de economía

El futuro inmediato será necesariamente dominado por la planificación económica

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Existen dos diferentes clases de actividad económica humana, imbricadas una en la otra. La primera se dedica a la edificación y el mantenimiento de un medio benigno para nuestra existencia; la segunda a sacar provecho de ese medio, a disfrutar de las bondades que este ofrece, para producir los medios de existencia que, distribuidos entre los individuos, y consumidos por ellos, permitan que se los pueda producir de nuevo, una y otra vez.

La economía, como ciencia, debería tener, por lo tanto, dos áreas diferenciadas una de la otra: la que estudia cómo crear y mantener un medio, y la economía que trata de cómo hacer producir óptimamente ese medio ya creado, de modo que podamos sacarle el máximo de beneficio.

Si hasta ahora no nos hemos dado cuenta de esa distinción, ello tiene su causa en que el medio benigno, habitable, en que hemos vivido hasta ahora, no lo hemos construido nosotros, sino que nos lo hemos encontrado hecho. No obstante, si bien hemos disfrutado despreocupadamente de las bondades de un medio dado que incluso es el responsable de nuestra aparición y evolución como especie, ya tal actitud es insostenible. Es evidente que, al alcanzar los límites del planeta Tierra, cada vez deberemos dedicar un mayor porciento de nuestra actividad económica a mantener ese medio que nuestra propia actividad altera en una medida creciente. Lo mismo ocurrirá cuando la necesidad humana de ir más allá, de edificar otros medios habitables, nos obligue a comenzar a extendernos por el sistema solar.

Lo anterior implica limitar lo permisible en la realización del objetivo del segundo tipo de economía. En los tiempos por venir, la humanidad deberá por sobre todo dedicarse a mantener el medio en que vivimos, y a ampliarlo, no a sacarle el máximo de beneficio al medio en que vivimos.

En definitiva, el vivir en un medio benigno, habitable, que hemos encontrado hecho, mientras nuestra actividad no llegaba a niveles suficientemente elevados para poner en peligro el equilibrio del mismo, nos ha dejado la falsa impresión de que en nuestra actividad económica podemos desentendernos siempre de ese medio. También nos ha dejado la idea equivocada de que, en cualquier situación que nos depare el destino, podemos dejar en manos de mecanismos impersonales la gestión de los recursos de nuestro medio. Tal idea, sin embargo, no es cierta.

La realidad es que los humanos no vivimos en un paraíso diseñado para nosotros. Vivimos en un universo indiferente a nuestra existencia, en el cual deberemos preocuparnos siempre, en mayor o menor medida, por la conservación del medio en que vivimos, e incluso por el diseño y construcción de ampliaciones al mismo. Lo cual evidentemente no puede ser dejado ni al acaso, ni a la mano de Dios, ni a las manos ocultas o los mecanismos impersonales, como los del mercado.

Es cierto que en la segunda economía el mercado es más importante que la actividad económica planificada. O sea, cuando disfrutamos de un medio ya creado, y nuestra actividad económica no ha alcanzado un cierto punto, a partir del cual se pone en peligro la estabilidad de ese medio, lo mejor para administrar nuestros recursos es dejarlos principalmente en manos de los mecanismos impersonales del mercado. Pero también es cierto que en el primer tipo de economía ocurre por completo al revés. La primera economía es por sobre todo una economía de la planificación, o sea, de en esencia trazarse metas determinadas, consensuar planes para alcanzarlos, y luego seguirlos, aunque claro, sin dejar de constantemente corregir el rumbo ante las sorpresas que inevitablemente nos traerá la realidad.

Es necesario señalar que aquí no nos referimos a la planificación, practicada hasta ahora en los socialismos leninistas, como la única posible. Una planificación que en esencia no es más que una mala copia de las economías militarizadas de la Primera Guerra Mundial, en especial de la alemana, hecha por Lenin y aplicada entonces y después en culturas con burocracias gubernamentales de una eficacia muy inferior a las de Gran Bretaña, Francia o Alemania. Damos por sentado que hay formas más complejas y participativas de planificación, que ya de hecho son la esencia de las economías de las naciones más desarrolladas, o de las grandes empresas transnacionales contemporáneas.

Si bien es cierto que en un medio paradisiaco puede dejársele, en lo fundamental, la actividad económica humana a los intereses no coordinados conscientemente de los individuos (aunque no en lo absoluto), la construcción de ese medio, sin embargo, no puede ser dejada sólo a esos intereses, sino que requiere de un altísimo grado de coordinación consciente entre los individuos.

El futuro inmediato, por tanto, será necesariamente dominado por el primer tipo de economía, y en consecuencia por la planificación económica. La necesidad de administrar los recursos limitados del planeta para no dañar el medio en que vivimos, obliga a una cada vez mayor regulación de la convivencia, todo lo cual sin duda va en contra de la posibilidad de dejar nuestra economía en manos de un mercado autorregulador. El impulso humano a ir más allá, por otra parte, imprescindible para mantener la libertad humana (como hemos intentado demostrar en otra parte), obliga a administrar nuestros recursos en el esfuerzo de crearnos nuevos espacios.

Al imperio casi absoluto del mercado autorregulador, como en el siglo XIX, solo volveremos, alguna vez, en esos medios que nuestros descendientes descubran ya hechos o logren edificar más allá del planeta Tierra. Al menos mientras su propia actividad económica, al interior de los mismos, no ponga en peligro la habitabilidad de los mismos, o el impulso de ir más allá no los vuelva a movilizar en un esfuerzo planificado conjunto.


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