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Hong Kong, China, Protestas, Reflexiones de un cubano guagüero en Canadá

El opio de las sombrillas

Por los últimos dos meses, los estudiantes y una buena parte de la población de Hong Kong han acampado en las calles de la ciudad para reclamar democracia

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Para sacarle el jugo a un botón de amapola se debe empezar por cortarle la piel con el filo una cuchilla y dejarlo desangrar lentamente hasta que el líquido se vuelve una resina amarillenta sobre la cicatriz, que es luego raspada de la superficie de la planta para ser deshidratado y concentrado hasta obtener la sustancia alucinógena, famosa por entretener al cerebro hasta tal manera que aquellos que la han probado tal parecieran no despertar jamás de sus deseos.

Sus poderes narcóticos llevaron a los ingleses del siglo XVIII, que por aquellos entonces expandían sus intereses por la India, a su producción en masa para obtener a cambio la plata que los adictos de la China estaban dispuestos a pagarles por obtener aquel polvo maravilloso.

Cuando las autoridades chinas descubrieron la calamidad que aquel nuevo mercado estaba causando entre sus ciudadanos y sus finanzas, prohibieron su comercialización y declararon el opio ilegal en su territorio, lo que sin dudas insultó a los ingleses, adictos no a la droga sino al dinero que les llegaba de sus clientes, declarándole la guerra al sur de China y ganándola cuatro años mas tarde, en 1842.

El resultado de perder la injusta guerra con que los ingleses sometieron a los chinos incluyó, entre otras demandas. la confiscación de la isla de Hong Kong y luego de otros territorios aledaños, que fueron desde entonces utilizados como puertos de mercancías para el negocio de Europa en la región.

La historia siempre ayuda a aclarar los sucesos que están ocurriendo en nuestros días, con su gracia de contener en celdas los eventos que con trabajo uno va descubriendo y organizando en el tiempo. Los sucesos de como Hong Kong terminó en las manos de los ingleses es sin lugar a dudas fascinante. Habrá sido por el opio o quizá fue simplemente el espíritu colonizador, tan de moda por aquellos tiempos; lo cierto es que el resultado de aquella guerra le cambió el destino a la misma cuidad que hoy se enfrenta de vuelta a su verdadero dueño para reclamarle precisamente la única cosa de lo que tiene ganada fama de carecer, democracia.

Por mas de 150 años la cultura y la economía de la región se vieron fuertemente influenciadas por las costumbres y políticas de los colonizadores ingleses, comparadas con el sistema comunista que Mao y su partido implantaron años después en el resto del territorio chino, lo que condenó a sus habitantes a los sinsentidos caóticos de un sistema experimental que solo les trajo hambre y pobreza.

En los territorios bajo el dominio inglés, los ya establecidos anglo-chinos se recuperaron rápidamente de la invasión japonesa que les trajo la Segunda Guerra Mundial, creciendo independientes y desconectados del resto de sus coterráneos, disfrutando de las ventajas indiscutibles de un sistema menos impositivo y basado en un modelo de producción mucho mas eficiente.

Sin embargo, el mismo incentivo que llevó a la Gran Bretaña a apoderarse de sus colonias en el sur de China la hizo con el tiempo comprender que las presiones del entonces poderoso gobierno de Pekín eran más fuertes que los costos de mantener su colonia al otro lado del mundo.

Con el cambio de mentalidad del gobierno comunista a finales de la década del 70, cuando China comenzó a transformar sus métodos de producción hacia un modelo más capitalista, la economía hongkonesa se vio imposibilitada de competir con sus bajos precios, hasta que en 1997 y bajo la presión de China y las Naciones Unidas, la propiedad de la cuidad regresó de vuelta a sus dueños legítimos, bajo la promesa —sin más fundamentos ni base que la esperanza— de que el gobierno comunista respetaría las leyes y los derechos de los habitantes de la excolonia británica. Y así ha sido, increíblemente, por casi veinte años.

Algunos se atreven a decir que Deng Xiaoping, quien era el máximo líder chino al momento de la transferencia de poder, comprendía la importancia de conservar intactos los mecanismos financieros por los que Hong Kong era famosa en el mundo, así como la conveniencia de usar la recién devuelta propiedad, que en aquel momento representaba más del 10 % de todo el intercambio comercial del país, como puente para la comercialización de los productos chinos con el resto del mundo.

Pero tal parece que en la actualidad Hong Kong ha perdido el brillo que alguna vez tuvo para los intereses económicos de Pekín y su relevancia es importante, pero no tan importante como lo fue hace algunos años atrás, así que para los funcionarios comunistas ha llegado el momento de tomar las riendas y recordarle las reglas del juego a quien va lentamente dejando de ser el hijo especial con privilegios que alguna vez se pensó ser.

A mediados de este año, el gobierno comunista le hizo saber a los ciudadanos de Hong Kong que en las próximas elecciones de 2017, los candidatos para ocupar la máxima oficina administrativa de la cuidad tendrán que pasar el visto bueno del Partido Comunista antes de ser finalmente elegidos. Demanda esta que una buena parte de su población encuentra insultante, y ha motivado protestas de desobediencia pública organizadas por parte de su intelectualidad y la mayoría de sus estudiantes, que en muchos casos no tiene ni tan siquiera edad suficiente para votar y si se saca la cuenta tampoco habían nacido cuando Inglaterra devolvió la cuidad a sus dueños originales.

El movimiento Ocupar el Centro, refiriéndose al centro de negocios de la cuidad, fue el primero en llamar la atención sobre las nuevas demandas del gobierno chino, ofreciéndole a este abrir un dialogo entre Pekín y los habitantes de la ciudad para dejar decidir a la población sobre sus destinos, lo que Pekín decidió ignorar y seguir adelante con su política imperativa, alegando que el estatus especial que Hong Kong ha mantenido hasta ahora —llamado “un país, dos sistemas”— es solo porque el partido comunista así lo había permitido, detalle este que atrajo a su vez la atención de diversos grupos del resto de la población, especialmente los estudiantes, que por los últimos dos meses se han plantado en las calles con sus casas de campaña frente a los cordones policiales, para demandarle a su nuevo dueño que respete el proceso democrático, utilizando sombrillas para cubrirse de los gases lacrimógenos que les arrojan las autoridades y que han devenido un símbolo del abuso del poder contra las demandas pacíficas de los ciudadanos.

La cuidad está sin embargo dividida, en parte por la influencia siniestra y en muchos casos invisible del gobierno de Pekín para confundir a la población, pero en parte también porque Hong Kong es hoy solamente el 3 % de la economía del país y muchos temen que las protestan solo ayudarán a disminuir aún más la importancia que la cuidad tiene para los negocios en la región.

Los empresarios, cuyos negocios e inversiones dependen de la estabilidad de Hong Kong, ven en las protestas un molesto inconveniente, que Pekín utiliza a su vez como bomba de tiempo para que éstas se disipen por su propio peso, sin intervenir directamente en un conflicto que en todo caso le traería una mala reputación.

Habría también que tener en cuenta que geográficamente Hong Kong no es más que una isla conectada por puentes con el resto del país, una cuidad-estado como la catalogan algunos, con escasos recursos naturales, incluyendo fuentes de agua potable para auto abastecerse. Pero es también por estas condiciones que yo me supo en apoyo de aquellos que no se dejan pisotear por las circunstancia y alzan sus voces para reclamar el principio básico del que luego florecen todas las maravillas de la civilización, la democracia.

Sacarle el jugo a la fruta de la amapola podría ser un proceso tedioso, pero arrebatarle la democracia a la piel de una sombrilla ha resultado hasta ahora, por ponerlo de alguna manera, un tarea complicada. Si el gobierno de Pekín no está dispuesto a ceder en sus demandas, por miedo a que estas incentiven otros movimientos democráticos o separatistas en el resto del país, ni los grupos de protestantes en Hong Kong a someterse a las nuevas reglas y aceptar las medidas impositivas del gobierno comunista, tampoco es posible predecir si alguna vez volverá a ser Hong Kong la cuidad que alguna vez fue, cuando era contra todos los absurdos, una colonia inglesa.

¿Acaso es el sistema comunismo peor que el colonialista? Martin Lee, figura emblemática de los derechos humanos en Hong Kong, dijo una frase en una entrevista para CBC Canadá, con la que quiero cerrar mis reflexiones, porque me recuerda además la situación actual de Cuba. Dijo “Un buen líder nunca quiere gobernar como un dictador. Sé bien que es difícil para los dictadores ceder el poder pero la democracia…, y no importa el miedo que los líderes chinos le tengan, ellos saben bien que tarde o temprano se va a imponer en China porque uno no puede detener la marea que es la democracia, sino que uno debe navegar sobre ella”.


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