Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Argentina

El país que se repite

Aunque perdió las elecciones legislativas, Cristina Fernández reacciona como De la Rúa en 2001.

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El análisis público realizado por la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner de las recientes elecciones parlamentarias (en las que el oficialismo perdió, a pesar del inmenso arsenal político que pusieron en juego), y su paralelismo con la absurda interpretación que en su momento hizo el interrupto Fernando de la Rúa de un ejercicio electoral equivalente, hicieron recordar el inicio del famoso 18 Brumario de Luis Bonaparte.

En dicha obra, parafraseando y ampliando una tesis de Hegel, Marx afirma que "todos los grandes acontecimientos y personajes de la historia aparecen dos veces: una vez como tragedia y la otra como farsa".

En Argentina, con posterioridad al domingo 14 de octubre de 2001, día en el que se desarrollaron elecciones legislativas, costaba trabajo aceptar la lectura que hizo el gobierno de la Alianza de los resultados aportados por el sistema democrático. Los millones de votos en blanco y nulos, y la pérdida de las dos cámaras del Congreso frente al peronismo, era la más categórica expresión ciudadana de la necesidad de un cambio de rumbo.

Pero esas muy evidentes expresiones de la realidad no le alcanzaron al presidente De la Rúa para buscar un mayor acercamiento con un entramado social muy sensibilizado. Su proverbial ausencia y la visión errada del entorno marcaron un importante punto de quiebre. Fue esa la última oportunidad que le brindaba la sociedad a un gobierno ocupado en cualquier otra cosa menos en valorar sensatamente el hartazgo social.

Aquellos dirigentes nunca llegaron a comprender que un gobierno no se debe a sí mismo, que un gobierno es sólo un medio y jamás un fin cuando se hacen valer principios democráticos. Su misión radica en el cumplimiento del limitado mandato que se les entrega a través de los votos, para que atiendan y respeten convenientemente los intereses de todos.

Esa Argentina fracturada en sus principales estructuras institucionales, y que atravesó una situación por momentos anárquica, se pudo observar más categóricamente poco después, en medio de los dramáticos acontecimientos del 19 y el 20 de diciembre de ese mismo año, que determinaron la salida obligada de Fernando de la Rúa de la Casa Rosada.

La pérdida del sentido común y de contacto con la realidad fueron entonces algunas de las causas de la abrupta y violenta caída del gobierno.

La autoridad reposa en la razón

Aunque lo ocurrido en la Argentina de 2001 aparece como un evento superado e irreproducible, del que la clase política local desea distanciarse, la lectura que ha hecho la presidenta de la reciente elección significa que aquel punto de quiebre, aun salvando todas las distancias, no ha sido valorado en su real magnitud.

En estas elecciones, el gobierno obtuvo el peor resultado posible. Siete de cada diez argentinos decidieron no acompañarlos. Perdieron la mayoría en las dos cámaras del Congreso, en el conteo general frente al Acuerdo Cívico y Social, en las principales provincias del país, incluidas la determinante Buenos Aires y la Capital Federal, e incluso está en juego el liderazgo en la conducción del Partido Justicialista. Pero, para la presidenta, no hay nada que modificar.

Si las justificaciones del oficialismo para adelantar las elecciones fueron tan cuestionables como las llamadas candidaturas testimoniales —candidatos que ocupan puestos ejecutivos y que se postularon a cargos legislativos que nunca iban a ejercer—, los dudosos datos gubernamentales o la inexistencia de diálogo y consenso entre importantes actores políticos, el análisis que se hace del ejercicio electoral y su consecuente inacción política se suma entonces a todo lo anterior.

Llama la atención que dirigentes que cuentan con impresionantes equipos de trabajo, que poseen experiencia, recursos ilimitados e instituciones a su servicio, y que fueron protagonistas privilegiados de los acontecimientos de 2001, cometan tales pifias de interpretación. Tal pareciera que de nada sirvió lo ocurrido y que se continúa subordinando el análisis sensato y coherente de la realidad a la mirada que arbitrariamente se desea imponer.

Si el gobierno argentino continúa sin prestar atención a los claros mensajes enviados por buena parte de la sociedad, es de prever una disminución gradual de su ya escasa credibilidad y una pérdida de liderazgo, precisamente en el momento en que más lo necesitan. Aunque, en este caso, la inacción gubernamental no llegue a alcanzar la categoría de tragedia, sin dudas es un hecho negativo que plantea una seria interrogante para el futuro del país.

En otra parte de su paradigmática obra, Marx agregaba que "los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio (…), sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos".

Ojalá que la tradición aportada por las generaciones argentinas anteriores les ayude a no caer en la soberbia con la que muchas veces se continúa interpretando la realidad. Ojalá que este momento sea sólo la farsa de aquella gran tragedia de la que casi nadie desea hacerse cargo y que al parecer no se encuentra del todo superada.


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