El triunfo de Bolaños
Crisis institucional, trampas de la oposición y elecciones en nueve meses: ¿Está cerrado el conflicto?
Nicaragua está ahora en primera línea en la lucha por la democracia. La revolución sandinista terminó cuando los nicaragüenses eligieron en 1990 a Violeta Chamorro como presidenta. Fue este un momento luminoso, pero la luz no tardó mucho en apagarse, lo cual no debe asombrar, dada la desconcertante historia del país, pletórica de sultanes como los Somoza y de intervenciones armadas norteamericanas. A pesar de ello, aún hay esperanzas.
Lo que más preocupa ahora al presidente Enrique Bolaños es poder permanecer en su puesto hasta el fin de su mandato, en enero de 2007. Durante algún tiempo, todo parecía indicar que este sufriría el mismo destino que más de una docena de presidentes latinoamericanos en las últimas dos décadas, quienes vieron tronchados sus mandatos antes de tiempo como consecuencia de revueltas sociales o alegatos de malversación. Bolaños, sin embargo, estuvo a punto de dejarlo inconcluso por razones bien distintas.
En noviembre de 2004, los congresistas sandinistas y liberales modificaron la Constitución para restringir los poderes presidenciales. Y en 2002, Daniel Ortega y Arnoldo Alemán fraguaron un pacto que se impuso en todas las instituciones importantes. Únicamente la presidencia quedó fuera de su alcance.
Bolaños no se quedó quieto y contraatacó del mismo modo, desafiando la infracción cometida por liberales y sandinistas, a quienes acusó ante el Tribunal Centroamericano de Justicia, que sentenció a su favor. El Tribunal Supremo Nicaragüense —una rueda dentada más de la conspiración Ortega-Alemán— había declarado, poco antes, los cambios como "constitucionales" y clamó jurisdicción única en el asunto.
Acto seguido se dieron protestas en toda la nación, supuestamente como consecuencia del encarecimiento de los costes del transporte público y los precios de los bienes básicos, pero en realidad dirigidas a hacer dimitir al presidente.
El papel de la OEA
En vez de complacerlos, Bolaños apeló a la Organización de Estados Americanos (OEA) y a la Carta Democrática Interamericana. Una comisión de ese organismo visitó Nicaragua en mayo de 2005. Poco después, el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, visitó el país y nombró al diplomático argentino Dante Caputo como su representante personal en Managua. A finales de septiembre, Insulza mandó a Bolaños una tajante carta en la que lo apremiaba a negociar y lograr un compromiso sin demora.
A mediados de octubre, Bolaños y Ortega habían logrado aplacar la crisis que se avecinaba. Acordaron que el presidente terminaría su mandato, las reformas constitucionales quedarían congeladas hasta que abandonara el puesto, la asamblea legislativa aprobaría las medidas necesarias para que el Fondo Monetario Internacional enviara las cantidades aprobadas de antemano —aún pendientes—, y que los sandinistas se abstendrían de bloquear el Tratado de Libre Comercio de Centroamérica (CAFTA, por sus siglas en inglés).
Después de poner el grito en el cielo por considerar equivocados los acuerdos, los liberales se subieron al carro de los otros.
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