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EEUU, Elecciones, Exilio

El voto de un cubano sobre las elecciones de EEUU

Un voto periodístico antes de las elecciones

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En julio de 2014, abordé por primera y única vez el “parque de las lágrimas”, congestionado por miles de compatriotas, esperando el instante supremo del encuentro impredecible con el entrevistador de la embajada de Estados Unidos en La Habana, que en suerte nos tocaría, para decidir si lloraríamos de impotencia o de alegría.

Los gastados y escasamente higiénicos servicios sanitarios de la cercana funeraria Caballero —la original, no la de Miami— eran obligada visita durante largas horas de espera, transitando de cola en cola, acercándonos a la puerta del imponente edificio diplomático ahora cerrado al público. Entre el silencio y la algarabía resonaban en mis oídos las palabras de una amiga, consolándome antes de enfrentar al destino:

“De la muerte y de la suerte no hay quien se escape”.

Escapado de ambas, he comprendido que tantos cubanos reuniéndose día a día en aquel parque, anhelando lo mismo sin mediar edades, tonalidades de la piel, y hasta pensamientos políticos reprimidos, estábamos allí esperando sencillamente porque tampoco podemos escapar de esa parte de nosotros mismos que se encuentra cruzando el estrecho de la Florida.

Me animo pues a un voto periodístico antes de las elecciones.

Presenciamos el intento de magnicidio mediático contra Donald J. Trump, cuyo primer delito es haber invadido los sacrosantos recintos de la Casa Blanca, donde se le considera un alienígena según la imagen y conducta que para el caso ha sedimentado durante décadas la clase política norteamericana.

Una segunda felonía es haber derrotado a un candidato creído ganador con amplia ventaja antes del combate final.

La culpa de fondo, que hasta hoy sus acérrimos enemigos no se atreven a develar, es proclamar Make America Great Again, cuando su antecesor parecía asegurar con Hillary Clinton, la continuidad de un hipotético cambio que los estadounidenses estaban esperando.

La clave es precisamente esa acostumbrada ambigüedad demócrata a la hora de las definiciones. Quien propone cambios, a largo plazo ha de mostrar algo más sustancial que habilidades histriónicas, está forzado a explicar qué, cómo y por qué propone cambiar las cosas en un país símbolo universal del éxito.

Es difícil trascender la retórica ante las cámaras cuando Michelle Obama acaba de instalarse sobre $20 millones en propiedades, convertida en hija ilustre del liberalismo norteamericano.

En cuanto a pasar de las promesas a los hechos, Biden viene a ser el Joker de Batman montado en un globo, repartiendo billetes verdes a diestra y siniestra, mientras los transeúntes pasan del tedio a la animación disputándose los papelitos que caen de lo alto cual milagro divino.

A falta de algo concreto, les queda a los demócratas un ataque furibundo, un vale todo empleando el más mínimo detalle adverso que la torpeza del condenado les ofrezca ante los poderes casi omnímodos de los medios digitales, capaces de escudriñar hasta un leve desliz de las manos entre Trump y Melania, asomándose a la puerta del Air Force One.

Esta izquierda del Alaska Smoke Salmón y el Chardonnay ha de permitir los desmanes de la otra izquierda, la verdadera —Black Lives Matter, por ejemplo— porque solo así pueden hacerse creíbles los Obama y compañía. Sin embargo, corren el inmenso peligro de la complicidad silenciosa con lo que obviamente no desean para ellos mismos. Semejante actitud es endeble cuando intenta blindar objetivos duraderos.

Síntoma inequívoco de la debilidad demócrata es haber sacado a Sanders de la carrera hacia la nominación. El senador por Vermont representaba la única sinceridad apreciable entre los candidatos. La decisión fue una tímida respuesta para cierto sector del electorado que empezaba a enseñar los puños. Aún no han bajado la guardia.

Entonces llegó a su clímax la operación imagen.

Los anti Trump comenzaron con el coronavirus, motivo de un extendido chantaje sentimental diluido en la lógica de los acontecimientos. Los hechos han demostrado la validez del protagonismo local/estadual frente a una pandemia que por su naturaleza ha retado la sapiencia de expertos y gobernantes en todo el planeta. Al día de hoy el pánico a cedido lugar a una obligada búsqueda de soluciones científicas a mediano y largo plazo.

El juicio actual se acerca a la idea de que el presidente, ni lo habría hecho mejor o peor que sus similares, ni podía ofrecer una solución milagrosa ante el desastre. La dimensión del mal supera cualquier crítica personal.

Involucrados en el linchamiento mediático de mayor connotación que la historia registra, los emporios de la comunicación social van perdiendo credibilidad al ocultar sucesos de gran envergadura, minimizar otros acontecimientos y manipular hasta el delirio la nimiedad vuelta argumento.

Al apelar a la percepción sensorial primitiva, llega una respuesta contraproducente. La gente sencilla, la mayoría, termina saturada de tales prácticas. Los espectadores acaban colocándose en el pellejo del vigilado, despreciando a los vigilantes. Una corriente de simpatía está acunando al presidente a pesar de sus furibundos detractores, porque están ofendiendo la inteligencia de los espectadores.

Por su parte Donald J. tiene poco que decir en política y esto es bueno para él, solo propone conservar al país tal y como es, algo siempre bien acogido por esa mayoría silenciosa que inteligentemente evoca como factor de triunfo. Recordando a los farmers, lejos de las universidades y pegados a la tierra que alimenta a todos, inteligencia no equivale a títulos colgados en la pared.

¿Debemos creer en las encuestas?

Las encuestas me recuerdan la educación comunista de mi juventud: la verdad no está en los hechos, los hechos han de acomodarse para justificar la anhelada “la verdad”. No obstante, las últimas cifras están acercando los porcentajes, avizorando un empate técnico que preconiza otro desastre de los favoritos pre competencia. Por cierto, en Cuba suele decírsele a tales triunfadores: “El «ganado» está en el potrero”.

Gobernar tiene sus ventajas: las últimas firmas presidenciales son dignas del mejor populismo cuasi socialista: exención de impuestos, moratoria a los desalojos y prórroga de los subsidios por desempleo, entre otras medidas que ya quisieran en sus países la totalidad de los emigrantes latinos en EEUU.

La economía da signos iniciales favorables al multimillonario presidente. A quienes auguran el diluvio les recuerdo a Luis XIV de Francia.

Basta con que el temporal demore tres meses.

A cien días del día D, me asalta una frase popular hecha célebre por Stephen King: When shining, Will shine. Es decir, cuando esplenda, esplenderá.

Finalmente, ¿Qué pintamos los cubanos en esta historia?

Nuestra mejor respuesta se atiene a la filosofía presidial, acorde a la cárcel que tenemos por Isla, de alguna manera extendida al exilio obligado por el mundo. Nosotros estamos incapacitados de ejercer el derecho al voto y cada día sumamos compatriotas al imperativo de un cambio en nada parecido a los carteles electorales de Barack Obama.

Entre cubanos la decisión es sencilla porque el cambio significa alcanzar ese estado de derecho que honran la mayoría de los estadounidenses desde hace dos siglos. Presos, al fin y al cabo, quien nos ayude a quebrar barrotes, ¡bienvenido sea!


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