Errejón y el momento de reversibilidad en Podemos
La pregunta que abre Errejón tras su salida gira alrededor de una renovación del partido
Hace exactamente dos años analizábamos la fractura de “ideas” en el interior de Podemos. El punto más álgido fueron las semanas antes y después del segundo congreso del partido en Vistalegre hacia 2017. Ya entonces el momento de la “remontada electoral” de la nueva fuerza política había concluido, y el programa “Recuperar la Ilusión” intentaba trascender el cierre de una lógica hegemónica ajustada a la “unidad”. Obviamente, no se trata de negar la existencia de la hegemonía en la formación de una cultura política, sino más bien de señalar que la hegemonía, en ningún caso puede agotar el movimiento democratizador. En otras palabras, ahí donde la hegemonía se instala como límite interno en una gestión, es también el lugar en el cual se cierra el pulso democrático. Por eso sugeríamos que el errejonismo tenía la posibilidad de encarnar una postura populista madura, capaz de mantener el disenso político dentro y fuera de sus filas. Esta posibilidad se vio truncada rápidamente en Vistalegre 2 con zancadillas electoralistas que han sido documentadas, tras el corrimiento de Íñigo Errejón hacia la plataforma Más Madrid con Manuela Carmena.
Vistalegre fue un verdadero atolladero y desde entonces el declive de Podemos como fuerza política ha sido más o menos sistemático. El golpe de gracia fue la estrepitosa derrota de la candidata Teresa Rodriguez en las elecciones andaluzas el pasado diciembre. En cierto punto, la salida de Errejón de Podemos es sintomática, aunque previsible. Lo único que ha sorprendido es que no haya sido antes, puesto que, en política, como en ajedrez, los tiempos de cada jugada son modales dentro de un sistema de casillas dibujadas. Toca ver si en los próximos meses Errejón sale victorioso en la Comunidad de Madrid. Puesto que una victoria le otorgaría una legitimidad relativa a su desmarque. Además, una Más Madrid exitosa abriría la posibilidad de una reorientación de Podemos, pues demostraría que la fórmula errejonista, basada en consensos amplios, sería el revulsivo para un partido anquilosado por el acoplamiento a sus principios.
En efecto, la pregunta que abre Errejón tras su salida gira alrededor de una renovación del partido. Es cierto que como ha visto el politólogo Gonzalo Velasco, la salida del errejonismo radica en la búsqueda de una legitimidad por fuera del voto de los inscritos. La transversalidad implica, en cada caso, una apertura hacia una aglutinación social en función de las mutaciones que se van dando en la realidad social. Pero no es menos cierto que un segundo movimiento radicaría en la posibilidad de una reforma interna al interior del partido. Como es sabido, Más Madrid es solo una plataforma electoral y su meta a corto plazo es ganar la Comunidad en alianza con el Ayuntamiento. Pero, ¿y a largo plazo?
En el libro Nudo España (Arpa, 2018), escrito a dos manos entre Pablo Iglesias y Enric Juliana, hay un momento en donde se comenta como en la historia política italiana, el establishment durante décadas le dejó al PCI un cierto grado de libertad para gestionar algunos territorios a cambio de que nunca consiguiera una presencia real en la política nacional. Y esto lo reconoce el propio Iglesias. No cabe duda que a muchos les gustaría ver un escenario en el que el errejonismo quede neutralizado a través de una bunkerización regional. El errejonismo convertido en gestión de un puñado de alcaldías o algo por el estilo. Por eso, una de las disyuntivas que se abren para el futuro del errejonismo no es meramente cortoplacista, sino también de cara a una renovación de escala nacional. ¿Será dicha renovación con Podemos o desde un experimento socialdemócrata cuyo nombre hoy es innominado, aunque imaginable? Ninguno de los dos escenarios serían necesariamente un obstáculo para el errejonismo, aunque sí para Podemos que vive conflictos profundos en los territorios.
En varias comparecencias, Errejón ha buscado dejar algunas rendijas abiertas para una posible transformación de Podemos. En una reciente entrevista en El País, por ejemplo, ha hecho una invitación entrelíneas. Por un lado, ha sugerido estrechar vínculos entre el partido y Más Madrid. Por otro lado, ha pedido que el partido sea más permeable y abierto. Pero esto segundo es solo posible en la medida en que el partido cambie radicalmente de dirección. No puede ser de otra forma. El gesto de Errejón pone en evidencia que su salida también busca incitar un cambio de rumbo en la formacion política. Esto explica por qué la apelación de Errejón a Podemos se ha ceñido más en una clave “originalista” (el ideal originario del partido) que rupturista.
He aquí una de las diferencias irreductibles entre Íñigo Errejón y el líder independentista Carles Puigdemont, al cual en los últimos días se le ha equiparado. Mientras que Puigdemont, desde Waterloo busca mantener la tensión en el frente convergente con un nuevo movimiento político (La Crida Nacional), el errejonismo busca ampliar transversalmente una nueva mayoría electoral. Si Puigdemont busca dar riendas sueltas a una minoría intensa para legitimar su conducción contra posibles competidores del Pdecat, el errejonismo busca la renovación de un partido que pareciera estar dispuesto a sacrificar la realidad por el amor de la Idea. Para Puigdemont la resta es una táctica de poder, mientras que para Errejón, la suma es la única manera de disputar el centro-izquierda. La analogía Errejón-Puigdemont, cándida a primera vista, no capta del todo dos movimientos en direcciones opuestas.
Hay una lectura de la crisis de Podemos que suele enfatizar la insuficiencia de la forma partido como consecuencia de la crisis de la política española. No es una tesis nueva. Ya en la década del treinta, Simone Weil ligaba el ascenso del totalitarismo al engordamiento de las pasiones partisanas. Esta crítica hereda la vieja sospecha de la burocratización. Pero uno de los aciertos del errejonismo es haber visto que tras el tiempo de la movilización se requiere una forma política estable y legible. En este sentido, es meritorio que para una de las insiders de Podemos, Carolina Bescansa, el declive interno de Podemos se debe más a su escasa institucionalización que a un supuesto verticalismo burocrático.
La salida de Errejón hace posible lo que pudiéramos llamar un momento de reversibilidad. En un doble sentido: por un lado, una renovación interna (garantías institucionales); y por otro, una apertura con mayor fuerza transversal que multiplique diversos sectores sociales (ampliación del electorado). Probablemente se recuerde que hace apenas tres años, uno de los comodines del vocabulario errejonista estaba dado por la expresión “irreversibilidad relativa”, desde la cual se buscaba elucidar la constitucionalización de las conquistas sociales en un sistema democrático. Pero esto fue antes.
Ahora el errejonismo es consciente que el proceso de renovación solo es posible si los cuadros y las bases del partido aceptan la reversibilidad del fracaso que supuso el segundo Vistalegre. Al final, sabemos que la esencia de la irreversibilidad es aquella que asume que existen momentos reversibles. Y en política esto se traduce a la corrección de los errores propios. En un presente político tan marcado por los personalismos y las valoraciones morales, el errejonismo una vez más apuesta por un reformismo sensato sin caer en un centrismo apolítico. Hace algunos años atrás en un encuentro en la Universidad Tre de Roma, le escuché decir al gran pensador italiano Mario Tronti, que hacer una gran política hoy solo tiene chance desde un reformismo ordenado. El errejonismo parece, de momento, una apuesta en esa dirección. Ahora solo falta ver si se reúnen las fuerzas necesarias para un remonte de la organización morada.
Gerardo Muñoz es profesor adjunto en Lehigh University, Pensilvania. Su publicación más reciente es Alberto Lamar Schweyer: ensayos sobre poética y política (Bokeh, 2018). En Twitter: @GerardoMunoz87
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