Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Libia

Gran Descubrimiento del siglo XXI

La acción concertada de la OTAN parece cada día más desconcertada; los peros y las reticencias se multiplican entre sus miembros

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¡Eureka! La agencia de noticias Prensa Asociada (Associated Press) acaba de hacer el gran descubrimiento del siglo XXI: el conflicto en Libia es “una guerra civil”. Les ha tomado tres meses darse cuenta, “descubrir” o más bien, a regañadientes, admitir y actualizar lo que hasta ahora venían prohibiéndole, y subrayo el término, a sus reporteros y columnistas: el uso de semejante definición. Les ha sido más difícil, y tardío, admitirlo, que el descubrimiento del agua tibia.

Otros poderes mediáticos (Wall Street Journal, Bloomberg News y otros) hace apenas un par de semanas han comenzado a suscribir el pecaminoso término que no debía emplearse. Eso de caracterizar el conflicto como “guerra civil” podía resultar muy problemático y contraproducente para el esquema de “revolución democrática del pueblo libio” que debía justificar los acuerdos de la ONU y la OTAN y la inmediata escalada de intervención militar en contra de las fuerzas —militares y civiles— que todavía apoyan a Gadafi. Asimismo, podía colocar en una posición mucho más incómoda y cuestionable a las decisiones de intervención relámpago por parte de los poderes ejecutivos de EEUU, Francia y Gran Bretaña. Otros importantes medios —como el New York Times, de acuerdo a declaraciones de su editor Phil Corbett— todavía se niegan a incorporar semejante vocablo y dicen no tener una “política establecida” (no set policy) para lidiar con el caso libio. Olvidan que el actual descubrimiento tuvo un precedente importante: el caso de Iraq, en el que durante años se orientó por los grandes poderes mediáticos negar que en Iraq hubiera una “guerra civil”. Esto fue así hasta que solo en 2006, Los Angeles Times seguido por NBC, decidieron comenzar a utilizarlo para caracterizar la llamada “violencia sectaria”.

En el memorándum hecho público hace apenas unos dias, Tom Kent, vice editor, de la AP, comenzaba por reconocer que en marzo se había trazado una directiva en la que se establecía que no se debía (¿encaja esto dentro de la libertad de prensa?) caracterizar el conflicto libio como “guerra civil”. Y unos meses más tarde —tan fácil como tomarse un vaso de agua— se cambia la directiva y se orienta la validez de “guerra civil”. Como razones para lo primero se argumenta que al inicio se preveía que el conflicto sería de “corta duración” (léase fácil y rápida victoria sobre Gadafi); ahora la visión, como se describe, es que el conflicto no tiene signos de llegar a un final (shows no sign of ending), los insurgentes controlan un tercio y los gadafistas dos tercios, las causas del conflicto son básicamente acerca de asuntos internos (internal issues) y el conflicto será prolongado (protracted). Todo este “descubrimiento” tuvo una excelente cobertura por Michael Calderone en el Huffingtonpost.com.

Pero, quien todavía no quiere admitirlo es la Casa Blanca, la que se encuentra sometida a serias presiones del Congreso para que caracterice de manera adecuada la naturaleza del conflicto y así poder definir correctamente el marco legal en el que EEUU debe actuar, incluyendo los límites y su eventual abstención. Mientras, la acción concertada de la OTAN parece cada día más desconcertada; los peros y las reticencias se multiplican entre sus miembros, máxime cuando los tiempos no andan para seguir gastándose miles de millones sin resultados tangibles, y Alemania les sigue recordando discretamente aquello de que “Yo se los advertí”. Al mismo tiempo, el Secretario de Defensa de EEUU, Robert Gates, ha estado haciendo algunas lúgubres predicciones sobre el futuro incierto de la OTAN. Panorama nada halagüeño para continuar el desgaste libio.

Otros conflictos y precedentes

Si los conflictos que se incuban y proliferan en estas latitudes de Africa y Medio Oriente siguen siendo percibidos por las grandes potencias occidentales, y estereotipados y manipulados por los poderes mediáticos —como hemos visto más arriba—, en términos de grandes contiendas por la democracia, para así justificar intervencionismos como los que estamos presenciando, los arsenales de EEUU y la OTAN —y mucho menos sus desequilibrios financieros— no van a alcanzar para torear lo que se nos viene encima. Ahí tenemos los casos de Siria, Yemen, Marruecos, Bahrein, el siempre inconcluso Líbano, Costa de Marfil, Nigeria, Sudán y muchos otros. Al quebrarse sus equilibrios y compromisos étnicos, confesionales, territoriales y económicos, estas sociedades archidivididas transitan por caminos que muy poco o nada tienen que ver —ni tendrán que ver en largo tiempo— con las contiendas democráticas de Occidente con sus maquinarias políticas, dinero, corrupción y creciente apatía entre sus ciudadanos.

Occidente no debe olvidar las épocas no muy lejanas en que por más de 130 años católicos y protestantes anduvieron masacrándose interminablemente, donde flamencos y valois francoparlantes o navarros y catalanes, vascos y escoceses, andaban inmolándose por sus particularismos de identidad —cuyas huellas por ahí andan todavía—, y cómo la Italia irredenta, al alcanzar la independencia, tuvo que lamentarse, agónicamente, que ahora a Italia lo único que le faltaba eran los italianos (Estado, pero no nación).

Occidente no debe olvidar que las autonomías y landers —con todos sus derechos— tienen menos de 100 años y que una Yugoslavia que todos admitían se desintegró y rediseñó a base de tiros, bombas y masacres entre todas las partes. Ese mismo Occidente debe recordar sus siglos de despotismo por derecho divino, sus dos guerras mundiales con más de 70 millones de muertos y cómo la cabeza filosófica de Europa, la ilustrísima Alemania, fue capaz de generar, y abrazar en masa, la aberración nazi-fascista.

Para no aburrir al lector: simplemente recordemos que sus sistemas democráticos actuales, son resultantes de determinados desarrollos históricos que no son los de otras culturas y latitudes. Estas otras —permítanme la licencia— andan hoy, salvando las diferencias, donde Europa andaba hace 500 años o más.

Más recientemente, otra peligrosa tendencia se insinúa particularmente explosiva: La intangibilidad de las fronteras adquiridas del colonialismo —cuestión pactada con mucha sabiduría en los albores de la descolonización— está hoy en crisis y presagia, y de hecho aportará, una nueva horneada de tensiones y conflictos. La temprana experiencia de Eritrea, ahora del sur del Sudán o de Darfur en un futuro cercano acelerarán las tendencias separatistas en Libia, Costa de Marfil, Nigeria, Congo y otros; no son los únicos y se extienden hasta los confines de la India y el Sudeste Asiático. Los expedientes intervencionistas de Afganistán, Iraq y ahora de Libia, muestran, de manera irrefutable, que las guerras que no se entienden, no se ganan, ni por los generales que las planifican, ni por los políticos que las animan y muchísimo menos por los soldados que ni conocen el terreno que pisan ni la cultura o costumbres, ni las causas o enemigos contra los que deben combatir.

El desastre en Libia —¿acaso no ya es ya un desastre?— debería constituir una importante lección de cómo el mundo occidental debe comprender mejor las tres cuartas de un mundo completamente distinto al de ellos.


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