Haciendo historia para Stalin (II)
El libro sobre el canal Belomor es un ejemplo aterrador de cómo los regímenes totalitarios falsean cínicamente la realidad, despojan a la historia de su valor testimonial y eliminan la visión individual
Además de los numerosos artículos que vieron la luz en la prensa, el canal Belomor dio lugar a un libro que constituye uno de los textos más peculiares y problemáticos publicados en la Unión Soviética durante los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Promovido como la memoria de aquella obra, trata de documentar la historia del proyecto y de quienes lo construyeron. Se trata de una historización forzada e instantánea, por haber sido escrita mientras el hecho acontecía. No se le dio margen para que pasara la prueba del tiempo y ganar así ese estatus de merecer un lugar en la historia. El libro en cuestión es El Canal Stalin Mar Blanco-Mar Báltico, como se tituló la edición original en ruso.
A uno de los principales impulsores de aquel libro, se debe también la que posiblemente es la primera descripción positiva de los campos de trabajo: el narrador y autor teatral Máximo Gorki. Conviene recordar, como expresó el dramaturgo y ensayista español Ángel García Pintado, que la trayectoria de Alexei Maximovich Peshkov —ese era su verdadero nombre— estuvo formada de zigzags desconcertantes y punteada por viscerales explosiones, “como resultado de la tensión emocional y de los desequilibrios psíquicos que la realidad excepcional provoca en él”.
Eso puede ayudar a comprender las razones por las que el hombre que en 1918 tuvo desavenencias y criticó a los bolcheviques —“Lenin, Trotski y sus compañeros de viaje están ya emponzoñados por el veneno viscoso del poder”—, entre 1928 y 1929 recorrió el país y visitó fábricas, granjas colectivas, reuniones de obreros, eventos del komsomol. Su propósito era recopilar información para una serie de artículos que tituló En y acerca de la Unión Soviética, y que se publicaron en el periódico Nashi Dositzheniia (Nuestros Logros).
Durante aquel viaje, a Gorki también le organizaron una visita a las islas de Solovki, situadas en la región norte de la Rusia europea. Allí se estableció en 1923 el primer campo a donde fueron enviados presos por motivos políticos. Anne Applebaum comenta que los biógrafos de Gorki concuerdan en que antes de que él llegase, se hicieron elaborados preparativos. Algunos convictos recuerdan que las reglas del campo cambiaron por ese día. Por ejemplo, se permitió a los hombres ver a sus mujeres, para que todos parecieran contentos. Otros aseguran que los detenidos que intentaron acercarse al escritor fueron rechazados. Asimismo Applebaum reproduce el testimonio de un recluso, según el cual el escritor “solo miraba donde le decían que mirase”.
Gorki hizo lo que se esperaba de él y escribió con admiración sobre las condiciones de vida. Acerca de las salas a donde lo llevaron, apunta que “no se tiene la impresión de que la vida esté siendo regulada en exceso. No, de ninguna manera existe semejanza alguna con una prisión; en cambio, parece como si fueran habitaciones en que viven pasajeros salvados de un barco hundido”. Concluye que el campo le pareció “satisfactorio para los enemigos de la patria, a los que, sin embargo, se les trata con humanidad”. Y a propósito, conviene consignar el hecho de que el mismo año en que aparecieron los artículos del escritor, Evgueni Cherkasov realizó el filme propagandístico El campo deprisioneros Solovki, aunque no existen evidencias de que se proyectase.
Ya en aquel artículo Gorki resaltaba que en Solovki se estaba revitalizando una idea lanzada por Félix Dzerzhinski, el fundador de la Cheka: los campos no deben ser meras prisiones, sino “escuelas de trabajo”. El escritor deja claro su apoyo a la perekovka, que permitía que personas socialmente peligrosas se transformaran en obreros cualificados y revolucionarios conscientes. Eso lleva a Applebaum a afirmar que el artículo de Gorki se convertiría en “la piedra angular de la formación de actitudes tanto políticas como privadas hacia el nuevo y mucho más extenso sistema de campos ideado ese mismo año”. Era, pues, una razón más que hacía del autor de La madre la figura intelectual idónea para supervisar el proyecto dedicado a glorificar el canal Belomor.
A Gorki además le había molestado que Inglaterra hubiera roto las relaciones diplomáticas con el joven estado soviético, alegando, entre otras razones, el uso del trabajo forzado. En 1926 había parecido en Londres un testimonio titulado An IslandHell: A Soviet Prison in the Far North, escrito por Serguei A. Malsagov, un oficial del Ejército Blanco que había conseguido escapar de Solovki. Un año después, un escritor francés, Raymond Duguet, publicó otro libro sobre Solokvi, Un bagne en Russie Rouge. Solovki, l´île de la faim, des supplices, de la mort. Un poco antes habían sido editados en Estados Unidos otros dos títulos sobre ese tema: Letters from Russian Prisons (1925) y The Red Terror in Russia (1926), de Serguei Melgunov. Al régimen soviético le interesaba, por tanto, mostrar una imagen positiva de los campos para desacreditar esos libros e influenciar la opinión pública internacional.
Al mismo tiempo, eso tranquilizaría a la inquieta población soviética. Dado que la colectivización había provocado resistencia, hambruna y una cifra no confesada de campesinos arrestados o ejecutados, hacía falta presentar el canal Belomor de modo que inspirase confianza y orgullo, y demostrar que el Partido estaba dirigiendo al país por el camino correcto. A los soviéticos se les prometía además un final feliz: incluso los criminales y los enemigos de la revolución tendrían la oportunidad de reconstruir sus vidas mediante el trabajo.
Colectivizar la más individual de las actividades
De acuerdo a lo que se conoce, la decisión de preparar un libro sobre el canal Belomor surgió en una reunión celebrada en la casa de Gorki, en 1932. A la misma asistieron Stalin, Molotov y Voroshilov. Fue allí donde el “cóndor soberano” pronunció la famosa frase “ingenieros del alma humana”, para referirse a los escritores. Hasta entonces, estos habían sido enviados individualmente a documentar la industrialización, la colectivización y la mecanización de la agricultura. Con eso objetivo, visitaron granjas colectivas y fábricas. Ahora, en cambio, se trataba de un libro que iba a ser escrito colectivamente.
Es probable que la idea fuese de Gorki. Si no lo fue, hay que reconocer el mérito de no haber escatimado esfuerzos para convencer a sus colegas: “Si el trabajo colectivo se aplica en todas las esferas de la sociedad, ¿por qué no podía tener éxito en la literatura? ¿Por qué no colectivizar la más individual de las actividades?”. Asimismo para animarlos a sumarse al proyecto les argumentó: “Tomad, por ejemplo, el canal Belomor. Eso representa un cambio visible en nuestra geografía. ¿No es, entonces, el tema perfecto para los escritores soviéticos? ¡Pensad en esto como nuestra contribución a Plan Quinquenal!”. Debe tomarse en cuenta además que el éxito del proyecto era extremadamente importante para el prestigio personal de Gorki.
Al dirigirse a los autores que iban a participar, Stalin les expresó: “Ustedes ayudarán a la redacción del libro”. Nótese que no les dijo “ustedes deberían ayudar” o “los animo a ayudar”. Sus palabras eran una orden, no una invitación. No está documentado cómo se hizo la selección de los 120 escritores que iban a ser invitados. La única excepción fue Sacha Adveenko, el benjamín del grupo, que fue sugerido personalmente por Gorki. Era obrero de una fábrica y publicó un libro de corte autobiográfico que tuvo mucho éxito.
La brigada incluía algunos de los nombres más populares entonces: los satíricos Ilia Ilf y Evgueni Petrov, el novelista Valentín Kateiev, el narrador y dramaturgo Alexei Tolstoi. Asimismo estaban Marietta Shaguinián, quien bajo el seudónimo de Jim Dollar había escrito una novela policial antinorteamericana, Mess-Med: los yanquis en Petrogrado; la poeta Vera Inber; el guionista Evgueni Gabrilovich; el narrador Serguei Budantsev, cuya novela Un relato de los sufrimientos de la mente fue considerada por algunos críticos una obra singular en la literatura soviética; Boris Pilniak, quien tras la publicación de su relato Historia de la luna no apagada, en el cual sugería que la muerte de Frunze fue un asesinato, intentaba recobrar la confianza de las autoridades. De todo el grupo, el autor menos previsible era Mijaíl Zóschenko, un narrador inmensamente popular cuyos cuentos breves significaron una respuesta humorística en los tiempos más pavorosos del estalinismo.
Respecto a este punto, se puede especular que la atmósfera de esos años pudo provocar la participación de algunos escritores. Por ejemplo, otro nombre que causa sorpresa en la lista es el del crítico, teórico y ensayista Víktor Shklovski, uno de los máximos exponentes del movimiento formalista ruso. Aunque aparece acreditado en el libro, en realidad no viajó con el grupo al canal. Lo hizo solo en octubre de 1932, movido por razones personales: Vladimir, su hermano mayor, había sido arrestado como conspirador de un supuesto complot para enviar información secreta a gobiernos extranjeros. La contribución de Shklovski al libro fue el precio que tuvo que pagar por la liberación de su hermano. Desafortunadamente, este fue detenido de nuevo en el fatídico año de 1937, y esa vez su hermano no pudo hacer nada para salvarlo.
Hubo además autores que recibieron la invitación, pero prefirieron declinarla. El ejemplo más notorio fue el de Mijaíl Bulgakov. Un caso contrario fue el de Mijaíl Prishvin, quien pese a que pidió participar en la escritura del libro, no fue aceptado. Nadie conocía esa zona como él, pero ese conocimiento resultaba inservible en un libro con fines propagandístico como aquel. Por otro lado, conviene precisar que de los 120 escritores que integraron la brigada, solo 34 intervinieron después en la redacción del volumen. Asimismo hay que consignar que aunque no viajó con los demás, Gorki organizó el viaje y contribuyó además con el texto introductorio (“La verdad del socialismo”) y con la conclusión (“Primera experiencia”). Fue también el editor del libro, junto con Leopold Auerbach y Semion G. Firin. Un dato a resaltar: este último era oficial del OGPU
El viaje al canal Belomor duró dos semanas y tuvo lugar a mediados de agosto de 1933. Es decir, poco después de que la obra había sido inaugurada. Antes de salir, recibieron orientación proporcionada por el ya mencionado Semión G. Firin, jefe del campo. Al llegar, fueron recibidos por unas mujeres con cestas de cerezas y pescado fresco y frascos con miel. Durante su estancia, recibieron un trato esmerado. Acerca de ello, en un testimonio que, por supuesto, no figura en el libro, Adveenko recordó: “Desde el momento en que pasamos a ser huéspedes de los chekistas, el comunismo empezó para nosotros. Comíamos y bebíamos lo que nos apetecía y tanto como deseábamos. Embutidos ahumados. Caviar. Frutas. Chocolate. Vino. Coñac. Y sin tener que pagar nada”.
Cabe preguntarse: y los reclusos, ¿qué comían? He aquí la que era su ración diaria: 1,2 kilogramos de sopa de repollo, 300 gramos de kasha de carne, 75 gramos de pescado, 100 gamos de pastel de repollo. Al respecto, Adveenko comentó que “dada el hambre en ese momento los obreros del canal comían bien”. En parte, no dejaba de tener razón. Olvidaba, sin embargo, que aquellos hombres y mujeres realizaban diariamente un trabajo muy intenso y lo ejecutaban bajo temperaturas extremas. Pero al menos tenían asegurada esa ración, a diferencia de los millones de personas que literalmente se morían de hambre en Ucrania y en zonas rurales de la Unión Soviética.
Versión oficial, pero no la verdadera historia
Aquella fue una excursión manipulada y cuidadosamente planeada hasta el más mínimo detalle. A los reclusos —los “soldados del canal”—, los escritores los veían trabajar desde lejos. Y sus encuentros con ellos estuvieron muy controlados. Además solo pudieron charlar con criminales comunes, no con presos políticos. Todo estaba milimétricamente organizado para que vieran una imagen higienizada del campo. Esa mitificación funcionó desde los primeros momentos, con la opípara y lujosa comida. Ni la población del país ni los convictos disfrutaban de tales delicatesen. Durante toda la estancia, el OGPU se preocupó de perpetuar ese mito de la abundancia. Asimismo y acorde con sus prácticas, controló toda la información con medias verdades y evidentes mentiras. Eso devino un factor clave que comprometió la integridad del libro como documento histórico. De un cimiento como ese, podía salir la versión oficial, pero no la verdadera historia tanto del canal como de las personas que lo construyeron.
Paso ahora a referirme concretamente al libro. En la nota que aparece al inicio, se incluye un calendario de su proceso de creación: “Agosto 13, 1933-El editor jefe de la serie Historia de las Fábricas e Industrias declara su intención de incluir en el plan un libro que describa la construcción del canal Mar Blanco-Mar Báltico; Agosto 17, 1933-Una delegación integrada por 120 escritores de la República Federativa Soviética Rusa, Ucrania, la Rusia Blanca, Tadzhikistán y Uzbekistán emprende un viaje a través del canal; Septiembre 10, 1933-El plan del libro es diseñado y el trabajo se divide entre los diferentes autores; Septiembre 20, 1933-El comité de autores comienza las reuniones para discutir y criticar el manuscrito; Noviembre 28, 1933-Se comienza a preparar el libro; Diciembre 12, 1933-El manuscrito es entregado a la imprenta; Enero 20, 1934-El libro aparece publicado.”
En cuanto al método con que se redactó, se dice que los 34 autores se responsabilizan plenamente del libro. Asimismo estos se ayudaron y se corrigieron unos a otros. Asimismo se especifica que resulta difícil indicar quién escribió cada una de las varias secciones. Y en este sentido, se enfatiza que, de hecho, “los verdaderos autores de todo el libro son los obreros que colaboraron en la construcción del histórico canal Mar Blanco-Mar Báltico, dedicado a Stalin”.
Se hicieron tres ediciones del libro. La primera, de 4 mil copias, se hizo especialmente para distribuir entre los delegados al XVII Congreso del Partido (26 de enero a 16 de febrero de 1934), conocido como el “Congreso de la Victoria”, en honor a los logros del I Plan Quinquenal. La segunda edición fue de 45 mil ejemplares y la tercera, de 150 mil. Al año siguiente apareció en Nueva York y Londres la traducción al inglés, bajo el título de Belomor. An Account of the Construction of the New Canal between the White Sea and the Baltic Sea (Harrison Smith and Robert Hass, 1935). Dado mi desconocimiento del ruso, es esa la versión que he leído y cuya traslación al inglés, como en ella se aclara, fue preparada en Moscú.
De acuerdo a Cynthia A. Ruder, ambas ediciones difieren en el número de capítulos. Estos pasaron de 15 a 35, al darse esa categoría a secciones del original que aparecían dentro de capítulos más extensos. A ello cabe añadir que la estructura de la edición en inglés es desordenada y confusa. Esa versión además tiene al principio una introducción de Amabel Wiliam-Ellis, escritora y editora británica que inicialmente fue miembro del grupo de Bloomsbury, al cual pertenecía su primo Lytton Strachey. Es un texto que bien merecería algunos comentarios, pero por razones de espacio me abstendré de hacerlos.
El libro no pierde oportunidad para hacer el panegírico de la perekovka. Está lleno de historias edificantes sobre la rehabilitación de los presos mediante el trabajo. Prácticamente todos los capítulos incluyen referencias y descripciones alusivas a ello. Uno de los muchos ejemplos es el dedicado a un connotado ladrón, que se convirtió en un bien entrenado obrero soviético gracias a su participación en la obra del canal. Hay otro texto, titulado “Rothenburg o la historia del hombre reformado”, donde se relata el caso de ese convicto por robo y estafa. Estuvo un año en la cárcel en Inglaterra y como no aprendió nada, al salir reincidió en las actividades delictivas. Un oficial del OGPU le hace comprender que no es culpa suya, que fue el sistema capitalista el que lo forzó al latrocinio.
En otro texto, se cuenta la anécdota de un ingeniero de apellido Vyaseminski. Presentó una queja a la dirección de la obra porque el conserje le dijo que tenía que irse a dormir, pues era medianoche. Incluso se llevó los papeles y los dibujos con los que él estaba trabajando y le cerró los libros. La queja de tan abnegado preso no fue atendida y el conserje continuó enviándolo a la cama. Otro detalle que ilustra la manipulación ejercida es que en los primeros capítulos a los presos no se les nombra como tales, sino que se les llama trabajadores y udarniki, obreros de choque.
Se glorifica el trabajo forzado
En consonancia con la época, solo se habla de los aspectos positivos. La impresión que se da del campo es la de una institución humana, en la cual se cuida a los reclusos (en todo el libro solo se mencionan dos muertes). A pesar del enorme cúmulo de trabajo, los presos tenían abundante tiempo libre. Todos además recibían atención médica y dental. El OGPU organiza círculos de estudio, lecturas y cursos por correspondencia, para que los convictos no siguieran en la ignorancia. Eso les permitiría no reincidir en la prostitución, el robo, el bandidaje. Asimismo la imagen que se presenta asombra por su cinismo, pues no solo glorifica el trabajo forzado, sino que además transforma a los brutales chekistas en benévolos y casi paternales consejeros, cuya única tarea es reformar a los infortunados reclusos para que se conviertan en felices miembros de la clase obrera.
En este sentido, también es pertinente señalar que hay textos dedicados por entero a enaltecer la labor de los oficiales del OGPU: Firmin, L. Kagan, Yakov Rappaport, Dmitri Uspenski, Naftali Frenkel (este último era un antiguo criminal reeducado, que pasó a ser uno de los jefes a cargo del canal). Gorki se refiere a ellos y apunta que “aunque visten como oficiales, viven como monjes: nunca se les ve borrachos, y no andan con chicas, dice un preso. Es decir, todo lo que se espera de los «guardaespaldas del proletariado»”.
Además de retratos de Stalin y Gorki, el libro está ilustrado con doce imágenes tomadas durante la construcción del canal. Los textos que llevan al pie son muy elocuentes: Las calles crecen en el bosque, Al cambiar la naturaleza, el hombre se cambia a sí mismo, Entre los caballos también hay obreros de choque, Removed la roca. ¡Haced camino para la esclusa!, Una competencia entre la brigada de mujeres y la de las minorías nacionales… Hoy se sabe que algunas de esas fotografías fueron retocadas. Incluso resulta notorio que en las tomadas a los escritores, estos aparecen acompañados no por presos, sino por los administradores del campo y los chekistas. Dos de esas imágenes pertenecen al famoso representante del constructivismo Alexander Rodchenko, cuyo estilo vanguardista fue tolerado en los primeros años de la revolución, pero que después que Stalin llegó al poder era objeto de crecientes críticas. Es probable que, en un esfuerzo por mejorar su situación, decidiera visitar el canal para propagandizar la obra.
Aquel libro ejemplifica de manera vívida y persuasiva lo que ocurre cuando las fronteras entre literatura e historia son traspasadas por los escritores, bajo un régimen que no permite más opinión que la suya. Aquellos autores cuyo ámbito creador habitual era el de la ficción, fueron designados para ser árbitros de supuestos hechos históricos. Al respecto cabe recordar que el término historia presupone cierto grado de veracidad y de fidelidad a los hechos. Esos dos aspectos quedaron contaminados no solo por los organizadores del libro (el OGPU), sino también por aquellos escogidos para contar la historia. A estos se les dio una verdad selectiva, una realidad cuidadosamente manipulada, y eso fue lo que reflejaron.
Al igual que fiscalizó la obra del canal, el Partido autorizó al OGPU a supervisar todo lo concerniente al libro. Primero, al monitorear en todo momento la visita de la brigada; y después, como coeditor del libro, a través de Firmin. Con esto último se aseguró el control de la escritura de su propio proyecto. Y por supuesto, el resultado no podía ser ni remotamente factual. El libro fue uno de los primeros intentos de ejercer total control político sobre la literatura, y también de colectivizar su creación. En suma, un ejemplo aterrador de cómo los regímenes totalitarios falsean cínicamente la realidad, despojan a la historia de su valor testimonial y eliminan la visión individual.
Durante las purgas iniciadas en 1937, el libro no logró escapar a esas circunstancias. La mayoría del personal del OGPU que dirigió la obra del canal, entre ellos su jefe, Guenrik Yagoda, fueron encarcelados o ejecutados. Varios de ellos aparecían en algunas de las fotos del volumen. GLAVLIT, la agencia encargada de la censura, prohibía expresamente la mención de los nombres de los “enemigos del pueblo”. A resultas de ello, el libro se convirtió en uno de los más censurados de la época estalinista. Las copias de las bibliotecas fueron ocultadas o destruidas.
Por otro lado, once de los autores que formaron parte de la brigada fueron represaliados. El haber participado en el proyecto no los eximió de ser víctimas del sistema al cual habían servido. Ya en la tercera edición del libro no figuraba el nombre de Mijaíl Kosakov, probablemente porque estaba a punto de que lo arrestasen. Serguei Budantsev, ardiente y devoto defensor del régimen, también fue detenido y murió en la cárcel. Mijaíl Zoschenko fue sometido a persecución e intenso escrutinio. Recibió además ataques públicos de Zhdanov y sus invectivas lograron que lo expulsaran de la Unión de Escritores. A partir de entonces, tuvo que vivir de la traducción. Todo eso hizo del otrora elogiado libro un objeto intocado e indeseado. Poseerlo se consideraba un crimen por el cual se podía ir a parar a un campo, a sufrir la realidad brutal de la que no se hablaba en sus páginas.
Pero el tabú alrededor del libro iba más allá del simple hecho de que varias de las personas que allí se nombraban habían sido víctimas de la represión estalinista. A eso hay que sumar que, a partir de las grandes purgas de 1937 y 1938, el énfasis en reformar con el trabajo pasó a ser inaceptable en los campos. Tampoco debe perderse de vista que de la lectura del libro se desprendían concomitancias morales y éticas sobre un proyecto realizado con trabajo forzado, que transgredía conceptos básicos como humanidad y justicia. Todo ello motivó que, durante varias décadas, aquel libro se mantuviese sepultado en el olvido y el silencio.
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