Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Pakistán

Interés local, interés occidental

Musharraf deja el ejército, regresan los líderes opositores y el mundo observa de cerca a un país clave para combatir el fundamentalismo islámico.

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La situación en Pakistán y las elecciones legislativas fijadas para el próximo 8 de enero parecen a simple vista un acontecimiento interno, alejado de nuestras preocupaciones políticas. Mirarlo así es un error.

Pakistán está considerado un país donde el fundamentalismo islámico tiene fuertes raíces y éste sólo podría combatirse con una amplia base de apoyo político y no simplemente a través de medidas represivas y militares, como las aplicadas por el ex general Pervez Musharraf, ahora convertido en presidente civil por un nuevo período de cinco años tras renunciar al cargo de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.

En realidad, Musharraf llegó a este mandato por métodos pocos convencionales y democráticos. Enfrentaba la oposición del Tribunal Supremo, que cuestionó que no debía ocupar al mismo tiempo el cargo de presidente de la República y jefe del Ejército. Sencillamente, el jefe del Supremo, Iftikhar Chaudry, fue apartado del cargo y puesto bajo arresto domiciliario. Entonces, el alto tribunal falló a favor de las pretensiones de Musharraf. El dictador quería hacerlo a su manera, no obligado por la justicia.

Un país donde las más altas instancias judiciales están sometidas a estas arbitrariedades no ofrece muchas garantías para que funcionen las instituciones democráticas. Sin embargo, Musharraf parece decidido a entrar en el juego político con la oposición, y forjar una imagen de cierta apertura.

Bhuto y Sharif

Su primera maniobra la dirigió hacia la ex primera ministra, Benazir Bhuto, líder del Partido Popular de Pakistán (PPP). Basó las negociaciones en la posibilidad de regresar al país, participar en las elecciones legislativas y ocupar de nuevo el cargo de jefe de gobierno, en caso de que su partido ganase la mayoría.

El presidente autorizó su regreso a Pakistán y la acogida popular fue apoteósica, aunque las autoridades no pudieron evitar un mortífero atentado durante las celebraciones. Bhutto se dio entonces a la tarea de unir a la oposición, parece que con algún éxito, y esto despertó los recelos de Musharraf.

Fue entonces que surgió la segunda jugada: permitir también el regreso del exilio del ex primer ministro, Nawaz Sharif, líder de la Liga Musulmana N, depuesto durante el golpe militar perpetrado por Musharraf en octubre de 1999.

De nuevo, la acogida popular a Sharif demostró la impopularidad que caracteriza al régimen de Musharraf. Según el diario pakistaní Daily Times, el regreso de Sharif tuvo como objetivo "dividir mejor a la oposición".

De cualquier manera, el hecho de permitir la vuelta de ambos políticos muestra que Musharraf intenta mejorar su imagen, tanto hacia el interior como al exterior, aunque todo dependerá de que se ofrezcan verdaderas garantías de una campaña electoral limpia, transparente, y que cesen las hostilidades hacia la oposición.

En este sentido, hay que celebrar que el presidente haya ordenado liberar recientemente a todos los activistas de la oposición que permanecían detenidos. Ha prometido también que el estado de excepción se levantará el próximo 16 de diciembre. La fecha es un poco tardía para garantizar el desarrollo del proceso electoral, tomando en cuenta que los opositores han regresado después de varios años de exilio y tienen que organizar la campaña en un país de unos 150 millones de habitantes y cerca de 800.000 kilómetros cuadrados.

Tanto Bhutto como Sharif han presentado candidaturas para las próximas elecciones legislativas, pero han advertido de que podrían boicotear los comicios.

Por otro lado, existen indicios de que los dos ex primeros ministros puedan dejar a un lado sus discrepancias y presentarse en una alianza política. Escenario ideal, aunque poco probable por el momento.

El pasado 2 de diciembre, al anunciar la liberación de los activistas de la oposición, Musharraf, casi en tono de súplica, dijo: "No boicoteen las elecciones. Todos los partidos políticos deberían desempeñar su papel para hacer avanzar el proceso democrático. Deberían poner en marcha sus campañas electorales y no estar hablando de boicotear los comicios".

Si en Pakistán los opositores estudian algo de la situación actual de Venezuela, deberían aceptar el reto, porque el presidente Hugo Chávez se benefició de un boicot parecido para mantener un Parlamento monocorde, que maneja ahora a su antojo.

Los militares

Al frente del ejército paquistaní se encuentra el general Ashfaq Pervez Kyani, de 55 años. Teóricamente, es un hombre que profesa "lealtad absoluta" hacia Musharraf. Sin embargo, no debe olvidarse que Kyani fue consejero militar del primer gobierno de la líder opositora Bhutto, quien saludó el nombramiento y consideró que será "un buen líder militar".

Según el analista británico Declan Walsh, la principal tarea de Kyani será restaurar el prestigio del ejército. Este se ha visto comprometido por algunas acciones improvisadas lanzadas por Musharraf en la frontera con Afganistán contra los rebeldes islamistas, en una de las cuales fueron capturados 200 soldados pakistaníes.

Walsh considera que con Kyani al frente del ejército, Musharraf ya "no tendrá garantizado" que esa institución castrense responda adecuadamente si el presidente ordena nuevos actos represivos internos contra la oposición.

En este escenario, lo ideal para Pakistán y hasta para la tranquilidad del mundo occidental, es que las elecciones legislativas se desarrollen con normalidad y que Musharraf pueda gobernar en cohabitación con un primer ministro de la oposición.

Sería un instrumento fundamental para la lucha política efectiva contra el fundamentalismo islámico. De ahí que el proceso electoral de Pakistán no deba resultar ajeno.


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