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Fleming, Cuba, Castro, Kennedy

James Bond y la barba de Fidel

Kennedy no hizo mucho caso a las sugerencias de Fleming para derrocar a Castro, pero ayudó a las ventas de los libros sobre Bond: consideraba a From RussiaWith Love entre sus diez libros favoritos

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Por estos días en la capital británica hay una controversia interesante. Por lo mínimo, insólita. Nadie sabe cuál será el futuro del “mejor” agente de Su Majestad, el famoso Bond; James Bond.

El personaje de ficción creado en 1953 por el escritor Ian Fleming, protagonista de ocho novelas, dos libros de relatos cortos, 24 películas, una obra de teatro y una serie de televisión, enfrenta un destino incierto debido a disputas entre los productores.

La que nos atañe es la que estalló recientemente, cuando alguien sugirió que el próximo Bond cinematográfico fuera interpretado por un actor negro. Se habla de Idris Elba.

El actor afrobritánico está renuente, no cree que ha llegado el momento todavía para que Bond sea un negro.

Sin embargo, otros piensan que la idea no es mala en un mundo cada vez más multicultural y teniendo en cuenta que los servicios secretos británicos tienen entre sus cuadros a muchos agentes de primera línea de origen africano.

Lo que casi todos están de acuerdo en Gran Bretaña, críticos y público, es que un Bond con estas características no debe dejar de ser fiel a sus raíces, aunque sean meramente literarias o cinematográficas. O sea, un personaje profundamente anticomunista que, al menos en el cine, se la pasó casi todo el tiempo combatiendo el “terror rojo” y la Smersh, esa organización creada por José Stalin para deshacerse de sus adversarios por el mundo, e intentando sustraer a los difuntos soviéticos (aunque en ficción) todo tipo de tecnología posible.

Cuando Fleming escribió a la esposa del verdadero James Bond, un ornitólogo británico famoso por identificar miles de especies en Sudamérica, diciendo que “jamás tuve la idea de darle el nombre de su marido a 007, (…) no lo conocía” y le imploró que “espero que un día cuando (él) descubra un nuevo tipo de ave muy fea, le ponga mi nombre”, no dijo la verdad.

La verdad es que el nombre no nació con 007 sino que lo inventó el mismo Fleming en 1943, cuando era agente de inteligencia del Almirantazgo de Su Majestad durante la Segunda Guerra Mundial y bautizó con ese nombre (Operación James Bond) un ataque que lideró a una base costera británica ocupada por los alemanes en el norte de Escocia.

En la carta a lo mejor quiso ser simpático con el ornitólogo y nada más. Recurrió al arte de la ilusión que es el corazón de la inteligencia, al tiempo de que no abdicó de su anticomunismo incubado desde que siendo un joven periodista de Reuters asistió a los primeros procesos de Moscú en los años 30 del siglo pasado.

Pero aquí hay un detalle interesante. Aunque dos películas de James Bond tienen algunas escenas supuestamente ocurridas en Cuba durante la época de Fidel Castro, la verdad es que en la única mención que Fleming hizo del líder guerrillero en uno de sus libros, James Bond era simpatizante del cubano. De hecho, lo ayuda a derribar al dictador Fulgencio Batista supervisando un envío de armas hacia la Sierra Maestra por cuenta del Gobierno de su Majestad británica que ya, en ese tiempo, pertenecía a la reina Isabel II. No está claro si eso realmente ocurrió.

En el libro, Bond tiene una conversación con el cónsul británico en Kingston, Jamaica, en la cual discuten el envío de las armas. Aunque Bond se mantiene renuente, termina aceptando el encargo; pese a que se encuentra en Jamaica para investigar la muerte de una pareja británica amiga de su jefe, el célebre “M”, asesinada a manos de dos sicarios, quizá no sorprendentemente cubanos. Todo ello en los años previos a la Revolución cubana.

Pero como las cosas en la vida real suelen ser mucho más interesantes que en la ficción, el propio Ian Lancaster Fleming terminó involucrado en el tema cubano de una forma sorprendente.

Resulta que el presidente John F. Kennedy era un admirador de Fleming. En el año 1960, siendo aún candidato presidencial, su entorno estaba elaborando la entonces futura política hacia Cuba, y él decidió consultarle sobre el tema.

El encuentro ocurrió durante una cena el 13 de marzo de ese año. JFK quería saber como lidiar con Fidel Castro una vez el norteamericano llegara a la Casa Blanca. La sugerencia del británico fue: “Ponerlo en ridículo”. Sugirió que acabara con su barba. La idea, insólita y presentada entre caviar y vodka, (“agitado, no revuelto”) consistía en convencer a los cubanos de que la barba castrista tenia un misterioso poder de atracción radioactiva (¡OJO!: dos años antes de la crisis de los misiles de 1962), lo cual obligaría al cubano a tener que afeitarla y, por ende, perder su capacidad de convocatoria mística en la población (por aquello de la hipotética fascinación de los barbudos).

Fleming le dijo a JFK que el fenómeno podía ser extendido al resto de la población si se la convencía, mediante el bombardeo de panfletos sobre la ciudad de La Habana —el núcleo político de la sociedad cubana— de que el crecimiento de una simple barba en los varones cubanos atraía la radioactividad producida por las pruebas nucleares, que causaba impotencia.

Se sabe que Kennedy no hizo mucho caso al británico. Pudiera. La historia lo documenta. Pero también es cierto que por esa época, quizá por otras vías, la CIA consideró esa posibilidad. Lo reveló el comité Church años después en Washington. Volviendo al tema, JFK lo desestimó con una sonrisa, Fleming regresó a su finca Goldeneye, en Jamaica, y siguió con su carrera de escritor de novelas que marcaron la Guerra Fría, viviera de ella y fueran ejercicios de escenarios en una lucha implacable y mortal en las sombras.

Al final quedó una reflexión de Kennedy el año posterior: “Quiero a James Bond en mi equipo”. No fue posible. Pero nada cuesta soñar. Quizá por eso las cosas están como están si confiamos en héroes literarios. Ni Hemingway y sus submarinos en el Caribe. Seguimos esperando, con curiosidad, si James Bond algún día será interpretado por un actor negro.


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