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Wikileaks, Rafael Correa, Represión

Las bipolaridades políticas y el caso Assange

Pedir en Cuba libertad de prensa e información y condenar a Assange por tratar de hacerlo a nivel planetario es un ejemplo de la bipolaridad política que caracteriza al escenario cubano

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La situación de Julian Assange, por polarizada, es una perfecta oportunidad para desatar emociones y cerrar entendimientos. Y con sobrada razón para los cubanos, quienes desde hace medio siglo hemos tenido en la política la oportunidad perfecta para desplegar pasiones y escuchar lo menos posible la opinión de los adversarios.

Me explico. Yo apoyo lo que hizo Wikileaks. Creo que Assange nos hizo un favor a todos cuando develó las toneladas de cables que daban cuenta de las conspiraciones y acuerdos de aposento que tienen lugar en los antros del poder mundial y en particular (aunque no solamente) en las embajadas americanas. Y de la manera como las clases políticas de todo el mundo se conectan con éstas, revelando presiones, amenazas, titubeos y corrupciones de todas las naturalezas. Por ejemplo, yo conocí cómo un embajador americano —un puertorriqueño “bisnero” hasta el tuétano— presionó a un presidente dominicano para que se sumara a la condena a Cuba en Ginebra por el asunto de los derechos humanos. Y cómo los ministros dominicanos piden dinero a los inversionistas para obtener mayores prebendas. Entre otras bellezas políticas.

Dado que Estados Unidos es política y militarmente la única potencia mundial dominante y sus políticas nos afectan a todos, me interesa y tengo derecho a saber qué sucede. Y como yo, los otros millones de personas que habitan el planeta. Sobre todo si tenemos en cuenta que Estados Unidos tienen a su haber una manipulación brutal de información, de lo cual es un ejemplo —uno entre tantos— la manera como George W. Bush mintió a todo el mundo para justificar la invasión a Irak que costó muchos miles de muertos, incluyendo unos cuantos norteamericanos.

Se ha dicho que las revelaciones de Assange tuvieron graves costos para el andamiaje de seguridad y espionaje norteamericano. Es posible, pero eso es parte de la política. Y se ha dicho que costaron vidas de agentes norteamericanos, lo cual hasta ahora nadie ha probado, pues los divulgadores tuvieron particular cuidado en evitar esas consecuencias, y los espías tiempo suficiente para esfumarse. Y en cambio muchas revelaciones de Wikileaks —recuerdo unos videos sobre masacres de civiles— sirvieron para obligar a Estados Unidos a atenerse a normas más estrictas de respeto a los derechos humanos.

Sobre sus andanzas cameras en Suecia, creo que debe existir un proceso transparente sin peligro de extradición. Si efectivamente Assange cometió alguna felonía sexual, debe ser castigado. Pero me parece excesivo y ridículo la manera como algunos puristas argumentan los supuestos crímenes sexuales de Assange y solo les pido una revisión más exhaustiva de los hechos. Debo aclarar que yo no le vigilo la bragueta a nadie, y no me interesa cuantas veces Assange fornicaba, ni con cuantas suecas lo hizo. Pero lo de “depredador” y violador sexual me parece algo insostenible y lo que se alega es tan controvertido y mañoso que no deja lugar a dudas acerca de la existencia de una trama burlesca con consecuencias fatales. Y que habría que ser demasiado ingenuo para creer que tras todo esto no existe una intención de escarmiento, una de cuyas consecuencias finales pudiera ser la extradición a Estados Unidos.

Apoyo Wikileaks porque soy un demócrata y todo lo que contribuya a hacer más transparente al mundo y a otorgar a los ciudadanos y ciudadanas mayor control sobre sus vidas y sobre la esfera pública, es positivo y lo aplaudo. Creo que existen otras percepciones y formas de pensar que también merecen ser tomadas en cuenta pero que no comparto. La democracia, por ejemplo, puede ser pensada como la imaginaba Schumpeter —competencia de las élites por el poder estatal— y si es así, Wikileaks, la participación y la transparencia sobran. Pero ese no es mi concepto de democracia. No es el tipo de democracia que quiero para mi país.

También este asunto suele ser explicado mezclándolo con las posibles dobleces de Correa o con la manera como la policía cubana no ha respetado en ocasiones las inmunidades diplomáticas. Son cuestiones diferentes cuyas mezclas oscurecen los resultados. Hacerlo de esa manera es hacer más de lo mismo. Es incurrir en la misma falta de razonamiento, los mismos exabruptos emocionales, la misma indigencia política de que hace gala el Gobierno cubano cuando justifica sus desmanes aduciendo que en Estados Unidos también suceden.

Cuando los cubanos —diaspóricos o insulares— se colocan en este lado, se están colocando en una situación difícil para exigir al Gobierno cubano transparencia y libertad de información. Pues la libertad no es una mercancía con diferentes cotizaciones según los mercados, sino un componente del bien común no transable. La libertad es, decía una comunista, libertad para los que piensan diferente. Pedir en Cuba libertad de prensa e información y condenar a Assange por tratar de hacerlo a nivel planetario es un ejemplo de la bipolaridad política que caracteriza al escenario cubano.

Pero no es la única postura bipolar. Coexiste con otra, tributaria a esta, inseparable de ella, insertas ambas en una sinergia de mutuas alimentaciones: la que alaba a Assange como un libertador y al mismo tiempo cierra los ojos ante el cercenamiento de esas libertades en Cuba.

Dada mi posición política, me pareció adecuado firmar una declaración de apoyo a Assange promovida por la profesora mexicana Ana Esther Ceceña. La petición fue firmada por algunos cubanos emigrados, y sobre todo muchos de la Isla. Entre estos últimos conozco a una buena parte, reconocidos intelectuales, algunos, además, personas admirables. Noto a varios entrañables amigos y me regocijo de que estemos juntos en este buque. Pero nada de ello omite que ninguno ha levantado la voz para apoyar a quienes dentro de Cuba tratan de hacer lo que hizo Assange.

Permítanme un ejemplo: en los últimos días ha circulado un documento elaborado por algunos centenares de cubanos —de la Isla y la diáspora— que pide la adhesión de Cuba a los acuerdos internacionales sobre derechos humanos. Sus sostenedores en la Isla están sufriendo castigos, abusos físicos y legales cuando han intentado explicar a la población sus ideas y recabar firmas de apoyo. Han sufrido los mismos rigores represivos de otros centenares de cubanos que quieren un cambio en la Isla. Los mismos empujones, maltratos y abusos que sufren las Damas de Blanco. Los mismos que propinan las turbas organizadas por el Gobierno contra los que piensan diferente y defienden su derecho a decirlo. No me interesa qué filiaciones políticas tienen quienes piden las firmas, ni si sus visiones de la República del futuro coinciden o no con la mía. Solo me interesa que tienen derechos y se les niegan.

Creo que apoyar a Assange y virar la cara cuando son apaleadas las Damas de Blanco es otro acto de bipolaridad política imperdonable. Tan imperdonable como condenar la falta de libertad informativa en Cuba y regocijarse con la manera como está desenvolviéndose el affaire Assange.

Ojalá que la República del futuro logre prescindir de esta suerte de retinosis política que nos convierte en seres parcializados, sesgados, en aldeanos de los que auguran el fin del mundo cuando les cae polvillo del techo en la cabeza.


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