Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Medios de comunicación, Libia

Libia: Malabarismos verbales y realidad

¿De qué pueblo libio hablamos en una sociedad de profunda raigambre tribal y en cuya acelerada urbanización no hemos visto sino la retribalización de esas estructuras en nuevos contextos?

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Y ahora, después de Afganistán e Irak, Libia. Razones aducidas para ello: protección al pueblo libio y sus reclamos de libertad y democracia. ¿“Pueblo libio”? Linda palabra: PUEBLO, cuya absolutización y monopolio deviene en socorrido instrumento mediático para justificar casi cualquier cosa. ¿Cuál es entonces la definición de pueblo en Libia? En extremo difícil de definir e identificar en algo que todos reconocen como una “guerra civil” y lo que distingue a esta no es un pueblo homogéneo, sino su fractura total y antagónica, digo si los mataburros y las ciencias políticas no se equivocan.

A los que se rebelan contra Gadafi, se les otorga por el grueso de los monopolios mediáticos el atributo divino de pueblo; los que apoyan a Gadafi —¿o es que algún ingenuo o manipulador quiere sugerir que carece de apoyo de sectores de la población libia?— no son pueblo, no se les identifica como la otra parte del pueblo que en medio de esa guerra civil todavía sostiene a Gadafi; ni se les menciona. ¿No es acaso esto una forma de manipulación premeditada y alevosa.

¿De qué pueblo libio hablamos en una sociedad de profunda raigambre tribal y en cuya acelerada urbanización no hemos visto sino la retribalización de esas estructuras en nuevos contextos? Retribalización urbana a la que se añaden antagonismos regionales que se pierden en la historia (Tripolitania versus Cirenaica) y que se reactualizan ante los repartos del poder y de la nueva riqueza, el petróleo, de este enorme país creado a capricho por el colonialismo italiano, hace ahora 100 años. ¿Qué significa libertad y democracia para estos contextos sociales reales y no imaginados; para las grandes tribus de la Tripolitania o para las élites promonárquicas senusitas de la Cirenaica o los más enardecidos fundamentalistas que, infructuosamente, se levantaron allí en armas en 1996? La libertad política y la democracia, entendidas como resultantes de las revoluciones de Europa Occidental y Norteamérica, no son ni parientes lejanos de los valores, lealtades, afiliaciones y partidismos que prevalecen en Libia y latitudes similares o parecidas. Los sans-coullotes de la Marsellesa no tienen nada que ver con los senusitas y bereberes kabileños. Y en la medida en que esta realidad, se oculta, se niega, se manipula, y se pretende suplantar con los términos a las democracias liberales occidentales como pueblo, libertad y democracia, se nos hace víctimas de un grosero escamoteo de la realidad con la que estamos lidiando.

Sigamos con los malabarismos verbales de estos tiempos. A Gadafi parecen haberlo salvado mercenarios importados. De repente, después de un largo olvido, aparece el término de mercenario, que se le atribuye exclusivamente a Gadafi. ¿Bastarían unos cientos de mercenarios para mantener a Gadafi en pie, impulsar su ofensiva hasta las puertas de Bengasi y resistir una semana el “carnaval” tecnológico de EEUU y sus aliados occidentales? Demasiado simplista la explicación. Lo que sí vale destacar es el recurso del término mercenario. Desde Roma y el Renacimiento fue cosa común, pero a fines del siglo XIX, la lengua inglesa empezó a moderar, adornar, el término con el de “soldier of fortune” (“soldado de fortuna”), pero de los 60 del siglo XX hasta fecha más reciente la palabra mercenario desaparece de los monopolios mediáticos y sea en Colombia, México, Afganistán o Irak, sacado de un mágico sombrero de copa surge un nuevo término: contratista… y subcontratistas, eficaces guardespaldas y matarifes de nuevo cuño, cuyo rastro de sangre más reciente se simboliza con el nombre de Blackwater.

El poder mediático también extiende con prontitud el certificado de genocida a Gadafi y se habla de miles de masacrados aquí y allá. En casi todas partes de Libia hay corresponsales de las grandes agencias de noticias, pero hasta ahora imágenes de esos miles no aparecen por ningún lugar, ni de los enterramientos o tumbas de miles, mientras que las cifras por los que están en el terreno andan por las decenas o unos pocos cientos. Démosle el beneficio de la duda y preguntémonos: ¿Genocidio? Que yo sepa, hasta ahora, en las guerras civiles —y así se caracteriza la contienda en Libia— hay montones de muertos y de excesos brutales, de parte y parte, si no pregúntele al pueblo español. Pero, si es genocidio lo de Gadafi, entonces, ¿por qué las decenas de miles y cientos de miles de civiles inocentes masacrados en Afganistán, Pakistán e Irak por EEUU y sus aliados se caracterizan como “daño colateral”? Tal vez sea esta la prueba suprema de los malabarismos verbales de nuestros tiempos.

Vamos a no divagar yéndonos demasiado atrás. Conservo todavía en la memoria la imagen de miles de personas masacradas durante semanas; tanques aplastando a cientos de civiles y nadie salía en defensa de ellos; y mientras la ONU no acordaba cosa alguna, 40 mil norteamericanos entrenaban y equipaban a esas bestias asesinas, a los infames “Inmortales”, al Sha Reza Pahlevi y toda su cohorte. Esto ocurrió hace 30 años en Irán. Para los de corta memoria les recuerdo que hace apenas unos días, en una plaza colmada de miles de manifestantes que se pronunciaban contra una monarquía extraña a las mayorías —Plaza de la Perla, Manama, en Baréin— se cometió una monumental masacre contra los mismos por fuerzas invasoras extranjeras, las de Arabia Saudita. ¿Fueron bombardeadas estas fuerzas invasoras para impedir esta barbarie; hizo algo la ONU? ¿O es que los miles de manifestantes, por ser chiítas, no merecen idéntica “protección” que los sublevados en Libia? ¿O es que la alianza de las familias reales Khalifa y Saudita con EEUU es una suerte de indulgencia del siglo XXI que les da licencia para matar y masacrar? La política tiene mucho de cinismo, pero esto va un poco más allá. Después nos quejamos en el bien amado Mundo Occidental de la barbarie del terrorismo “árabe” o “islámico” y no entendemos por qué continúa tan irracional conducta. Un cínico, a distancia, pudiera decir, “Pero que es que no tienen flotas navales y aéreas, Stealth ni Tomahawk, F-15 y demás recursos; solo les queda eso que califican de irracional.” El desquite es absolutamente desigual; de “mono amarrado contra león suelto.”

Sin ir tan lejos, genocidio escandaloso son los más de 40 mil asesinatos en la frontera de México con EEUU, sin contar desaparecidos y heridos. No es que lo afirme yo, sino es el propio Estado Mayor Conjunto de los EEUU quien ha definido este problema, como el más importante de su seguridad nacional… pues toca a sus puertas, naturalmente. La causa archiconocida —el narcotráfico y su principal mercado— así como los suministradores de armamentos a los narcos, se localizan principalmente en EEUU. No estoy descubriendo el agua tibia; lo único que destaco es que todavía no he visto ningún bombardeo contra los narcos, los mercados en EEUU o los suministradores de armamentos aquí localizados; nada parecido a la novelesca fantasía de “Clear and Present Danger”. ¿O es que vamos a designar este genocidio también como “daño colateral”?

Unipolaridad total: los pros y los contras

En el episodio de Libia —de final cada vez más incierto— la ONU ha jugado el papel de testaferro de los EEUU, como obediente sirviente o empleado del Departamento de Estado, con el beneplácito de no solo sus aliados, sino también de rusos y chinos. La unipolaridad en el sistema de relaciones que reemplazó a la Guerra Fría alcanza hoy una hegemonía total y aprueba resoluciones —como la 1973— que saltan a la acción bélica directa, inmediata, sin límites cautelares, dando luz verde al “uso de todas las medidas necesarias” (a saber hasta dónde puede “estirarse” su interpretación!!!) y —peor aún— sin haber agotado mediaciones, treguas, negociaciones, separación de fuerzas, fuerzas de paz, compromisos de algún tipo; no se ensayó nada que no fuera la fuerza militar inmediata. Y —como era de esperar— la definición jurídica y técnica de No-Fly Zone (Zona de Exclusión Aérea) fue echada a un lado al minuto siguiente y suplantada por una guerra aérea de enormes proporciones por parte de EEUU, Francia y otros aliados europeos contra objetivos de todo tipo, con particular énfasis ahora en las fuerzas terrestres de Gadafi. El propio secretario general de la Liga Árabe, Amr Musa ha reiterado que lo ocurrido “difiere” de los objetivos de la Zona de Exclusión Aérea.

Encima de todo hay que soportar otros malabarismos verbales de ilustres periodistas occidentales y jefes de gobierno (Reino Unido, Francia, España, entre otros) que proclaman cosas como que el objetivo no es derrocar a Gadafi, que —palabras de Francois Fillon, Premier francés— “No es una guerra, es una intervención de ayuda al pueblo libio.” Me pregunto con estupor: ¿A quién creen que le están hablando? Esto es un grosero intento de manipulación del lenguaje y de la realidad.

De Gadafi queda poco por añadir. Que es un tal por cual es una vieja historia; que el tipo de proyecto que encarnó y sus aventuras e intromisiones en África y el Medio Oriente —todas fracasadas, por suerte— constituyeron un caso más en los avatares de ese llamado Tercer Mundo, incluyendo no pocos beneficios materiales a grandes sectores de la población. Recibido con fanfarria y bendiciones por EEUU cuando renunció y entregó sus jugueticos nucleares es también notorio, como el silencio de dicha potencia ante el aplastamiento de los sublevados del 96 porque se percibía como una movida de los “radicales islámicos.” Sus aventuras fueron permitidas, salvo los episodios de Lockerbie y Alemania. No obstante, no nos apresuremos a dar por terminado el capítulo Gadafi. Ha resistido por más de un mes y una primera semana de oleada otanista. Los frentes domésticos e internacionales de EEUU y Europa Occidental comienzan a presentar problemas y fisuras de importancia. El tiempo y las indefiniciones pueden ayudarlo a sortear su más difícil desafío. La autodeterminación de los libios —y los que logren imponerse en esa lucha— sin la agresión externa que incline la balanza será lo que decida; no los Tomahawk; Gadafi ha estado en el poder por casi 42 años. No pueden desestimarse sus claves y mecanismos de sustentación. Apenas unos días atrás, en la cadena Fox, un ex asesor del Presidente Clinton y reconocido experto en la región, Robert Malley, sentenciaba, “Gadafi ha demostrado saber cómo administrar su país.” Que esto lo diga un hombre como Robert Malley debe hacernos pensar dos veces para evitar simplificaciones sobre este típico caudillo.

Las dos grandes preguntas, de ahora en adelante, son: ¿Quién dominará el conflicto interno, la montonera rebelde o Gadafi? Y, si Gadafi prevaleciera, ¿arriesgarán los EEUU y sus aliados otra invasión terrestre en tierras árabes y musulmanas? La primera aparece cada vez más matizada por peros y pesimismos; de la segunda, nadie se atreve a hablar, al menos por el momento.


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