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Eugene Corr, Intelectuales, La denuncia de hoy

Los hijos adoptivos de la dictadura castrista

Agotadas tantas de las crápulas que antes se trasladaban a la buena vida revolucionaria en Cuba, las “importaciones” son más finas

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Durante más de 40 años el castrismo fue generoso con todo el que solicitara vivir un tiempo o el resto de su vida en Cuba; siempre que el solicitante fuese antiimperialista, izquierdista radical, progresista de raíz estalinista, etarra, o alguien con alguna otra virtud semejante. Aunque en ocasiones, el interesado no tuvo que solicitarlo: la revolución, magnánima, lo mandaba a buscar. El cubano de a pie desconoce estas “importaciones”, puesto que la prensa, la única que existe en Cuba, la oficialista, ya sabemos que es una asalariada del gobierno.

Por otra parte, ni antes Fidel Castro ni ahora su hermano Raúl, se han visto en la obligación constitucional de rendir cuentas al pueblo de un presupuesto que nadie sabe dónde está o a cuánto asciende, si acaso está registrado en números.

Asimismo, Fidel Castro se ha caracterizado por regalar a diferentes gobiernos de su simpatía lo mismo un central azucarero que un avión que 80 mil raciones de comidas diarias, como era el caso de la Nicaragua de 1979 a 1990. Total, si esa magnanimidad revolucionaria la ha pagado la población, sin que lo sepa, claro, como igual del sudor de esta han salido además los cientos de miles de becas para estudiantes de África y Latinoamérica, algunos de los cuales se destacaban por protestar porque los alimentos que recibían, aunque por encima de la ración básica del cubano, no eran justamente de su gusto idiosincrásico, o porque los buenos colchones en que dormían no les parecían los apropiados.

También en su momento Fidel Castro regaló una invasión a Angola y otros países africanos —sin olvidar las que llevó a cabo en Latinoamérica.

En cuanto a la de Angola, dijo el dictador en algún momento, en uno de sus apasionados discursos, que para allá mandó “hasta los caramelos”, “y si hay que mandar el país completo, se manda”. El país completo; el país de él.

Luego, a raíz del triunfo del “bolivarianismo” en Venezuela, Fidel Castro de inmediato estableció en Cuba escuelas para que viniesen a estudiar los muchachos chavistas.

Escuelas que se hallaban bajo una notable “presión ideológica” y con asignaturas que orientaban hacia la emancipación de América Latina y el advenimiento del comunismo.

En plena etapa de miseria para los isleños, los venezolanos que estudiaban en estos planteles comían muy bien tres veces al día, con sus respectivas meriendas, “y de postre, mínimo, helado de crema”.

Lo entrecomillado está tomado de un mensaje que hace unos 12 años me enviara un amigo en Cuba.

Será por lo anterior, entre otras causas, que 24 horas después de la desaparición de la URSS, hasta entonces su inagotable benefactor, Fidel Castro declaró el “Período Especial”; es decir, la miseria total y generalizada.

Así quedó demostrado que el hacendado de Birán, durante más de 30 años, había mentido al afirmar que el consumo en general de los cubanos, se hallaba limitado porque se estaba invirtiendo para el desarrollo. Ni una cosa, ni la otra.

Bueno... hoy, agotadas tantas de las crápulas que antes se trasladaban a la buena vida revolucionaria en Cuba, las “importaciones” son más finas; de personajes románticos, por lo general artistas y otros soñadores, que con sus dólares o con los del siempre generoso gobierno cubano, se marchan a la Isla para ver realizadas algunas de sus quimeras y a la par divertirse internamente con la miseria ambiente y la estupidez aparente —aparente porque es falsa, por ella cobran y ascienden— de ciertos intelectuales cubanos, periodistas incluidos.

Sirva de ejemplo, entre otros, el caso del cineasta estadounidense Eugene Corr, quien se ha quedando prendado y prendido de la tierra cubana desde hace años.

“Llegó a Cuba por azar y experimentó, quizás, el choque entre dos culturas, entre dos maneras de pensar, de enfrentar la vida, de ver el cine… Pero también se percató que el ser humano es el mismo sea de aquí o de allá cuando se trata de sentir, y se sintió a gusto aquí, y más que ver las diferencias, pensó en lo que nos unía”, dice la introducción, abstrusa, como ya ven, de una entrevista al cineasta en el diario digital oficialista Cubadebate.

Una de esas entrevistas en las que los periodistas del castrismo les ubican a los entrevistados lo que deben responder.

Como este ejemplo: “¿En Estados Unidos se pudiera estar perdiendo talento en estos niños [potencialmente deportistas] pobres por no tener dinero? ¿El dinero es lo que define quien puede o no llegar a ser una estrella del deporte en Estados Unidos?”.

Se defiende bastante bien Corr en la respuesta: “Sí, pero hay un sistema que identifica a los mejores atletas en las áreas pobres. Estos reciben becas para jugar béisbol o fútbol en las universidades, pero esto se da en el 5 % que son los súper dotados, no en el 80 % o 90 % de aquellos que son de la media, o sea que no forman parte de los más destacados”.

Además: “Claro, los superdotados son los que van a vender y los que van a reportar ingresos a los managers, pero al mismo tiempo algo tan elemental como es el derecho al ocio y esparcimiento de los niños no se tiene en cuenta”... no, no..., no vayan a pensar los lectores que esto es una respuesta del cineasta, es una ¡”pregunta”! de la entrevistadora. Terrible, ¿verdad?

Bueno..., ante “pregunta” tan sustanciosa, el cineasta estadounidense responde con igual sustancia: “Es cierto, para mí es un gran problema, el deporte en las edades tempranas es parte de la socialización (sic), ayuda a sentirse parte de algo, es como la ciudadanía, y a través del deporte usted aprende cosas, aprende que si se esfuerza puede alcanzar algo”.

Es decir, señoras y señores, como diríamos en Cuba, el “vacile” mutuo. El gran “vacilón” en que se ha convertido aquel país para muchos, y para otros, menos, pero en fin se trata de “vacilar” en estos tiempos tan malos, para ir tirando...

En diciembre pasado se estrenó el documental Ghost Town to Havana, un sueño que Eugene Corr —quien afirma en la entrevista citada: “Para mí Cuba es un paraíso para los niños”; debemos suponer que visitó Cuba toda y a todos los niños— se había propuesto cumplir desde hace siete años. Corr, quien gusta del béisbol, quedó impresionado cuando “fui a un juego de pelota de los juveniles aquí en La Habana en el año 2007, y esto me recordó los juegos de pelota de cuando yo era niño, la pasión, la locura, la vitalidad y el amor al juego. Me recordó de tiempos más inocentes en mi país y en mi comunidad. Enseguida me vino a la mente hacer una película sobre eso”. Qué candor. Y toda la entrevista, señoras y señores, es candor tanto de parte de quien pregunta-afirmando como de quien responde tantas veces evadiendo.

Es decir, se están “vacilando”. Nos están “vacilando”. Están “vacilando” al pueblo de la Isla, que de estos detalles ni se entera.

Pues... como apuntábamos antes, ya pasaron aquellos tiempos gloriosos de las “importaciones” de héroes, sobre todo latinoamericanos.

Ahora arriban a Cuba, venidos del odiado capitalismo, personas como Eugene Corr, con algunas de las cuales, según me ha escrito recientemente una joven amiga cubana, “se goza muy bien la papeleta, mi socio”.

Ya ven. Así van las cosas.


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