Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Nuremberg: el parto difícil

A pesar del antecedente del juicio contra los nazis, todavía hoy los perseguidos por el Estado tienen que volverse con terquedad y esperanza hacia ese mismo Estado.

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A 60 años de iniciarse el juicio contra los principales criminales de guerra nazis ante el Tribunal Militar Internacional (noviembre 20, 1945), el significado histórico del proceso de Nuremberg rebasa el cierre simbólico del régimen nacionalsocialista por la continuidad de su derrota militar en el escenario judicial.

Este cierre tiene hoy menos importancia que la apertura hacia el derecho internacional, asentado en la clasificación tripartita de crímenes contra la paz, de guerra y contra la humanidad que fijaron los Estatutos del Tribunal Militar Internacional (1945).

Los jueces de Nuremberg tenían que determinar si los nazis habían desencadenado una "guerra de agresión". Este crimen contra la paz prosigue atizando el fuego de la polémica entre juristas y políticos. Por el contrario, los crímenes de guerra tenían ya elaboración jurídica suficiente en las tres primeras convenciones de Ginebra (1864, 1906 y 1929). La clave más significativa fueron los crímenes contra la humanidad.

La definición de los Estatutos: "asesinato, exterminio, esclavización, deportación u otras acciones inhumanas cometidas contra la población civil antes de, o durante la guerra, así como la persecución por motivos políticos, raciales o religiosos", pasó por alto la tortura, que hoy se engloba junto a los antemencionados como "crímenes de lesa humanidad". Tampoco hubo referencia a los derechos humanos, que no habían ingresado todavía en la práctica judicial y sólo se manejaban en ámbitos académicos de filosofía jurídica y derecho constitucional.

La triple distinción del Estatuto se tornó superflua tanto en el pliego acusatorio como en la sentencia condenatoria, que no lograron discernir entre crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra. La pirueta jurídica más ilustrativa es el caso de Julius Streicher, condenado a muerte por incitar al exterminio de los judíos. No participó en la guerra ni mató a nadie, pero su crimen contra la humanidad se calzó con su propaganda como parte de los preparativos de la guerra.

Tal como observó Hannah Arendt, la noción de crímenes contra la humanidad se disolvió en la letra de la sentencia, pero no en la sanción. La pena de muerte contra Streicher acreditó que incitar al genocidio era un crimen contra la humanidad. Así prosiguió la tradición que había empezado a forjarse, después de la Primera Guerra Mundial, en virtud de los esfuerzos por acusar al gobierno turco de genocidio del pueblo armenio.


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