Actualizado: 27/03/2024 22:30
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EEUU, Política, Trump

Profecías auto cumplidas

Al final termina cumpliéndose la fatalidad pronosticada pues la inducción de la conducta parte de la estimulación a ella

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Casi todo el mundo conoce la historia del hombre a quien se le poncha un neumático en una carretera oscura y apartada en la madrugada. No está de más recordarlo para introducir el tema. Cuando el individuo revisa el maletero no encuentra el “gato” para cambiar la rueda. A lo lejos divisa la luz en una casa. Piensa que allí pueden ayudarlo; tal vez hay un automóvil, y le facilitaran el equipo necesario.

El hombre echa a andar en la oscuridad, y mientras se acerca a la casa, piensa que es tarde. Quizás están durmiendo o a punto. Ya muy cerca de la casa supone que el dueño trabaja muy temprano; molestarlo no es correcto. Así se repite varias veces, mientras camina, que el hombre de la casa estará enojado con él y lo maltratará. Toca a la puerta y no pasa mucho tiempo para que un señor amable abra y pregunte en qué puede ayudarlo. El infortunado chofer grita que no le hace falta nada, que se meta el “gato” por donde le quepa…

Esa subjetividad incongruente y autodestructiva ha sido llamada profecía auto cumplida. En su libro El arte de amargarse la vida, el psiquiatra y terapeuta de familias Paul Watzlawick ensaya como personas que lo tienen todo para ser felices son capaces, en base a presunciones y subjetividades atormentarse al punto de vivir en la infelicidad perpetua, en atraer hacia ellos todas las desgracias.

La profecía auto cumplida también funcionaría en ciertos casos cual “seguro” contra el fracaso. “Yo sabía que esto iba a pasar”, “tenía que suceder así”, “lo dije desde el primer momento” son frases proféticas auto cumplidoras habituales. Lo que no se ve a simple vista es lo que ha hecho el profeta para poner las cosas en su contra. En la mente del agorero, es el otro(a) quien, como el cuento del inicio, se ha comportado de una manera ruda, desleal, caprichosa. Al final termina cumpliéndose la fatalidad pronosticada pues la inducción de la conducta parte de la estimulación a ella.

Hemos sido testigos desde hace seis años como los demócratas, e incluso no pocos líderes republicanos, han anunciado el final de la carrera política de Donald Trump. Enemigos y menos amigos han hecho todo tipo de especulaciones y encerronas. Es, sin duda, un caso para estudio que rebasa estas cuartillas, pues el Fenómeno Trump tiene implicaciones en el orden social, psicológico, político y hasta económico. Quien a esta altura del juego crea que Donald y MAGA son pasajeras experiencias políticas puede carecer de sentido de profundidad analítica.

De modo muy simple, todo comenzó con profecías auto cumplidas… al revés. El expresidente Obama dijo en 2016 que Donald “no era apto para el cargo”, e hizo algún chiste sobre su imposible nominación. Ya por aquellos días caminaba el falso dosier ruso para destruirle su reputación. Pensaban que la figura del magnate, física —gordito, peinado kitch,— y psicológicamente —irascible, prepotente— era fácil de derrotar entre 17 buenos candidatos en las primarias republicanas de 2016. Pero Donald se alzó con casi la mitad de los votos, seguido de lejos por Ted Cruz.

Quizás ese fuera el momento para que los rivales y declarados enemigos hubieran comprendido que profetizar el descalabro, el final político, funcionaba como un cumplimiento al revés. A cada ataque, el expresidente no solo salía fortalecido, sino que su base se compactaba ante lo que percibían, quizás con razón, como acoso. Algo más eficaz que la razón y los hechos comprobables encegueció a los legisladores, quienes fraguaron impeachments contra él a sabiendas que la bancada senatorial republicana era mayoritaria y protegerían al presidente. El primer juicio político fue ridículo e innecesario —aquella procesión, cuasi luctuosa, por los pasillos del Congreso, llevando en sus manos con absoluta certeza lo que sería el acta de defunción política. El segundo, una falta de respeto, cuando no una payasada de país tercermundista: juzgar a un presidente pocos días antes de salir de la Casa Blanca.

Desde el inicio del Trumpismo, este redactor se ha preguntado por qué los estrategas demócratas no han sido más serios; no han aprendido la lección de que como una vacuna, cada embestida contra Donald lo fortalece. Una explicación plausible es que, como el hombre de la rueda ponchada, en los adversarios de Donald Trump hay una elaboración muy subjetiva de los hechos; más emociones que razones; más centrados en el hombre y sus defectos, que en sus fuerzas y aptitudes; hay más egos que discernimientos en la meta de su invalidación política… O tal vez es solo miedo. Miedo a la revancha. A “drenar” un pantano que pocas personas como Donald Trump conocen por haber estado allí —“no hagan olas que nos ahogamos”.

Otra explicación, comprobable, es que durante la administración pasada hubo mejor economía y ausencia de guerras “calientes”. Los juicios políticos son subjetivos, dependen de cómo las personas perciben su entorno inmediato. Y todo parece indicar que una parte del electorado norteamericano cree que Donaldo Trump no solo será el “acosado inocente eterno” más allá de cualquier duda razonable —tiene “siete vidas” legales—, sino que es el único probable candidato para guiar el país en futuros tiempos difíciles.

Como dicen sucedió a Pablo Picasso cuando los nazis contemplaron con asombro el Guernica y preguntaron si eso lo había hecho él. A lo que el malagueño contestó que no, que eso lo habían hecho ellos. De la misma manera, a quienes adversan a Trump deberían preguntarle por qué lo hicieron presidente la primera vez… y por qué están en camino a lograrlo de nuevo.


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