Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Tendencias de la izquierda latinoamericana

Pese a su nuevo pragmatismo, la izquierda latinoamericana tiene aún que demostrar su capacidad de innovación y cambio y no limitarse a echar mano al arsenal clásico

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La expectativa que se creó en América Latina, luego del fin del consenso de Washington a partir de la crisis Argentina en el año 2000, la crisis del capitalismo financiero desde 2008 y la permanencia de gobiernos identificados con la izquierda iniciada con la llegada de Chávez al gobierno en 1998 en Venezuela y de Lula en 2003 en Brasil, era que se afirmara un contra modelo al neoliberalismo. Una década después se visualizan más claramente los avances y los límites de la ola de gobiernos asimilados a la izquierda o al progresismo en sentido amplio. Ello da cuenta de la evolución de la izquierda en tanto cuerpo de ideas y propuestas pero también del peso de los paradigmas dominantes que condicionan la evolución social, en un contexto global de crisis de modelo de sociedad, por la crisis capitalista, el agotamiento del ambiente, los movimientos de indignados, el surgimiento de exigencias por viejos y nuevos derechos.

El inicio de los gobiernos de izquierda en América Latina se generó en un contexto en extremo contradictorio. Para comenzar, la desaparición de la URSS y de su bloque geopolítico acabó con un modelo de sociedad. El cambio hacia el neoliberalismo como forma del capitalismo en la globalización, impuso su hegemonía en los últimos treinta años. Esta hegemonía arrinconó también el arsenal con el que la izquierda socialdemócrata planteaba hacer un capitalismo de rostro humano, regularlo y compatibilizarlo con la democracia y el progreso social. La socialdemocracia se derechizó considerablemente a escala internacional.

Las corrientes nacional desarrollistas por su parte, de inspiración cepalina, que compartía parte del arsenal socialdemócrata, quedaron sin sustento en una región alineada con las políticas de desregulación y de globalización neoliberal. Las consecuencias de la aplicación de programas de reforma neoliberales cambiaron las bases estructurales en las que pensaba apoyarse y desapareció el instrumental clásico de promoción del desarrollo.

La llegada al gobierno de la izquierda, con sus diversas variantes de progresismo, por primera vez en la historia de América Latina y de forma generalizada, marcó un hito importante y abrió expectativas. Sin embargo rápidamente se descubrió que el paso de la oposición al modelo neoliberal hacia un nuevo modelo, con políticas públicas distintas, no se inspiraban, como en el pasado de un modelo de sociedad alternativo, fuera este utópico.

Liquidado el modelo estatista, sin libertad, con equidad limitada y desinflado el modelo socialdemócrata, había que innovar a partir de nuevas realidades. Inserción internacional, mercado desregulado, privatización masiva, estado disminuido, desigualdad y pobreza, democracia de baja intensidad frente a la pluralidad y a la asimetría de intereses, corrupción y nuevas redes de intereses políticos económicos.

No menos importante es que la derecha y los intereses empresariales más vinculados con el modelo, el financiero, los oligopolios en los servicios y los exportadores, perdieron la arrogancia en torno a un modelo socio económico que habían logrado casi naturalizar, en el sentido de convertirlo en una doctrina auto justificada pese a que los resultados lo contradecían.

Sin embargo esta pérdida de terreno ideológico de los defensores del modelo en el continente, tuvo un aliado de retaguardia inesperado en la concertación chilena, que ahora también perdió terreno. Una coalición catalogada de centro izquierda y que durante 20 años le sacó brillo al neoliberalismo más agresivo, heredado de la dictadura militar, exportándolo como modelo económico exitoso y como paradigma de la gestión política que podía hacerse del neoliberalismo. En todos los foros y organismos internacionales esto era subrayado una y otra vez por todos los interesados.

Era inevitable entonces en este contexto que los gobiernos con pretensiones anti modelo liberal, recorrieran un camino balizado por la doctrina dominante, y contradictorio, en la práctica y el discurso. Las formulaciones discursivas muy diversas, como “capitalismo en serio” del primer gobierno Kirchner en Argentina, convertida ahora en “reformas progresistas”, “revolución ciudadana” en Ecuador, socialismo siglo XXI en Venezuela, pragmatismo brasileño, Nicaragua cristiana socialista y solidaria en Nicaragua, mostraron las combinaciones más diversas.

Varias consecuencias se desprendieron de este proceso. Sin modelo único se abrió el espacio para reconocer la diversidad. Quedó al descubierto que de la ideología a la innovación hay una distancia que no todos han logrado acortar. A su vez, la pretensión anti modelo neoliberal se ha ido revelando como una propuesta en el fondo bastante clásica en torno al nacional desarrollismo.

Se intenta recuperar el papel del estado, la regulación pública, su presencia en los servicios, en el fomento de actividades productivas, mejorar la distribución del crecimiento y revitalizar el mercado interno.

Llamando las cosas por su nombre, esto es una propuesta de modernización capitalista con regulación pública y redistribución social. La modernización política pendiente, dejada por las derechas en América Latina, los retrasos en servicios sociales, equipamiento e infraestructura a nivel continental y las consecuencias políticas y sociales devastadoras del neoliberalismo, hacen aparecer este neo desarrollismo extraordinariamente progresista en este nuevo siglo. Vino viejo en un nuevo odre. Con los corolarios adicionales de no sobre ideologizar la gestión pública, desarrollar relaciones pragmáticas con las demandas sociales, mantener el orden público, triangular intereses con el empresariado, lanzar un nuevo regionalismo con Unasur.

Se genera así un terreno objetivo de coexistencia con el capital, no exento de conflictos en algunos casos, la izquierda se naturaliza a su vez como gestora madura y no como amenaza y restaura la utopía desarrollista en que América Latina acorta distancia con el primer mundo o disminuye al menos las principales brechas sociales. Dadas las condiciones de partida es posible considerar que todo esto es mucho mejor que continuar en la senda anterior.

De hecho hay resultados parciales reconocidos en varios países. Lo que se traduce en más espacio para políticas contra cíclicas, programas sociales más audaces, empleo y reducción de la pobreza así como más regulación publica. Los estudios comprueban que la izquierda es más redistributiva.[1]

Sin embargo, esta evolución, próxima casi de la necesidad y del sentido común, tiene sus zonas de sombra y sus tensiones. El modelo de modernización capitalista con redistribución implica crecimiento acelerado y acceso a servicios masivos con aumento del ingreso y el consumo de la mayoría. Este es el paradigma justamente en crisis por sus altos costos ambientales, consumo no sostenible, derroche tecnológico e inversión de alta intensidad de capital sin selectividad en base a criterios de impacto.

La cuestión no es menor porque el dorado latinoamericano es tan finito como el resto del planeta.[2] Ya hay vastas zonas extremadamente degradadas, con pérdidas aceleradas de recursos naturales, ciudades inviables, consumo insostenible, exportaciones intensivas que penalizan la sostenibilidad alimentaria e inversiones con impacto nocivo.

Mientras Alemania, Suecia y Suiza discuten la salida de la energía nuclear, Argentina se ufana de abrir una segunda planta Atucha II. Brasil, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, no pueden modificar los modelos extractivos primarios y si en un caso es para hacer ganancias y en otros para financiar el crecimiento, el resultado en términos de impacto es el mismo. Aunque entre uno y otro igual se hagan fortunas privadas. En relación a esto no es casual que se hayan multiplicado los conflictos ambientales, étnicos y campesinos en una mezcla inédita.

El neo desarrollismo como base de reformas progresistas tiene vida por delante, dadas las carencias de la región, qué duda cabe. Pero no se puede limitar a proponer una combinación más equilibrada entre crecimiento y redistribución. Estamos en otros tiempos y con nuevos problemas.[3]

Varios temas nodales nos ha dejado la herencia neoliberal, frente a los cuales se deben explorar nuevos caminos. Los valores y la cultura en una sociedad de derechos. La calidad del crecimiento y su impacto así como nuevos criterios sobre el desarrollo deben ser abordados. El papel del estado y la regulación deben ser analizados en las nuevas condiciones tanto nacionales como de la integración regional. Los modelos políticos y de gestión pública, deben refundar la relación entre el estado y la sociedad en torno a la democracia, los derechos y la institucionalidad que asegure transparencia, rendición de cuentas y más participación ciudadana. El papel de la descentralización y las economías locales.

A la luz de estos temas se pueden interrogar otros aspectos.

¿Como puede desarrollarse una economía con diversas formas de propiedad, en que el mercado tiene su lugar, pero no es el eje de una modernización capitalista y dónde debe haber más bien sectores vedados al capital y sobre todo al transnacional?

¿Para qué queremos Unasur, el Mercosur y el banco sur, que está a punto de iniciarse?[4] ¿Para financiar qué tipo de crecimiento y desarrollo? ¿Cuál sería la diferencia en este caso entre la derecha y la izquierda? ¿Solo la redistribución?

A la hora de las respuestas el progresismo neo desarrollista y el nuevo pragmatismo de la izquierda latinoamericana ha echado mano al arsenal clásico, junto con el reconocimiento del mercado y la democracia. Queda por ver cuál es la capacidad de innovación y cambio.



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