Tensión y ruido entre Moscú y Washington por Ucrania
Retórica de dominación y la búsqueda de ganancias puntuales por parte de Putin. Un intento de salvar lo que queda de la cara y el prestigio del lado de Biden
Aumento de tensiones en la frontera ruso ucraniana; conversaciones, sin aparentes resultados concretos entre Washington y el Kremlin; amenaza de sanciones económicas; posibles repercusiones en América Latina y el Caribe. ¿Nos acercamos a una nueva guerra fría?
Hasta ahora es poco probable. Aunque nadie sabe si el resultado final será enterrar la sardina entre todos o cada uno arrimar el ascua a la suya. Eso sí, estaremos por un tiempo escuchando una y otra vez la canción de Sabina: “Mucho, mucho ruido/Tanto, tanto ruido”:
El viceministro del Exterior del Kremlin, Sergei Ryabkov, dijo el jueves que “no podía confirmar ni descartar” la posibilidad de que Rusia envíe activos militares a Latinoamérica, en caso de que Estados Unidos y sus aliados no pongan fin a sus actividades militares cerca de territorio ruso. (“Ruido entrometido”)
El asesor de seguridad nacional de EEUU, Jake Sullivan, restó importancia a estas declaraciones, y las describió como una “fanfarronería”, aunque especificó que de producirse el hecho EEUU respondería de forma “decisiva”. (“Silencioso ruido”)
Por su parte, la congresista María Elvira Salazar envió un tuit: “Rusia amenaza con colocar militares en Venezuela y Cuba, poniendo en peligro a todo el continente y regresando a los tiempos oscuros de la Guerra Fría. ¡Qué demostración de la debilidad de Biden! ¿Qué más permitirá esta Administración?”. (“Ruido enloquecido”)
Uno de los problemas al que nos enfrentamos al analizar esta crisis del siglo XXI, es que la están produciendo figuras con mentalidad del siglo XX —y en el caso de Putin del siglo XIX—. Por ello vemos imágenes de movimientos de tropas, soldados en trincheras nevadas y fotografías de funcionarios en reuniones internacionales que nos dicen poco de lo que en realidad ocurre. Y es que a Putin se le ha ocurrido crear una “Doctrina Monroe” a la rusa. Claro que dirá: ¿por qué ellos sí y yo no? Y en eso no deja de tener razón. ¿Alguien recuerda a Bolton?
Sin embargo, lo que sucede puede resumirse en dos aspectos.
Uno es que Putin está tratando de desmantelar el esquema de seguridad construido en Europa, por las potencias occidentales tras la caída de la URSS, al tiempo que trata de evitar el ejemplo en sus fronteras de una nación próspera y democrática (aunque esperar tanto de Ucrania en un corto tiempo cae en la fantasía).
El otro son los errores acumulados por las mismas potencias, y en especial por Washington, durante los años en que se consideraron inexpugnables en un mundo unipolar, la presión para extender en alcance y número de miembros una organización como la OTAN, típico producto de la guerra fría, tras la desaparición del Pacto de Varsovia. Si Clinton tanto alabó a Yeltsin como líder de la democracia, pues desde hace ya un tiempo tenemos las consecuencias: de la situación creada por ese “líder” salió este autócrata. Pero lo principal lo advirtió Gorbachov, cuando dijo que humillar a Rusia tendría consecuencias.
Lo demás, retórica de dominación y la búsqueda de ganancias puntuales por parte de Putin. Un intento de salvar lo que queda de la cara y el prestigio del lado de Biden, que parte de dos primicias fundamentales: Ucrania nunca ha sido una zona de interés estratégico priorizado por Washington, y este país y su presidente no tienen la más mínima gana de lanzarse a una guerra, y eso lo sabe todo el mundo y primero que nadie Putin.
Para entender gran parte de lo que ocurre hay que descartar mitos e ideas preconcebidas. Putin no es un nuevo Stalin o Hitler, tampoco un mandatario con una actitud de abierta agresividad internacional y mucho menos un irracional o enloquecido. Es un autócrata, sin escrúpulos frente a sus enemigos, que gobierna con éxito una cleptocracia.
También ayuda a entender el desvincularse de explicaciones socorridas, pero sin fundamento: Ucrania no es la Checoslovaquia de los preámbulos de la Segunda Guerra Mundial y tampoco el Afganistán que invadió Brezhnev, que por cierto era ucraniano (como también lo fueron Nicolás Gogol, Mijaíl Bulgakov y León Trotsky).
Las similitudes y distancias —políticas, económicas, culturales, lingüísticas y sociales— no justifican una agresión, pero ayudan a comprender lo que ocurre en un país donde su actual presidente, Volodymyr Zelensky, ahora habla ucraniano en público, pero antes se ganaba la vida como comediante en lengua rusa recorriendo el territorio de la antigua URSS. Igual ayuda a captar el alcance de la declaración de Putin sobre las intenciones de Occidente de colocar “sus misiles a nuestra puerta”. Para él, Ucrania es su traspatio. Ello pesa tanto como la preocupación expresada públicamente de que la OTAN podría utilizar el territorio ucraniano para desplegar misiles capaces de llegar a Moscú en apenas cinco minutos. En la actualidad, Rusia trabaja a pasos acelerados para disponer del misil hipersónico Zircon en sus buques de guerra en aguas internacionales.
Si Rusia tuviera la intención de un diálogo serio, valdría la pena buscar una restauración del ahora extinto tratado INF sobre misiles nucleares intermedios en Europa, y un regreso, con modificaciones, a los límites sobre despliegues militares en el tratado de Fuerzas Armadas Convencionales en Europa (CFE). Putin violó repetidamente ambos acuerdos en el pasado, lo que provocó la retirada de EEUU del INF en 2019, así que las esperanzas son pocas.
¿Una nueva “Crisis de Octubre”?
Seguro el alboroto en Miami. Durante años en esta ciudad se ha recurrido —con tesón y paciencia— a buscar el derrocamiento del régimen de la isla mediante la táctica vulnerable e inútil de señalar que este representa una amenaza para Estados Unidos. (“Ruido incomprendido”)
Pero recurrir a ese fantasma, el anhelo de repetir un movimiento similar a la retirada de los cohetes estadounidenses de Turquía —la parte secreta del acuerdo de entonces entre Kennedy y Jrushchov que no se hizo pública hasta décadas después— no pasa de momento de ser una fantasía de Putin, empeñado en lograr concesiones a punta de pistola. (“Ruido como sables”)
La ingeniera Paulina Zelitsky, que desertó a Canadá en 1971 y participó entre 1968 y 1971 en el diseño y la construcción de la base secreta de submarinos soviéticos en la Bahía de Jagua, Cienfuegos, Cuba —y que estuvo en operaciones durante 20 años— escribe en Is Putin Planning a Nuclear Crisis in the Caribbean? que “no hay informes creíbles de submarinos rusos visitando Cuba o Venezuela. Las amenazas y afirmaciones rusas siempre deben ser examinadas cuidadosamente por expertos independientes de la Marina porque la desinformación ha sido tradicionalmente el arma más eficaz y barata de la propaganda soviética y rusa contemporánea. Las amenazas militares reales son estrictamente secretas y no se anuncian al público”.
Se debe recordar que poco después de llegar al poder en 2000, Putin ordenó el cierre de una instalación de vigilancia militar de fabricación soviética en Cuba, en un intento por mejorar las relaciones con Washington. En años recientes, Moscú ha intensificado sus comunicaciones con Cuba a medida que aumentan las tensiones con Estados Unidos y sus aliados, informa la AP.
Aunque también hay que recordar que, en diciembre de 2018, Rusia estacionó brevemente dos de sus bombarderos Tu-160, con capacidades nucleares, en Venezuela, en una muestra de apoyo al presidente Nicolás Maduro ante la presión de Occidente.
A esto se agrega que, a comienzos de agosto de 2009, un par de submarinos nucleares de ataque rusos estuvieron patrullando la costa este de EEUU, una misión rara en esa época que despertó preocupación en el Pentágono y en las agencias de inteligencia norteamericanas, las que temieron que los militares rusos estuvieran adoptando una posición más enérgica, de acuerdo a una información de The New York Times.
Las naves no llevaron a cabo ninguna acción provocativa, pero su presencia inusual en la época posterior a la guerra fría causó preocupación.
De acuerdo al Departamento de Defensa, uno de los submarinos permaneció en aguas internacionales a unas 200 millas de la costa de EEUU, mientras la localización del otro no estaba clara.
Un funcionario de rango dijo que la segunda nave se había dirigido a Cuba, al tiempo que otro de igual categoría —con acceso a los informes de la misión de vigilancia— especificó que se había alejado en dirección norte, de acuerdo a The New York Times.
En la actualidad, más allá de las palabras, no hay indicios de que Rusia quiera exportar este conflicto a Cuba y Venezuela. Para Putin, Ucrania parece ser clave no porque sueñe con resucitar la Unión Soviética o ampliar por la fuerza el territorio de la Rusia moderna. Más bien Ucrania presenta una oportunidad para que Rusia reafirme su relevancia geopolítica.
Tal como lo ve Putin, solo la amenaza de guerra puede reiniciar un diálogo que muchos en Occidente consideraban concluido: la expansión de la OTAN hacia el este, la negativa del veto ruso sobre cuestiones de seguridad regional y la subyacente sensación de que, en resumidas cuentas, “Rusia” (la URSS) perdió la guerra fría.
Por ello, desde su óptica, Putin no puede permitir que Ucrania se involucre en una alianza militar como la OTAN ni siquiera como aspirante a miembro, porque sería la mayor prueba de que su proyecto geopolítico ha fracasado y él no ha cumplido su papel histórico.
Puede existir otra razón.
Según Shakespeare, Enrique IV aconsejaba a su hijo que la mejor manera de distraer la atención de los problemas nacionales es desviar a “las mentes atolondradas para que se mantengan ocupadas con disputas extranjeras”.
Quizá Putin se cree el director del teatro del mundo, quizá solo actor, quizá al final se limite a la escenografía.
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