Terrorismo en Orlando y la ¿respuesta? de Estados Unidos
¿Hasta cuándo seguir esperando?
El tema del terrorismo no es asunto de demócratas, republicanos o independientes, sino de todos los americanos. ¿Hasta cuándo los matarifes golpearán a su antojo y esta nación continuará pretendiendo ser políticamente correcta?
Se dice que no hay pruebas concretas que involucren directamente al Estado Islámico en la reciente masacre de Orlando, o en la de San Bernardino del pasado diciembre, que se trata de “lobos solitarios” que actúan por su cuenta.
De nuevo juegos con palabras y tecnicismos. Quizás ningún energúmeno del Estado Islámico dio directamente la orden que asesinó 49 personas en Orlando, o 14 en San Bernardino. Ninguno de los asesinos llevaba uniforme de ISIS o banderas negras de ese supuesto “país”. Pero negar el vínculo de estos criminales locales con los del Estado Islámico, allá y aquí bajo la misma bandera de yijadismo islámico y odio, y hablar de “lobos solitarios” como si hubiesen llegado de Júpiter o Saturno sin ningún tipo de relación o contacto con la “metrópoli” terrorista, es pecar de ingenuos, para decirlo amablemente.
Las grandes potencias no pueden dejar sin respuesta agresiones de sus enemigos, sean naciones o hatos de delincuentes como al-Qaeda, Estado Islámico o cualquier banda terrorista. Cuando dejan pasar impunemente actos criminales contra sus ciudadanos o sus intereses, facilitan que se repitan con más frecuencia e intensidad, para al final no tener más opción que enfrentar y derrotar a los agresores.
Se sabe desde la antigüedad; basta con observar la historia, sea la de Roma o la del Imperio Británico. O la de Estados Unidos.
En diciembre de 1941 Japón atacó traicioneramente a Estados Unidos en Pearl Harbor, provocando miles de bajas y destruyendo enorme cantidad de recursos militares. La respuesta fue contundente: casi cuatro años de guerra sin cuartel contra el Imperio del Sol Naciente, culminados con explosiones nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki que puede discutirse si debieron lanzarse o no, pero que “tranquilizaron” la belicosidad nipona. El mensaje fue rotundo: no se puede atacar impunemente a Estados Unidos. El Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en ese momento era un presidente demócrata.
En septiembre 11 del 2001 no fue un país quien atacó, sino una banda de delincuentes escudados en una ideología religiosa de odio y rencor para justificar instintos terroristas gestados mientras vivían escondidos en cuevas en Afganistán y Pakistán. Casi tres mil personas fallecieron en ataques con aviones de pasajeros secuestrados y lanzados contra el World Trade Center, el Pentágono, y en un cuarto avión secuestrado que no cumplió su macabra misión porque la frustraron los pasajeros, que impidieron al precio de sus vidas que los secuestradores lograran su objetivo.
La respuesta también fue contundente: menos de un mes después, las fuerzas armadas de Estados Unidos, con apoyo de naciones aliadas, invadieron Afganistán, al otro lado del mundo, expulsaron del poder al Talibán que daba abrigo a la banda terrorista, y pusieron a los zarrapastrosos de la supuesta guerra santa a correr como cabras. El mensaje de nuevo fue rotundo: no se puede atacar impunemente a Estados Unidos. El Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en ese momento era un presidente republicano.
Hace pocos días, terroristas palestinos sembraron muerte en un centro comercial en Tel Aviv, crimen celebrado con júbilo en comunidades palestinas en la región. Al día siguiente el Gobierno israelí respondió: además de las represalias habituales contra los fanáticos y sus viviendas, no se entregarían los cadáveres de los terroristas a sus familiares, y quedaban sin efecto todos los permisos otorgados a los palestinos para visitas y viajes con motivo de la celebración del Ramadán. Y aunque el presidente de EEUU no condenó inmediatamente el atentado en Israel, el primer ministro israelí enseguida expresó condolencias por la masacre en Orlando.
La batalla contra el terrorismo no es cuestión de republicanos o demócratas, sino de los intereses y la seguridad de Estados Unidos, y ante eso las filiaciones partidistas tienen que pasar a segundo plano.
En los últimos años se han sucedido ataques terroristas en Estados Unidos, perpetrados por criminales nacidos en el extranjero o aquí mismo. Según estimados, con el reciente de Orlando ya suman diez los ataques terroristas en Estados Unidos durante la presidencia de Barack Obama, con un balance total de 88 muertos y cientos de heridos. ¿Y qué ha hecho al respecto el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos? aparentemente no lo suficiente, para ser indulgente con las palabras.
Obama utilizó sus palabras a la nación sobre la masacre en Orlando, tras reunirse con un grupo de asesores, para justificar su actuación y hablar a favor de la presunta candidata demócrata a la presidencia y contra el presunto candidato republicano.
Dijo que su estrategia debilita al Estado Islámico con continuos golpes aéreos y terrestres en su territorio. Pero esos resultados no se traducen a simple vista en significativos retrocesos de ISIS ni en disminución de la actividad terrorista en Estados Unidos y en el mundo. Evidentemente, ISIS no teme a las represalias de la nación más poderosa del mundo, porque tales represalias no se sienten inmediatamente sobre su propio territorio.
Si se conoce que existen vínculos ideológicos entre esos “lobos solitarios” en EEUU y sus inspiradores mentales de ISIS, ¿por qué no devolver el golpe a los facinerosos en su propio territorio? ¿Para qué sirven los portaaviones en el Mediterráneo y el Índico, las bases de la OTAN en Turquía y los aeropuertos en países aliados del Golfo Pérsico y Medio Oriente?
¿Hasta cuándo continuar confundiendo al asesino con el armamento, alegando que con un control de armas más riguroso las cosas mejorarán, cuando los terroristas andan sueltos y hay que aniquilarlos? Un AR-15 no dispara solo, necesita de un miserable que lo empuñe para poder asesinar seres humanos.
¿Hasta cuándo repetir la monserga de que el Islam es una religión de paz, si se basa en imponerse a los “infieles” a sangre y fuego? Con la cantidad de musulmanes analfabetos que solamente conocen del Corán en las madrasas donde los adoctrinan belicosos imanes, financiados muchas veces con dinero saudita, cada vez son más los sicópatas deseando ganar rápidamente un paraíso donde les esperan 72 vírgenes y ríos de miel y leche por ser mártires en la guerra santa. ¿Qué mejor manera de serlo que aniquilando “infieles” masivamente?
Los terroristas no se apaciguarán por sí solos ni porque se controlen más las armas. Es imprescindible una contundente estrategia antiterrorista total con acciones simultáneas dentro de Estados Unidos y en el exterior, y coordinadas con nuestros verdaderos aliados.
Esta gran nación tiene fuerza y recursos para hacerlo, pelear esta batalla hasta sus últimas consecuencias, y vencer.
Para lograrlo requiere un Comandante en Jefe, demócrata o republicano, con voluntad política de hacerlo y de dejar claro el mensaje de que no se puede atacar impunemente a Estados Unidos.
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