Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Hungría

Una leyenda de la Guerra Fría

El futbolista Ferenc Puskas tuvo que sortear un laberinto de obstáculos en uno de los regímenes comunistas más severos de su tiempo.

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La reciente muerte del gran futbolista Ferenc Puskas, a los 79 años, en un sanatorio de Budapest, ha sido sentida por el mundo del deporte, pero lo que quizás no conozcan sus admiradores es que además de demostrar su excelencia corriendo tras la bola y metiendo goles como ninguno, este húngaro también fue una leyenda de la Guerra Fría.

Al cumplir 70 años, Puskas publicó un libro autobiográfico que, en vez de estar centrado en su genio futbolístico, lo dedicó a hechizar al público. Esta vez, con el laberinto de obstáculos que tuvo que sortear a través de uno de los regímenes comunistas más severos de su tiempo, cuando un insignificante desliz podía ser castigado incluso con trabajos forzados.

En aquella ocasión, en la capital húngara, Puskas contó a esta corresponsal de Encuentro en la Red cómo una vez fue "perdonado" por las autoridades comunistas por haber cometido "el delito" de entrar a escondidas a su país cuchillas de afeitar occidentales y medias de nailon para su mujer, por lo cual podían haberlo castigado con la cárcel, si él no hubiera sido una gloria del deporte mundial.

El futbolista también admitió aquel día: "Sé que la indulgencia se debió a que el régimen totalitario utilizaba mi figura, y en general al equipo, como un 'arma' en la guerra ideológica contra Occidente, exponiendo la excelencia del fútbol húngaro y de su héroe como una conquista de la clase obrera".

Llegaron a decir, agregó, "que el estilo que el grupo jugaba, 'total football' —como después lo llamaron los holandeses—, tenía un sustrato ideológico, ya que en ese estilo los deportistas podían jugar en cualquier posición, lo cual significaba que ¡Hungría había eliminado la división de clases hasta en el deporte!".

Pero Puskas, un húngaro que poseía ese cáustico humor centroeuropeo, cuenta en su libro cómo se rió varias veces del régimen. Por ejemplo, el día que le dijo a Mihaly Farkas, un temido jefe de la policía secreta en esa época, que lucía como un helado de vainilla en su uniforme de ceremonias. "Esta vez fui a parar al calabozo por unas horas, pero luego me sacaron porque sabían que la gente me quería y me apoyaba".


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