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Una reelección merecida

La OEA tiene serios problemas de funcionamiento. Pero pese a las limitaciones de la organización y de su cargo, José Miguel Insulza merece el reconocimiento que significó su reelección al puesto de secretario general

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El pasado 13 de mayo, el congresista republicano Lincoln Díaz-Balart calificó a la Organización de Estados Americanos de un organismo “putrefacto” e insinuó que el secretario general José Miguel Insulza recibía dadivas del presidente venezolano Hugo Chávez. ¿Pruebas de esta acusación macartista? Ninguna.

José Miguel Insulza fue reelecto el 24 de marzo como secretario general de la Organización de Estados Americanos por aclamación. Algunos países miembros, tanto los integrantes del grupo ALBA, como Estados Unidos, expresaron críticas a las dificultades que atravesó la OEA bajo su primer mandato, pero todos, absolutamente todos, agradecieron al Secretario General su liderazgo en los pasados cinco años.

Uno de los más viscerales oponentes de la reelección del secretario general Insulza fue el periodista Carlos Alberto Montaner. Defendiendo las posiciones de las más reaccionarias élites latinoamericanas, Montaner pasó el año previo a la elección de marzo cuestionando la integridad moral  del demócrata chileno. Demostrando sus cualidades de analista (lleva años pronosticando el colapso del gobierno cubano), Montaner vaticinó que Insulza no sería reelegido, llegando a pedir que Estados Unidos se retirara de la OEA, pues “no sirve para nada”. 

Los  motivos de tal hostilidad hacia Insulza por la derecha cubana son dos: 1) Insulza contribuyó a actualizar la posición de la OEA hacia Cuba,  derogando de la resolución VI de Montevideo (1962), en la Asamblea General de San Pedro Sula de Junio de 2009 y 2) La OEA rechazó el golpe de Estado en Honduras.

La derecha cubana exiliada  no puede entender que Insulza  abriera una discusión sugerida por todos los secretarios de la organización desde Baena Soares, con la insignificante excepción del corrupto Miguel Ángel Rodríguez. Insulza lidió con el error histórico de excluir a Cuba en el siglo XXI por tener “un gobierno marxista” y construir alianzas con “el eje chino-soviético”, a pedido de la Cumbre de las Américas de Puerto España y porque era, desde los valores de los estados de la región, incluyendo Estados Unidos, lo más racional.

Si Cuba no está en la OEA hoy es por rechazar los preceptos de la Carta Democrática Inter-Americana. El organismo continental ha aclarado que si la izquierda gana en elecciones competitivas será el gobierno legítimo de la nación. La idea de que los anticomunistas tienen un derecho natural a gobernar en la Habana solo perdura en la ley Helms-Burton.

La OEA tiene serios problemas de funcionamiento. El Secretario General necesita mayor capacidad para atajar ataques contra la democracia por presidentes electos democráticamente. Pero la solución de esos problemas no está en tolerar  golpes de Estado ―como el de Micheletti― o en pedirle al Secretario General que actúe más allá de sus prerrogativas, sino en reforzar el trabajo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y enmendar la Carta Democrática Interamericana, creando un mecanismo de alertas tempranas sobre comportamientos antidemocráticos en cualquier nivel de los sistemas políticos.   Insulza no es mago y con una autoridad limitada no podía hacer mucho más de las denuncias que realizó. Los cargos en los organismos internacionales obedecen a un mandato otorgado por los países miembros.

Todo lo contrario

Es curioso que la visión de Montaner sobre  la OEA coincida casi a pie juntillas con la de Fidel Castro. Para ambos la razón de ser de la organización continental  se reduce a servir a los intereses hegemónicos de EEUU. Según Fidel Castro, la OEA “recoge la basura de sesenta años de traición a los pueblos de América Latina” (¿“Tiene la OEA derecho a existir?”, Granma, 14 de febrero de 2009) y  por tanto,  debe ser desintegrada y reemplazada por una organización latinoamericana de Estados. Según Montaner, la organización, al surgir  gobiernos  que no aceptan la hegemonía norteamericana, tiene “el enemigo en casa”.

Los problemas  de esas visiones son dos. Están desinformadas sobre la génesis de la organización continental y convierten el accidente histórico de una relación de dominación en la única alternativa posible para el futuro de este organismo. Contrario a las visiones  de Montaner y Fidel Castro, el sistema interamericano ―como lo han demostrado Ana María Ezcurra y Miguel Alfonso―, no se creó por un deseo de Estados Unidos sino de algunas élites latinoamericanas, al final de la segunda guerra mundial. Gobiernos como el de Medina Angarita en Venezuela,  de Vargas en Brasil, el gobierno auténtico en Cuba y el gobierno mexicano de Manuel Ávila Camacho  apoyaron la convocatoria a una conferencia en Chapultepec en 1945 para reforzar las relaciones interamericanas de postguerra.  La política norteamericana en vigor entonces era la del buen vecino. La preocupación de los líderes latinoamericanos era que al lanzarse a  un liderazgo global, Estados Unidos diera la espalda a la  región. En términos diplomáticos, estas élites consideraban que su mejor estrategia era construir un foro de diálogo regional en el que Estados Unidos se comprometiera a soluciones multilaterales.

Es cierto que en las primeras tres décadas de  la guerra fría la OEA se desvió de su misión de multilateralismo, cooperación regional y defensa de la democracia, pero ya para los años 70 comenzó un proceso de rediseño de la organización sobre principios de pluralismo ideológico. A pesar de dificultades, se ha instalado en la región una identidad cuyo enfoque no es combatir ideologías, sino defender el acatamiento  de principios democráticos procesales. Hay también nuevos actores regionales como Canadá, el Caribe y tanto Estados Unidos como América Latina han cambiado sustancialmente.

Puede que el fantasma de las relaciones de dominación ―al que por distintas vías aluden Montaner y Fidel Castro― ronde aún el sistema interamericano. Pero no son éstas las únicas dinámicas concebibles ni deseables. Por el contrario, debería ambicionarse una relación regional respetuosa del derecho internacional y el multilateralismo, centrada en el desarrollo económico y la democracia. Fueron esas relaciones, (y no las de separación con EEUU, exaltadas luego por Che Guevara en su conversación con Richard Goodwin en Punta del Este) las que promovió la revolución cubana en su primer año. En la Asamblea General de la OEA en Santiago de Chile, la delegación cubana presidida por Raúl Roa respaldó la creación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Fidel Castro, en la Caracas del almirante Larrazabal, abogó por una OEA renovada, comprometida con la democracia, sin dictaduras.

Naturalmente que la elección de Insulza puso los pelos de punta a la derecha cubana ultramontana. Cada vez que Montaner dice que la historia demuestra algo es un alerta pues generalmente ocurre todo lo contrario. Montaner  escribe que la organización había casi elegido al ex presidente salvadoreño Francisco Flores para la secretaría general de la organización y que frente a un empate, la elección de Insulza en 2005 había sido una calamidad, un “error” de la entonces Secretaria de Estado Condoleeza Rice (“Insulza debe abandonar la OEA”, El Nuevo Herald, 14 de Febrero de 2010)

Montaner miente. Francisco Flores nunca empató con José Miguel Insulza en ninguna elección. La candidatura de Flores fue un embullo de  Roger Noriega, un ex ayudante del senador Jesse Helms, que pronosticó tras la visita del Papa a Cuba en 1998 que el gobierno cubano estaba colapsando. El 8 de abril de 2005, Flores, sin apoyo y a pedido de los mismos que lo embullaron, retiró su candidatura, quedando como novia esperando en el altar. 

Hubo un empate en varias votaciones, pero entre el canciller mexicano Luis Ernesto Derbez y la candidatura de Insulza. Después del empate, Roger Noriega chantajeó al representante de Haití, país donde Chile dirigía la misión de paz y presionó al gobierno de Granada para que votaran por Derbez, cambiando su voto original por Insulza. Aun así, la candidatura del chileno, respaldada por el presidente Ricardo Lagos, ganó impulso con el apoyo de Lula da Silva, el presidente brasileño más popular de la historia, quien cabildeó el cambio de los votos de  Paraguay y Colombia a favor de Insulza mientras Haití y Panamá anunciaban que harían otro tanto. 

La secretaria Rice hizo en Santiago lo que las realidades políticas imponían: evitar una derrota para la diplomacia norteamericana, facilitar el retiro de la candidatura de Derbez y aceptar la candidatura de Insulza.

El daño que causan

Este año, la historia de 2005 contra Insulza se repitió como farsa. Díaz-Balart, Montaner y la comparsa propagandística que los acompañó contra Insulza, hicieron un ridículo sonado. No obtuvieron ni un solo voto de oposición al Secretario General.

Lo insólito fue que el Washington Post, uno de los periódicos más importantes de Estados Unidos, se embarcó en el desacierto. Montaner en los últimos años ha usado el Washington Post, no sólo para atacar a la izquierda del ALBA ―dígase Chávez, Castro, Morales, Ortega o Correa― sino también para emponzoñar el ambiente contra el presidente Lula y el liderazgo regional brasileño, defender el golpe de Estado contra el presidente Zelaya, repudiado por todos los países del mundo, e incluso acusar a EEUU de ser una “republica bananera” bajo Bush y Obama. Claro que esto último lo dijo no cuando Bush estaban destrozando la economía con la guerra en Irak, sino cuando el presidente Obama lidiaba con una crisis que heredó. 

La explicación central del ascenso de la izquierda en la región reside ―para Montaner― en una supuesta idiotez de los pueblos que la eligen, y en la mano todopoderosa de la Habana o Caracas. Los fracasos neoliberales, el aumento de la pobreza y la desigualdad hasta finales de los años noventa, o los casos de corrupción notables, como el de su querido Miguel Ángel Rodríguez, no merecen análisis, ni que Estados Unidos se distancie de esas experiencias.

Con ese diagnóstico se embarcó al Washington Post, y cuando es posible, se embarca la política exterior norteamericana, en políticas ignorantes de los problemas específicos de los países y democracias de la región. Se sigue embarcando al exilio cubano, en un anticomunismo de guerra fría, sin convicción democrática y cada día con menos aliados.



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