Venezuela, Ucrania y las incoherencias
La testaruda realidad no coopera con expertos de café con leche
Continúan sin aparecer evidencias de los “cientos” de tropas especiales que estarían arribando a Venezuela en los últimos días, o de los “miles” de militares cubanos que se encontrarían en ese país, según declara a bombo y platillo la parroquia de Miami dizque especializada en esos temas.
Una foto de un soldado de la Guardia Nacional con un orificio para arete en la oreja no basta para demostrar presencia militar cubana en Venezuela o dar sustancia a acusaciones de que “mercenarios” de la Isla reprimen estudiantes venezolanos que protestan en las calles, como si allá no sobraran malandros para llevar a cabo ese trabajo sucio sin exponer a los enviados de los hermanos Castro a fotos, videos y denuncias que circulan por las redes sociales continuamente. Los asesores cubanos para la represión en Venezuela se cuidan mucho de exhibirse públicamente.
Si esas acusaciones tuvieran sustancia, con los miles de fotos y videos que se toman en teléfonos celulares a lo largo y ancho del país, hace tiempo deberían haber aparecido algunas de esas “avispas negras” cubanas que, según se asegura en los mentideros de Miami y Hialeah, inundan Caracas y todo el país, hasta vistiendo uniforme cubano.
No justifico la injerencia del régimen cubano en Venezuela ni pretendo hacerlo, pero al escribir o hablar en público no hay derecho a fantasear: el decoro y la decencia reclaman basarse en evidencias, no inventar ni dejarse llevar por oportunismos o sentimientos. Al fin y al cabo, para que una idea triunfe no basta con tener razón, como tiene la población venezolana en estos momentos: también se necesitan medios para hacer triunfar las ideas, y esos no parecen tenerlos los opositores venezolanos todavía. Por otra parte, están más solos internacionalmente que un anacoreta en el desierto: Latinoamérica, el Caribe, Europa y Canadá miran hacia otro lado, y Estados Unidos no se muestra contundente, y no me refiero a la Cámara de Representantes sino al Ejecutivo.
Lo que conduce directamente a pensar también en Ucrania, sobre todo Crimea. Putin impone la fuerza para controlar ese enclave peninsular, con la cuarta parte de extensión territorial que Cuba, donde radica la base naval de Sebastopol, que garantiza a Moscú la salida de su Flota del Mar Negro a las aguas cálidas del Mediterráneo, una obsesión rusa desde tiempo de los zares, y que tras la disolución de la URSS obtuvo un tratado que garantizaba la presencia de la base hasta el año 2042.
Ucrania reclama Crimea como parte de su territorio —se la regaló el ucraniano Nikita Kruschev en 1954 como “gesto simbólico”— aunque su historia, geografía, cultura, y más del 58 % de la población de la península es rusa. Definir quién tiene razón depende de las percepciones: mientras para Estados Unidos Putin cometió un acto ilegal que viola tratados internacionales —lo cual es cierto—, los rusos consideran que su presidente actuó para proteger compatriotas en peligro después que una banda de forajidos ucranianos destituyó a un gobierno legalmente establecido en Kiev y se proclamó independiente.
Lo realmente trascendente en la disputa es lo qué podría realmente hacer Occidente, sabiendo que Estados Unidos no enviará su Sexta Flota a liberar Crimea, ni los gobiernos europeos en estos tiempos de crisis económica y moral parecen capaces o interesados en pelear una guerra ni siquiera contra naciones tan pequeñas como Seychelles, Tonga, Nauru o Tuvalu, mucho menos contra el oso ruso.
Naturalmente, el alboroto y la oratoria nunca están de más y constituyen un componente sustancial de la conducta de políticos interesados en su reelección: de ahí los llamados a bloquear cuentas rusas en bancos americanos o negar la entrada al país a ciudadanos de Rusia, sin pensar, por ejemplo, que buena parte de Europa depende del gas ruso para su calefacción, sin alternativas de poder modificar ese escenario por el momento.
¿Cuánto tiempo, en esas condiciones, duraría un boicot contra Rusia? Parece haberse olvidado la guerra del 2008, donde los iluminados se aburrieron de repetir que Rusia había caído en una trampa en Georgia al guerrear con sus vecinos, porque Europa no lo permitiría, pero tras cinco días de desiguales combates Georgia perdió Abjasia y Osetia del Sur, sin que el resto del mundo hiciera algo más que patalear.
Occidente no tiene ahora demasiadas opciones en Crimea. Aunque pueda parecer cínico, lo más sano, porque ahora es muy difícil obtener nada más, sería lograr un entendimiento con los rusos, aceptar que ellos nunca renunciarán a apuntalar la salida de sus flotas al Mediterráneo, y alcanzar un statu quo que respete la integridad territorial de Ucrania sin que Moscú lo sienta como una amenaza a los intereses del Kremlin. Moralmente tal arreglo no sería muy santificable, pero resultaría muy realista en las condiciones actuales.
Todo esto que he escrito sobre Venezuela y Ucrania puede que no resulte muy agradable para muchos, aunque confieso que nunca he aspirado al premio de la popularidad. Hay quienes han dicho que no entiendo la realidad de Venezuela, y supongo que ahora algunos dirán que tampoco la de Ucrania. Es posible, pero defiendo respetuosamente mis criterios como cualquier ser humano en el mundo, aunque muchos tiranos no reconozcan ese derecho a sus ciudadanos.
De manera que, aun deseando sinceramente estar total y absolutamente equivocado y que el desarrollo de los acontecimientos en ambos países sea mucho más optimista y positivo de lo que aquí vislumbro, pretendo mantener mis criterios.
Al menos, mientras la testaruda realidad continúe sin cooperar con expertos de café con leche que aseguran cosas diferentes.
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