Votantes de Miami apoyaron a candidato antiembargo
El retador demócrata Charlie Crist obtuvo 304.138 votos en Miami-Dade, el equivalente al 58,43 %, mientras que el republicano Rick Scott recibió 204.682, un 39,32 %
Son tres votaciones seguidas. Dos presidenciales y esta última para gobernador de Florida. Los cubanoamericanos votan mayoritariamente en favor del candidato demócrata. Si usted quiere seguir apostando al Partido Republicano en esta ciudad tiene todo su derecho, pero luego no diga que aquí solo triunfan los políticos que se oponen al embargo y mantienen una posición estridente contra el régimen de La Habana. Porque sencillamente no es verdad. Las cifras indican lo contrario.
El miércoles 13 de agosto del 2014 el diario de Miami El Nuevo Herald traía una nueva noticia con sabor viejo. El tema de Cuba volvía a una campaña electoral en este país. Las diferentes posiciones sobre el caso cubano, entre el gobernador republicano Rick Scott y el aspirante demócrata Charlie Crist, se habían convertido en el tema más polémico “en cuanto a asuntos de interés para los votantes hispanos, considerados decisivos en la campaña”, según el periódico.
El gobernador Scott había mostrado siempre compartir lo que puede catalogarse como la “prueba de fuego” del exilio histórico, tradicional, vertical o de línea dura de Miami —todos estos términos son equívocos e incompletos, pero no por ello dejan de usarse por apatía o costumbre—, que era estar a favor del mantenimiento del embargo económico de Estados Unidos contra el régimen de Castro.
Crist, por su parte, había declarado que deseaba viajar a la Isla como parte de una iniciativa para modificar la actual estrategia nacional hacia La Habana que, según él, había fracasado, ya que el actual gobierno sigue siendo el mismo esencialmente desde 1959 cuando Fidel Castro tomó el poder. Crist también había dicho que por entonces estaban suspendido sus planes iniciales de ir a Cuba, pero que no por ello renunciaba a realizar la visita en el futuro. Tanto Scott como Crist rechazan el régimen castrista, así que no era una diferencia de actitud hacia el gobierno de La Habana, sino de enfoque.
Todo ello no dejaba de ser típico de Miami, pero al mismo tiempo era una vuelta al pasado —o al presente—, donde un argumento ajeno a lo que debiera ser la elección se convierte en elemento de votación, para provecho de políticos demagogos.
Al conocer los resultados electorales, en que Crist perdió la apuesta por la gobernación del estado, no faltaron las opiniones —más que apasionadas interesadas— en salir a proclamar que esa derrota significaba un rechazo al levantamiento o modificación del embargo y a la ampliación de los viajes turísticos a la Isla.
El error corre veloz en boca del zorro, que sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una sola y es verdadera: tratar de engañar no contribuye a la democracia en Cuba, sino la dilata.
Para quienes siguen pensando que ningún político puede ganar una elección en Miami si está en contra del embargo, y quieran evocar el ejemplo de Charlie Crist, es bueno advertirles a tiempo que están equivocados.
En la capital del exilio ganó Crist con un amplio margen frente a Rick Scott. El republicano gobernador de la Florida recibió 204.682 votos, que hacen un 39,32 % del total de electores, mientras su retador demócrata ganó 304.138, el equivalente al 58,43 %, según datos de Miami-Dade County Elections.
La victoria de Crist, en la ciudad que cuenta con el mayor porcentaje del voto cubanoamericano del estado y el país, mucho mayor que el margen que en toda la Florida le dio el triunfo a Scott.
Que el estar a favor o en contra del embargo no contó en ningún momento en las elecciones en Miami se evidencia también en otro dato. En Miami-Dade los demócratas ganaron en todas las votaciones salvo una. Con un margen menos notable, el republicano Carlos Curbelo, con 69.318 votos, que representan el 52,20 %, se impuso al demócrata Joe García, al que favorecieron 63.487 partidarios y quedó por debajo con un 47,80 %. Solo que este caso, ambos candidatos habían declarado su posición en favor del embargo.
Nada de lo anterior habla a favor o en contra de eliminar el embargo o permitir el turismo estadounidense a Cuba. Nada tampoco inclina a pensar que si se cambian estas medidas se abrirá la puerta de la democracia en la Isla
Por supuesto que afirmar que Crist se impuso en Miami solo por su posición antiembargo sería tan disparatado como indicar que un vecino de Hillsborough o Volusia —preocupado por las atrocidades del régimen castrista— se decidió en las urnas por un gobernador conocido por su firmeza frente al gobierno de La Habana.
Por lo tanto, lo más prudente es reconocer que nadie se acordó en el colegio electoral que en una ocasión, y con poca fortuna, Scott firmó una ley que limitaba el comercio del estado con los regímenes de Cuba y Siria, y una hora después envió una carta a Washington en que afirmaba que la ley no se podía aplicar. En resumidas cuentas, al final la ley no obtuvo mejor destino que quizá caer bajo la implacable crítica de los ratones en cualquier almacén de desperdicios.
En aquel momento Scott actuó con igual cinismo que del capitán Renault, en la escena de Casablanca que muchos la saben de memoria:
“—No. Por favor, señor —dijo el capitán y le arrebató la cuenta al camarero.
Se apresuró en explicar su generosidad a la pareja de refugiados.
—Es un juego muy sencillo. Lo ponen en la cuenta y yo rompo la cuenta.
Y agregó complacido y aún sonriente:
—Resulta muy conveniente”.
Sin duda conveniente para un grupo de partidarios sin temor al ridículo y seguidores ilusos que confiaron en que un estado de esta nación podía legislar en política internacional como si fuera un país. Absurdo desde el punto de vista legal, pero con una profunda justificación, más que ideológica emocional, para los exiliados que han tratado de convertir a Miami —y en este caso más delirante aún en el deseo de ir más allá de la ciudad y abarcar toda Florida— en una patria independiente en territorio estadounidense.
Pero de igual forma, no hay que creer que a la hora de encerrar en negro el círculo por la votación para gobernador hubo otro elector que priorizó el hecho de que, de ser elegido Crist aspiraba a ser nuestro hombre en La Habana, al menos de visita.
Todo es más simple: no hay que colocar el caso cubano por encima de todo y en todo momento, si adopta otra ciudadanía.
Para quienes adoptan esa actitud, hay que señalar que es muy patriótica con respecto a la Isla, aunque secundaria a los efectos electorales estadounidenses.
Si en vez de ninguno, se prefiere decir que fueron pocos —de acuerdo a las cifras— los que priorizaron al embargo en estas elecciones en Miami, no hay problema en ello. A los efectos estadísticos no hace diferencia.
Durante décadas, a políticos locales, estatales y nacionales les bastó una estrecha plataforma anticastrista. Lo demás quedó a cargo de una maquinaria política, simple pero efectiva: recolectar boletas ausentes, apelar a los beneficiados del Plan Ocho, montar en autobuses a quienes almuerzan en comedores para personas de bajos ingresos y movilizar a simpatizantes con una fe ingenua de que esos candidatos iban a contribuir al fin del castrismo.
Luego los recién elegidos se limitaban a beneficiarse de la propaganda obtenida gracias a frenéticas y repetitivas declaraciones en contra de Castro, que carecían de efectividad pero no por ello dejaban de hacer bulla. Después de pocos o varios años —en el caso de los políticos locales— algunos terminaban destituidos o en la cárcel y otros cumplían su mandato o continuaban en sus cargos laborando de forma eficiente.
Sin embargo, en todos los casos —y por supuesto que esto excluye a los legisladores federales— su capacidad para influir en un posible destino democrático para Cuba resultó casi nula; no por falta de deseo sino al quedar fuera de su competencia.
Si a un político le interesa tanto el respeto a los derechos humanos en la Isla, y no forma parte del Congreso en Washington, lo mejor que hace es buscar otros medios de satisfacer su saludable intención.
De lo contrario se arriesga al ridículo, como le ocurrió al gobernador Scott, cuando en el estado se presentó esa ley que impediría a las compañías que negocian con Cuba y Siria el participar en licitaciones de contratos con fondos públicos, y Scott firmó primero y luego dijo que no y después afirmó que sí, para que la medida terminara siendo declarada inconstitucional.
Porque en el caso de una elección para gobernador en Florida, lo importante no es estar a favor o contra del embargo, sino la capacidad para hacer las cosas bien en este estado.
Los problemas de Cuba son de los cubanos, no de los floridanos. Si alguien considera que el asumir esta actitud es antipatriótica, en el caso de los ciudadanos norteamericanos nacidos en Cuba —los únicos que tienen derecho a votar—, que comience por mostrar la parte del texto que se repite durante el juramento de adopción de la ciudadanía estadounidense, donde se declara la fidelidad al anticastrismo, el apoyo al embargo y a las repúblicas de Hialeah y Calle Ocho.
En esta última elección, los votantes de Florida prefirieron a Scott por un estrecho margen. Si lo hicieron por la enorme cantidad de dinero invertida por el gobernador en una campaña negativa, por apatía de los demócratas o debido a que consideraron que el republicano estaba mejor capacitado para la labor que el demócrata queda fuera del tema de este artículo. Aquí lo importante es recalcar que en dos ocasiones el candidato presidencial demócrata, Barack Obama, ganó el condado Miami-Dade, y que ahora lo volvió a ganar Crist. El debate sigue abierto.
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