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América Latina, Cumbre Iberoamericana

XXI Cumbre: alarmas tras un encuentro deslucido

El nuevo gobierno español deberá repensar el funcionamiento de las Cumbres, como toda la relación con América Latina

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Hasta los elementos estuvieron en contra. La intensa tormenta caída en Asunción durante la celebración de la XXI Cumbre Iberoamericana, desarrollada en el salón de convenciones de la Confederación Sudamericana de Fútbol (CSF), provocó un corte de luz de más de 20 minutos. Aún más, la lluvia caída se filtró en algunos sectores de la sede, y hubo que colocar lonas para permitir la celebración de las conferencias de prensa de los presidentes o sus representantes.

Durante la conquista española, el Paraguay era conocido como el “paraíso de Mahoma”, por la extraordinaria hospitalidad de los aborígenes, que hasta ofrecían sus mujeres a los recién llegados. En esta ocasión, si bien los anfitriones desplegaron todo su encanto para recibir a las delegaciones participantes, no pudieron evitar un torrente de ausencias (11 sobre 21), algo sin parangón en la historia de las Cumbres.

Siempre me he negado a valorar el éxito o fracaso de una Cumbre Iberoamericana en función de la participación presidencial, y esta vez no será diferente. Sin embargo, no se puede desconocer que tantas ausencias son el síntoma de una grave crisis que viene de lejos. Pese a ello, tampoco es conveniente caer en el alarmismo, creer que todo ha terminado y que solo con cambios profundos y radicales se podrá salvar lo construido y evitar que la próxima cita, en Cádiz, sea un nuevo fracaso. Las prisas no son buenas consejeras y las medidas que se adopten deben ser producto del mayor consenso posible entre todos los implicados.

Obviamente, el nuevo gobierno español deberá repensar el funcionamiento de las Cumbres, como toda la relación con América Latina. En este punto se imponen diversas reflexiones que pasan por convertir a las Cumbres en bienales, una propuesta antigua, bilateralizar la relación con la región, especialmente con aquellos países que más interesen a España, sin descuidar a los otros, o abogar por una mayor coordinación entre la relación iberoamericana y la eurolatinoamericana. La relación con América Latina debe construirse diariamente, sin improvisaciones, sin olvidar o postergar a la región, ya que la presencia del Gobierno de España, a su máximo nivel, es importante y debe ser constante, ya que si una relación tan privilegiada no se cuida, se deteriora.

Ahora bien, siendo España uno de los principales actores del sistema de Cumbres, no es el único responsable de su funcionamiento. Para que el proyecto funcione es necesario que todos los países implicados lo hagan suyo, lo que implica que en algún momento habrá que desactivar el tutelaje español. Caso contrario, la Comunidad Iberoamericana está llamada al fracaso y de poco servirá el esfuerzo político y económico que pueda realizarse desde Madrid.

En esta ocasión no se debe desconocer la responsabilidad del país organizador. Por eso habrá que preguntarse si las ausencias de los presidentes de Argentina, Brasil y Uruguay, todos socios de Paraguay en Mercosur, fue solo una casualidad, o cuánto tiene que ver con problemas antiguos. Como señaló Carmen de Carlos, un grupo de parlamentarios paraguayos del Parlasur manifestó su disgusto: “¿No será que Cristina Kirchner y Dilma Rousseff rehúyen reiterativamente su venida al Paraguay a raíz del monto de asuntos pendientes que tienen con su socio regional?”, aludiendo a los bloqueos fluviales, a cuestiones energéticas, y también a que el Parlamento paraguayo aún no ha ratificado el ingreso de Venezuela en Mercosur.

Las Cumbres Iberoamericanas llevan dos décadas de existencia y las relaciones de España y Portugal con sus antiguas colonias mucho tiempo más como para que en esta ocasión nos dejemos llevar por las prisas y la fuerza de la coyuntura. Cierto es que la situación económica de América Latina es mucho mejor que la de Europa, comenzando por España y Portugal que no están ahora en sus mejores momentos. O que antes de 2020, y de continuar con su ritmo de crecimiento actual, Brasil se habrá convertido en la sexta economía del mundo, tras superar a Francia, Gran Bretaña y Alemania. O que América Latina mira atentamente a China, y a otros mercados asiáticos, lo que refuerza la presencia de nuevos actores extrarregionales en el continente.

Pero no conviene sacar las cosas de contexto e inventarse una realidad que dista mucho de ser tal. Es verdad, como recordó con acierto el secretario general iberoamericano Enrique Iglesias que hay empresas multilatinas que cada vez invierten más en Europa, y otras partes del mundo, y que sus capitales serían muy bien recibidos en la Península Ibérica, al ser fuente potencial de riqueza y de creación de nuevos y tan necesarios puestos de trabajo.

¿Significa esto que América Latina acudirá en rescate de la vieja Europa o de sus antiguas metrópolis? Mucho me temo que no. Cuando uno pregunta a Brasil y México, los únicos que podrían hacer algo en este sentido, por qué no ejercen claramente su liderazgo en la región, uno de los principales argumentos manejados es la falta de recursos públicos. Una respuesta similar se escucha cuando se interroga a todos los gobiernos latinoamericanos por la falta de programas de cohesión social impulsados por los propios latinoamericanos en el contexto de los proyectos de integración regional.

En muchos sentidos esta Cumbre no fue muy diferente de las anteriores. Ausentes Fidel Castro (al igual que su hermano Raúl), la responsabilidad de lo inesperado recayó en Rafael Correa, que se ausentó de la reunión mientras hablaba la representante del Banco Mundial, Pamela Cox, tras haber tomado la palabra el mexicano Ángel Gurría, secretario general de la OCDE. Antes de la intervención de Cox, Correa había criticado a Gurría: “Me preocupan estas intervenciones de los países más desarrollados para darnos cátedra de buenas costumbres en política económica”. Por eso sugirió que “en reciprocidad, a la próxima reunión de la OCDE vaya un representante latinoamericano a darles cátedra”.

También hubo las correspondientes declaraciones presidenciales y múltiples encuentros bilaterales, como la mantenida por las máximas autoridades españolas con Ollanta Humala, el presidente peruano que debutaba en estas lides. Si bien se puede señalar que hubo más de lo mismo, incluyendo una larga y minuciosa declaración, también podría pensarse que esta Cumbre debería marcar el principio de una profunda reflexión sobre el significado de la relación iberoamericana, una relación que debe darse en múltiples direcciones, actuando todos los participantes en pie de igualdad y de forma responsable.



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