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La hora fantasma de cada cual

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Confieso que empecé a leer con desconfianza La hora fantasma de cada cual, libro de cuentos (¿cuentos? ¿novela? ¿cuentinovela? ¿novelicuento?, quién sabe, qué importa) de Raúl Aguiar. Una parte del libro —la menos feliz, por cierto— había caído en mis manos durante la última edición del premio Caimán Barbudo. La rebasé con rapidez y me adentré en la segunda parte. Y entonces esa magia que es toda buena literatura hizo su aparición. El antiteque cedió espacio hasta desaparecer, dejando al descubierto eso de humano que siempre vale en el hombre, lo que hace trascender el proceso de escritura desde un laborioso juego malabar con las palabras, a una entrega, sin esperanzas de reciprocidad, a esa quinta dimensión que es la imaginación humana. Sólo entonces la sintaxis cede espacio al corazón, los personajes cobran cierta vida que de algún modo nos trasciende y el punto final firma un compromiso que el escritor ya no está autorizado a eludir. Un compromiso que desde este momento Raúl Aguiar ha contraído con nosotros, sus lectores.

 

Hay tareas más arduas que otras, y no es de las más livianas aquella que alguna vez tentó a Dostoievski: descubrir el rostro oculto de la sociedad, ese que la pacatería prefiere susurrar y no decir. Un rostro en que hay tanta humanidad como en cualquier otro, y a veces más al desnudo. De ese mundo se encarga Raúl, sortea con suerte remolinos y escollos, devolviéndonos a salvo y magullados en la otra orilla. Por eso nos queda, al cabo de las páginas, esa sensación dolorosa y feliz de una excursión con paisajes, montañas, manigua densa y roquedales: el cansancio de los caminos y la tentación de regresar mañana, el año próximo, en el siguiente libro.

 

Presentación del libro La hora fantasma de cada cual, 1994



Salariales

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Salió una mañana cierto propietario en busca de obreros para labrar su viña.

 

A las ocho concertó con algunos pagarles un denario al día y los mandó al trabajo.

 

Salió a las nueve, y viendo a algunos ociosos los contrató igualmente:

 

─Id también a mi viña y os daré lo que fuere justo.

 

Y ellos fueron.

 

Más tarde hizo lo mismo con otro grupo de desocupados.

 

Y, por último, una hora antes del fin de la jornada, contrató a un puñado que había pasado el día en la plaza, a la sombra de un toldo, contemplándose el ombligo:

 

─¿Por qué estáis aquí todo el día ociosos?

 

─Ha subido mucho la tasa de desempleo ─respondieron.

 

Y aún a riesgo de inflar su plantilla, los encaminó también hacia la viña donde ya se daban cabezazos y había mermado mucho la eficiencia.

 

Al fin de la jornada, mandó a su mayordomo:

 

─Llama a los obreros, págales el jornal empezando desde los postreros hasta los primeros.

 

El mayordomo pagó un denario a cada uno, desde los que habían trabajado apenas una hora, hasta los que habían sudado como burros durante todo el día.

 

Fueron esos últimos quienes comenzaron la sedición y las murmuraciones:

 

─Estos postreros sólo han trabajado una hora y los ha hecho iguales a nosotros, que hemos llevado la carga y el calor del día.

 

A lo que el señor respondió:

 

─Amigo: no te hago agravio. ¿No te concertaste conmigo por un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Mas quiero dar a este postrero como a ti. ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mio? ¿O es malo tu ojo porque yo soy bueno? Recuérdalo: los primeros serán postreros, y los postreros, primeros: porque muchos son llamados, mas pocos escogidos. Acababa de inventar el sueldo fijo.

 

“Salariales”; en: Somos, n.º 155, La Habana, 1994, p. 43.



Contraseña

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Un tal Lázaro, rico hombre de Judea, vestía sólo confecciones exclusivas de las casas más prestigiosas, bebía vinos importados de las mejores bodegas y ofrecía cada día espléndidos banquetes. A su puerta, otro Lázaro, mendigo y ulceroso hasta la náusea ─ni los perros venían a lamerle las llagas─, esperaba con paciencia y resignación por las sobras que los criados echaran a la basura.

De vez en vez, ambos Lázaros levantaban los ojos y dedicaban alguna que otra plegaria al Señor, cada cual según el grado de su fe, que era mudable. Quizás Lázaro, el mendigo, mirara más hacia el cielo, porque disponía de más tiempo y porque en esa posición se sienten menos los retortijones del hambre.

Ambos murieron el mismo día. Uno de gota y el otro de septicemia en la esperanza. Después de un breve tránsito por el purgatorio, despertaron a sus nuevas vidas. Uno fue dotado de alas y vagó sobre los cirrocúmulos y los estratonimbos entre querubes y angelitos de Miguel Ángel, disfrutando a plenitud de ese sanatorio alpino que es el cielo.

El otro se acomodó como pudo en la llama eterna y comprobó que sus llagas seguían en el lugar de siempre. Transcurrido un tiempo, logró pasar de contrabando un recado que serviría de contraseña a sus colegas en la Tierra:

«Hasta después de muertos somos pobres».

“Contraseña”; en: Somos, n.º 156, La Habana, 1994, p. 13.



¿Intolerancia o Humanismo? (La homosexualidad en Cuba)

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¿Tienes idea de cuántos homosexuales puede
haber en Cuba? Tomando la tasa mundial de entre
3 y 4% de la población, con que están de acuerdo
casi todos los especialistas, en Cuba habría
entre 300.000 y 400.000 homosexuales (sin contar los
bisexuales). Una sociedad esencialmente humanista
no se puede desentender del destino de esos ciudadanos
Dr. Celestino Álvarez Lajonchere
ex director del Grupo Nacional de Educación Sexual, Cuba
Breve historia de Daniel Ramírez
Daniel Ramírez estudia el onceno grado en una facultad nocturna de La Habana, al tiempo que trabaja como mozo de limpieza en una peluquería. Abandonó sus estudios en el curso diurno para buscar trabajo, y fue entonces cuando discurrió por un penoso peregrinar de oficina en oficina. Los pretextos para no darle trabajo fueron diversos, y dependieron de la imaginación y el nivel de prejuicios de los empleadores: que no había plaza, que dejara sus datos y en breve se comunicarían con él —aún estaría esperando—, etc. Un constructor le dijo con toda franqueza que si lo empleaba tendría que expulsar en los próximos meses, por agredirlo, a otros trabajadores, cuyo machismo les impediría trabajar resignadamente a su lado. En otro lugar, donde adujeron que no había vacantes, Daniel aceptó la excusa y envió varios minutos más tarde a un amigo heterosexual, que obtuvo el trabajo sin mayores dilaciones. Una siquiatra llegó a decirle que tenía dos opciones: ver la vida como si fuera una película o irse del país. Pero, a pesar del consejo, Daniel, educado en una familia que lo juzga y lo ama por quién es, sea cual sea su conducta sexual, piensa que su lugar está en Cuba.
¿Confiables o no?
Casos como el de Daniel me indujeron a conversar con el Dr. Celestino Álvarez Lajonchere, y tratar de indagar sobre algunos juicios y prejuicios que sobre la homosexualidad subsisten en Cuba:
—Doctor, existe una opinión bastante generalizada de que los homosexuales no son confiables en tanto que homosexuales.
—Eso se basa en la concepción de que la homosexualidades una “debilidad de carácter”, y que por esa razón no son confiables. Creo que los homosexuales pueden ser objeto de chantaje en una sociedad no permisiva y donde ocultan, por razones obvias, su homosexualidad. Desde ese punto de vista, creo que no sería prudente poner en sus manos secretos militares o de Estado, y preferiría que los homosexuales entendieran eso. Pero no por razones intrínsecas. He conocido homosexuales que son grandes figuras del arte y de la ciencia, con una gran fortaleza de carácter, e incluso homosexuales que resistieron las torturas sin delatar a sus compañeros. ¿Puede llamárseles no confiables?
—Es curioso: si una sociedad no es permisiva, el homosexual se encubre y es posible blanco de chantaje. Pero si es un homosexual encubierto, la sociedad pondrá en sus manos los secretos de que usted hablaba, creyéndolo heterosexual. Y si se trata de un homosexual declarado, que es cuando la sociedad pondrá sus secretos lejos de él, no será jamás blanco de chantaje por esa causa. Si se modificara la concepción actual y ser homosexual no fuera una actitud repudiada, ¿no desaparecería la precondición necesaria para el chantaje por esa causa?
—Eso es racional, pero fíjate que la doble moral y la subestimación a la mujer va a tardar decenios, siglos quizás, en desaparecer. En Holanda noté que incluso los homosexuales masculinos discriminan a las femeninas. Extrapolación del machismo. Así, la discriminación al homosexual va a tardar más en desaparecer.
¿Causas?
—Eso está todavía en estudio —responde el Dr. Lajonchere—, pero al parecer las causas biológicas son más importantes. El Instituto de Endocrinología Experimental de la Universidad de Humboldt, en Berlín, ha obtenido sistemáticamente camadas de animales de experimentación homosexuales, cambiando el equilibrio endocrino de la madre en el momento crítico en que se está produciendo el dimorfismo cerebral en el animal. Si las causas son básicamente biológicas, entonces resulta que la persona no es responsable de su homosexualidad. No está en él cambiarlo. No lo escogió. Por eso es doblemente inhumano hacerle la vida imposible al homosexual. Aunque, sea cual sea la causa, es inhumano darle un tratamiento diferenciado y está en contra de los principios humanistas de nuestra sociedad.
Homosexuales, bisexuales y transexuales
—Una experiencia homosexual en la adolescencia —responde el Dr. Lajonchere— debe ser vista con cuidado. Es frecuente y no implica que la persona sea homosexual (cuando sólo siente estimulación sexual por personas de su mismo sexo). También hay los que funcionan indistintamente con ambos sexos, los bisexuales, que no son homosexuales estrictos. El homosexual raras veces intenta un cambio de sexo, y cuando lo hace es por presión social. En cambio, el transexual es fisiológicamente un varón pero su percepción como ser humano es la de una mujer. Generalmente su situación es muy dramática, y puede confundirse con la del travesti (que puede ser transexual u homosexual). En esos casos, ya en Cuba se está practicando el cambio de sexo.
¿Amaestrar?
—Sabemos, Dr. Lajonchere, que durante aquella experiencia nefasta y por suerte efímera de los años 60, las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, donde eran recluidos muchos homosexuales, se intentaba modificar su conducta mediante técnicas aversivas. ¿Es posible hacerlo?
—El homosexual conserva su nivel hormonal idéntico al del heterosexual, sólo que cambia el centro de su interés. Dado esto, se le podría amaestrar para que tengan relaciones con personas de sexo contrario. Lo difícil es lograr que esto les resulte agradable. Y en ese caso se le entregaría a la mujer un varón incompleto, cuya orientación está en la estructura de su propio cerebro. Pero, además, amaestrarlo sería anti ético.
Amaneramiento
—Se cree que todos los homosexuales son amanerados, ¿es así?
—No. Si la homosexualidad es básicamente biológica, el amaneramiento es aprendido. Donde no hay una represión grande y donde el homosexual existe más o menos abiertamente, el amaneramiento es rechazado por los homosexuales y es minoritario. En ocasiones, puede ser una manifestación de protesta contra la sociedad que los discrimina.
¿Existe discriminación al homosexual en Cuba?
es la pregunta que hago entonces al Dr. Lajonchere, pero antes recuerdo la carta de un homosexual a la redacción de la revista Somos:
“¿Por qué se discrimina tanto al homosexual? ¿Por qué se nos trata como antisociales? ¿Por qué se nos rechaza en todas partes, cuando descubren en uno aunque sólo sea un mínimo destello de homosexualidad?”
—Eso está ocurriendo y ocurrirá por muchos años —responde Lajonchere—. No es exclusivo de nosotros. Es mundial. Los investigadores Master y Johnson plantean que el rechazo tiene un origen religioso. La iglesia sólo acepta el coito reproductivo, por tanto, la homosexualidad es pecado capital. En el Medioevo los homosexuales eran condenados a muerte.
—Incluso en Cuba, donde la Inquisición fue leve, la única quema masiva fue la de unos 90 homosexuales en un sitio llamado Cayo Puto, en la Bahía de La Habana.
Hasta los padres
La magnitud del repudio a los homosexuales nos la da un hecho sintomático: los primeros en repudiarlo son los padres. Los mismos padres que sobreprotegerían a un niño enfermo o minusválido, y que no retirarían su apoyo a un hijo delincuente. La solución de algunos padres es “ignorar “la homosexualidad de sus hijos. La incomprensión puede provocar desajustes sociales que no tienen nada que ver con la homosexualidad, pero que sí se empleen como justificación para ejercer la discriminación.
¿Represión?
—Existen funcionarios que cometen arbitrariedades y, en ocasiones, manejan la legislación de acuerdo a sus prejuicios, lesionan la dignidad humana del homosexual, por convicción propia, o porque una actitud simplemente más humana hacia el homosexual puede hacer sospechoso al funcionario, al menos en ciertos contextos, ante los ojos de compañeros más intolerantes. ¿Puede hablarse de represión en Cuba a los homosexuales?
—Yo no creo que en Cuba haya una conciencia represiva al respecto —afirma el Dr. Lajonchere—, pero sí tienen problemas laborales, y hay tareas que les están vedadas, como la educación.
—En nuestras leyes no se recoge la prohibición de la homosexualidad—explica el Mayor Eduardo Berriz, Jefe de Divulgación de la Policía Nacional cubana—; lo que no se toleran son sus manifestaciones. Se entiende por eso que un homosexual no puede hacer manifestación de su condición en la vía pública: pintarse los labios, provocar al resto de la ciudadanía con su manifestación. Eso lo recoge la sección cuarta del artículo 359 del Código Penal: “Se sanciona con privación de libertad de 3 a 9 meses o multa de hasta 270 cuotas o ambas al que haga pública ostentación de su condición de homosexual, o importune o solicite con sus requerimientos a otro, realice actos homosexuales en sitios públicos o en sitios privados pero expuesto a ser visto involuntariamente por otras personas, ofenda el pudor o las buenas costumbres con exhibiciones impúdicas o cualquier otro acto de escándalo público”.
Si tenemos en cuenta —pienso yo— que entre amaneramiento y homosexualidad puede no haber coincidencia, hay riesgo de que “hacer pública ostentación” signifique algo diferente para cada persona, que el pudor y, más aun, las “buenas costumbres”, sean demasiado ambiguas, y que al final resulte la ley algo tan interpretable que cada cual la aplique a su manera. Es el camino más rápido hacia la arbitrariedad.
El cebo
—En algunos centros de enseñanza suele ponerse un cebo, provocar al sospechoso de homosexual para, una vez sorprendido in fraganti, expulsarlo por razones supuestamente “morales”, ¿que usted cree, doctor, sobre esta práctica “moral”?
—Me parece una práctica denigrante, sobre todo para quienes la ejercen. Se rompe la trayectoria laboral o estudiantil de una persona muchas veces capaz. Y, en ocasiones, los móviles son más sórdidos que un prejuicio. Recuerdo el caso de una muchacha muy bella que estudiaba en Checoslovaquia. Varios de sus compañeros cubanos de estudio la pretendieron, pero ella no aceptó. Sospecharon que era homosexual y le pusieron un cebo. La muchacha cayó. Fue expulsada y enviada de regreso a Cuba, donde ahora trabaja como secretaria, de modo que la sociedad está perdiendo sus capacidades. Si no hubiera sido atractiva, posiblemente nadie se hubiera ocupado de su homosexualidad.
¿Homosexualidad vs. Ideología?
“Yo tuve la suerte de formalizarme y mi pareja siempre me supo guiar, pero la juventud actual se siente desatendida. Forman un submundo que por la existencia de prejuicios se desarraigan de todo. Cuando se nos atiende y se nos da un lugar en la sociedad, sabemos actuar. Queremos respeto y sabremos respetar de acuerdo a cómo se nos trate. Soy, afortunadamente, militante de la Unión de Jóvenes Comunistas, y sé que es un pecado serlo dada mi condición de homosexual, pero me pregunto ¿por qué?, si yo tengo una actitud digna.” (Carta a la revista Somos)
Denuncia la duplicidad a que se ve obligado el homosexual que participa políticamente, dado que hoy es una verdad no escrita que los homosexuales no pueden integrar organizaciones políticas como el Partido Comunista o la Unión de Jóvenes Comunistas, y algunos consideran que la homosexualidad es una deformación moral que inhabilita políticamente, aun cuando la vida demuestra continuamente lo absurdo de esa mentalidad.
Supuestas estadísticas
sitúan a Cuba entre los más altos índices de homosexualidad del planeta. ¿Podría haber algo de cierto en eso?
—No hay fundamentación alguna en eso. Ni hay razones para pensar que en Cuba sean más o menos que en otros países los homosexuales —afirma categóricamente el Dr. Lajonchere—. Pero si se les reprime algunos se muestran más extrovertidos. No creo que en ningún país se pueda hacer una estadística confiable sobre esto. Hay un trabajo fuerte para introducir una cuña entre los grupos homosexuales y la Revolución Cubana. Hacen uso de los errores cometidos en los 60. Cuando dices una mentira grande y la avalas con una verdad pequeña, el resultado es más o menos creíble para una población ya prejuiciada por una avalancha de desinformación.
—¿Y cuál sería la mejor actitud, la más humana pero, a un tiempo, realista frente a este fenómeno?
—Yo valoro a las personas por su conducta social, no por sus inclinaciones sexuales. Juzgo por su actitud social, porque todo lo que ocurra dentro de una habitación entre dos personas compete sólo a ellos. Nada que no perjudique a terceros es condenable. Hacer que la población conozca más el fenómeno la ayudará a ser más permisiva, a comprender que esas personas no pueden ser destruidas por el hecho de ser distintas. Y la comprensión tiene que empezar por los padres. Si no fuéramos más tolerantes, dejaríamos de ser humanistas.
“Intoleranz order Humanismus? (Homosexualität in Kuba)”; en: Cuba Libre, n.º 4, Köln, Alemania, diciembre, 1993, pp. 26-29.
“¿Intolerancia o humanismo? La homosexualidad en Cuba”; en: Somos, n.º 155, La Habana, 1994, pp. 2-5.



Devaluaciones

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La Habana, año 1970: La boda de un amigo. Cuando aparecí, las madres y vecinas que entonces no eran para mí más que “personas mayores” cuchichearon en los rincones a causa de mi pantalón de mezclilla que me habían dado para cierta jornada de trabajo en el campo, un pulóver algo desbembado y mis únicas zapatillas (sin medias) —ni siquiera sospecharon que de otra pieza íntima también carecía—. También carecía de intención snob. Carecía de ropa. De todos modos, la socialización de la miseria (que entonces era abrumadora) lo hacía más llevadero: todos andábamos más o menos igual de desastrados. Ningún Levi’s o Florshane nos echaba en cara nuestro ripierismo. Pero ya entonces, como es natural en toda economía de guerra, con racionamiento y escaseces, había asomado el mercado su cara negra: Una cajetilla de cigarros a veinte pesos o un pantalón (usado) en 100 .
Y pasó el tiempo y pasó... que el racionamiento se entronizó en Cuba, no como una circunstancia coyuntural, sino como un modus vivendi que ya cumplió tres décadas —tiene carné de identidad, responsabilidad penal, derecho al voto— y nos fuimos habituando a convivir con él. Del sacrificio necesario para conseguir metas que se fijaron para el 70, con sucesivas posposiciones, pasó a engrosar esa materia gris de lo cotidiano. Y como la tensión heroica, sostenida por una ética férrea, es, por fuerza de la humana extenuación, un estado transitorio, convivir con el racionamiento consistió a medias en sobrellevarlo y a medias en burlarlo, más cuando ya el racionamiento hacía agua (asignaciones y auto asignaciones de bienes estatales, viajes a convenciones y shopping centers).
Para el hombre común, que no disponía de medios más o menos lícitos de hurtarle el cuerpo a la escasez, sólo quedaba una vía: el mercado negro, que en Cuba se conoce familiarmente como “la bolsa negra”. Desde pantalones hasta automóviles, café y apartamentos, todo empezó a ser objeto de esa empresa comercial sin fronteras. Los viajes de la comunidad cubana en Estados Unidos descorrieron el telón del consumo para una gran masa de la población enajenada hasta entonces de la quincallería contemporánea, y el proceso creció a galope.
Incluso la apertura del mercado paralelo (1980) —casualidad o respuesta, sucedió inmediatamente después del éxodo de 125.000 cubanos por el Mariel— asumió los precios de la bolsa negra (pura ley de la oferta y la demanda), confirmando su pragmática. Y si para cualquiera es posible eludirla en la región discutible de lo superfluo, puede que una cifra cercana al 100% de los cubanos adultos haya tenido que carenar alguna vez en las interioridades oscuras de la bolsa. Unos sacos de cemento para que el techo no les caiga a mis hijos en la cabeza; una arroba de malanga, porque el niño no tiene qué comer, un par de zapatos, porque ya el hueco ocupa toda la extensión territorial de la suela, o... Ejemplos sobran. Y se va entronizando una espiral, porque la grabadora de $500 no se puede arrumbar al closet por falta de una liga que la economía estatal no fabrica y el tallercito privado expende a 10, 15, 20 pesos. (¡Un robo! —exclamas, pero la compras. Qué remedio. Y así florecen fabricantes clandestinos de casi todo, comerciantes, intermediarios y fauna subsecuente, gracias a que el racionamiento les ofrece la clientela en bandeja de plata, la red comercial no opone ni un amago de competencia y la suma de dos factores —la apertura visual del cubano actual hacia otras latitudes del confort, y el incremento abrumador del nivel de instrucción, con la aparición de expectativas superiores de vida— crean la necesidad de un incremento en el nivel y la calidad de la vida que el racionamiento, con su esquema más o menos igualitarista, excluye.
Se aspira (en términos de paradigma ético) a un hombre ajeno a estas apetencias, pero los parámetros conductuales de la sociedad sólo cambian muy lentamente y al compás de las circunstancias. Y no es precisamente el hambre el mejor camino para fomentar la falta de apetito.
Si es punible toda incursión en el mercado no oficial, todo servicio recibido por un particular sin licencia o con ella pero con materiales que sólo por caminos aviesos llegaron a sus manos, todos o casi todos los cubanos somos condenables por receptación o delitos peores. Pero las cosas se complican.
El desmantelamiento del mercado paralelo y el recrudecimiento del racionamiento (Período Especial mediante y por causas que todos conocemos: inoperancia histórica del esquema económico implantado por el gobierno, desplome de las favorables relaciones con el ex campo socialista y embargo norteamericano, en ese orden de importancia) han abierto aún más el campo a este sector clandestino (a veces no tan clandestino) de la vida que podríamos llamar “la vida negra”. Al desaparecer de las vidrieras los huevos o los flotantes de baño, el pan y los caramelos, se suman, con cientos de otros rubros, a sus predios. Y se sigue cumpliendo que donde hay demanda, aparece la oferta. Los precios crecen en estampida, el dólar alcanza los 80 pesos , la prostitución ni se recata y se empieza a dar un contrasentido: en el país socialista y antiimperialista por excelencia, resulta imprescindible poseer la moneda de su más encarnizado enemigo no sólo para adquirir textiles y plásticos asiáticos, sino para alimentarse, para sobrevivir. Como si el brasileño cobrara en cruzados su salario y tuviera que adquirir sus artículos de primera necesidad en yenes o libras esterlinas. Dado que el peso cubano es moneda libremente inconvertible, las vías de obtención de los dólares son abrumadoramente tortuosas, por no decir ilegales. Pero entre el delito y la indigencia proteica, la mayoría apuesta por las necesidades primarias.
La inflación galopante —el salario de un ingeniero alcanza para 15 cajetillas de cigarros, o 2 pollos, o un par de zapatillas de tela, o poco más de medio jean, o 6 libras de carne de puerco— crea una imperiosa necesidad de dinero, no ya para incrementar el nivel de vida, sino para subsistir. Se podría prescindir de un Levi's pero no de un plato de comida. De ahí que cada cual lo obtenga empleando los medios a su alcance: reventa de productos asignados por el racionamiento, o el ingeniero que discute a brazo partido una plaza de mesero para agenciarse unos dólares de propina, o los torneos de zancadillas para obtener un viaje a las redes comerciales de cualquier país más allá de las costas.
Pero aún más: cunde la desviación de recursos que el Estado no cuida con demasiado rigor; quien puede prestar un servicio lo encarece hasta los límites pagables (siempre quedan más lejos de lo imaginable), la compra venta, el mercadeo y los intermediarios cunden, y la necesidad, a fuerza de imperiosa, va defenestrando a los ciudadanos hacia el vórtice de esa tromba de ilegalidad compartida. Si las incursiones son al inicio tímidas, se van haciendo más decididas en la medida que de ellas depende el yantar cotidiano, la necesidad impostergable, la supervivencia. Bueno, esa es la vida —dirá alguno (con razón)—, ¿y qué?
¿Y qué? Eso mismo me he preguntado desde hace mucho tiempo. Resulta que toda sociedad tienen sus códigos, sus valores, su moral, su legalidad y su ética. Si los valores, la ética social y la moral continúan rezando que el sacrificio y la conciencia, el trabajo abnegado por un ideal, la más estricta honradez en el ejercicio cotidiano, son el paradigma; pero, al propio tiempo, las necesidades más rasantes te obligan a transgredir todas las normas, a receptar lo que otro robó, a cenar con lo que alguien sustrajo (y ni preguntes, que eso es mala educación), el resultado es que las fronteras entre lo moral y lo inmoral, entre lo legal y lo ilegal, se van difuminando, hasta que las coordenadas éticas y conductuales de la sociedad se van convirtiendo en algo borroso, intangible (o inalcanzable) en los cursos de moral y cívica. A eso se añade la discriminación turística hacia los cubanos que la iniciativa empresarial de muchos funcionarios ha puesto en marcha con entusiasmo, desvalorizando nuestra moneda y nuestra nacionalidad, con su consiguiente secuela de sobrevaloración de lo extranjero, la actitud mendicante de los más indignos y la humillación de los otros, incapaces de explicar por qué los billetes que retribuyen su sudor y su talento se van convirtiendo en moneda de utilería, pura celulosa pintada.
Si sumamos todos esos ingredientes, no sólo obtenemos la devaluación del peso y del nivel de vida, sino también la devaluación de nuestra dignidad, de nuestra ética, de la moral ciudadana que han conformado siglos de sangre y sueños por instaurar las coordenadas de la cubanía, decenios de sacrificio por defender nuestro derecho a la historia, durante los cuales comenzamos deletreando el abecedario y concluimos por abrir las puertas anchas de la instrucción y la cultura. La lección de la cotidianía —más poderosa que todos los manuales— no puede ser que el trabajo honrado se constituya apenas en una definición social de la conducta y no en el único medio aceptable (en teoría y práctica) de subsistencia, con el orgullo de quien cena lo que sudó. Ni que el decoro sólo se adquiere mediante un pasaporte. Si la devaluación de la moneda puede estar sujeta a los sobresaltos de la bolsa de valores y recuperarse en meses o semanas o años; la devaluación de la dignidad —que se fragua con la abnegación de un parto— es la más difícil de recuperar; porque se paga con esa moneda tan delicada que son los hombres.
1993