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El mundanal ruido

Dos cumbres

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La cumbre

 

Acaba de concluir en Quebe La III Cumbre de las Américas, con la participación de 34 mandatarios latinoamericanos y la única exclusión de Fidel Castro. El tema central ha sido la creación del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), que permita la libre circulación, desde Alaska a la Patagonia, de mercancías y capitales, eliminando trabas burocráticas y barreras arancelarias —a diferencia de la Unión Europea, que va camino de construir el primer conglomerado de naciones integradas, además, institucional, humana y socialmente—. El ALCA sería el mayor mercado del mundo, integrando a 800 millones de personas, 11 billones de dólares de producto interior bruto (el 40% mundial) y el 20% del comercio del planeta, funcionando de acuerdo a “las reglas y disciplinas” de la Organización Mundial de Comercio. Un anticipo ya existe, el Tratado de Libre Comercio entre Canadá, Estados Unidos y México, que ha reportado a este último un mantenido crecimiento económico. Por otra parte, durante los últimos diez años el comercio de Estados Unidos con América Latina aumentó un 219%, en contraste con su comercio con Asia (118%), UE (89%) y Africa (62%).

 

Claro que del volumen económico que engloba el ALCA una parte sustancial corresponde al hemisferio norte, en especial a Estados Unidos. Para sus capitales significaría una apertura irrestricta del continente, necesitado de inversiones y tecnología, y la perspectiva de relocalizar industrias allí donde la mano de obra es más barata. Para Latinoamérica significaría una apertura del mercado norteamericano, donde sus productos pueden ser muy competitivos, la atracción de capitales, tecnología y la creación de empleo.

 

La ausencia de Cuba se debe a que la democracia será condición ineludible para la participación en la ALCA, tal como se expresa en La Declaración de la Ciudad de Québec: “el mantenimiento y fortalecimiento del Estado de derecho y el respeto estricto al sistema democrático” será imprescindible para pertenecer y recibir beneficios del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Cláusula que firmó incluso el mandatario venezolano Hugo Chávez, quien reiterara en la Cumbre su amistad con Fidel Castro, y aludiera a la “democracia participativa” que pone en práctica Venezuela como un modelo mejor que la democracia representativa convencional. No se trata sólo de un veto al gobierno cubano, sino de una medida preventiva ante posibles tentativas autocráticas, nada escasas en la historia de nuestro continente. Incluso la Organización de Estados Americanos (OEA) preparará una Carta Democrática Interamericana. La declaración de Québec afirma que se efectuarán “consultas en el caso de una ruptura del sistema democrático de un país que participa en el proceso de Cumbres”. Aún se desconoce quién o quiénes y cómo decidirán que un país viola las normas democráticas.

 

En la negociación se incluyó también el tema de la educación, aunque los detractores no tardaron en tildarlo de un mero adorno de la tarta, cuyo ingrediente fundamental es la apertura al neoliberalismo sin fronteras.

 

Aunque ya se sabe que la IV Cumbre tendrá lugar en Argentina en 2003, y se prevee el nacimiento de la ALCA para 2005; los mandatarios latinoamericanos acudieron a la cumbre con el escepticismo que dicta la experiencia: desde 1994, Clinton estuvo hablando del tratado, imposible de llevar a la práctica en la medida que el Congreso de EE. UU. no le concedió el fast track (privilegio para negociar acuerdos por la vía rápida), prerrogativa de la que tampoco disfruta Bush, aunque pretende solicitarla esta misma semana, y se siente optimista al respecto.

 

La otra cumbre

 

Acogiéndose a aquello de que es mejor prevenir que lamentar, las autoridades de Québec levantaron una imponente valla de 3,5 kilómetros de alambre y cemento alrededor del recinto de la Cumbre (“perímetro de seguridad” ó “nuevo muro de la vergüenza”, según quien lo califique), los comercios céntricos tapiaron sus vidrieras, y se aprestaron a resistir el sitio de 30.000 manifestantes antiglobalización, de lo que se ha dado en llamar “la generación Seattle”, llegados de las Américas y Europa. También fue convocada una movilización mediante Internet, para lo cual bastaba inscribirse con nombre y país, a favor de una visión alternativa. 15.000 se manifestaron pacíficamente en la “Marcha de los Pueblos” que recorrió las calles: zapatistas, representantes de los pueblos indígenas, ecologistas de todas partes, anarquistas norteamericanos y veteranos de Seattle y Praga. Estuvieron en Québec José Bové, sindicalista y agricultor francés, máximo enemigo de McDonalds, y Paul Balagny, de SalaMi (amigo sucio, en francés). 2.000 radicales consiguieron abrir una brecha de 4 metros en la valla, y el saldo final es de 34 policías y 100 manifestantes heridos, y otros 150 detenidos.

 

Con diferencias de matices, la principal reivindicación de los manifestantes es que la globalización se trata sólo de un instrumento económico manipulado por las transnacionales, que atenta contra los derechos laborales y el medio ambiente. Juicios que, en cierta medida, comparten algunos de los mandatarios asistentes. A pesar de que su percepción de Bush es positiva —“Aunque tenemos muchas diferencias políticas, Bush me ha parecido un hombre sincero”—, Hugo Chávez afirmó, por ejemplo, que “la justicia social no sólo no ha progresado en las Américas, sino que ha retrocedido”. Fernando Henrique Cardoso, presidente de Brasil, declaró abiertamente sus simpatías por los manifestantes contra “una globalización económica sin rostro humano”, y censuró a Estados Unidos por proponer el libre comercio y mantener barreras a los productos extranjeros, o por negarse a ratificar el tratado de Kioto. Según él, los beneficios que reporte el libre comercio deberán repartirse equitativamente, de modo que contribuyan a “reducir en vez de agravar las disparidades”. Una actitud que no compartieron sus socios de MERCOSUR, en especial Argentina, aquejada de una grave crisis. Se mencionaron también como contrarios a una integración los subsidios agrícolas en EE. UU., que suman más de la mitad de los ingresos de sus agricultores, o sus políticas antidumping.

 

Incluso Vicente Fox, cuyo país disfruta ya del Acuerdo, afirmó que “no puede haber genuina democracia en sociedades con tantas desigualdades y tanta pobreza como existen en muchas áreas de América Latina, incluido México”, y a su iniciativa se debe que la Declaración de Québec recoja la necesidad de incrementar el gasto social en detrimento de los gastos militares.

 

Ciertamente, el beneficiario inmediato del Acuerdo será el capital, que podrá desplazarse sin trabas, comerciar, importar y exportar sin aranceles ni tasas, y relocalizar fábricas en busca de una mayor rentabilidad. Y el capital jamás se ha mostrado muy sensible a los temas ecológicos o el bienestar de los trabajadores. Pero abrir las puertas a la inversión, no es una patente de corso. Cada país podrá velar por que se cumplan sus normativas mediambientales, por que la creación de riqueza tenga una componente social e incentive la creación de infraestructuras para el desarrollo, y por que el inversionista cumpla la legislación laboral vigente. ¿Ganará menos por el mismo trabajo el operario de Lima que su homólogo de Detroit? Seguramente. En caso contrario, la industria se instalaría en Detroit. Aún así, muchos obreros de Lima no tendrán que emigrar para ganarse dignamente el sustento. Pero la generación de riqueza, la rentabilidad y las propias exigencias de los sindicatos deben por lógica actuar en la única dirección viable: la reducción paulatina de las distancias. No obstante, sería un error confiar ciegamente en el automatismo del mercado. Será tarea de los gobiernos velar por que esta apertura redunde en beneficio de toda la sociedad, velar por que la corrupción, mal endémico en nuestras repúblicas, no permita los crímenes de lesa humanidad y de lesa ecología que contemplamos diariamente. Tarea de todos los países miembros que haya equidad en el proceso, y que bajo la apertura no se escondan proteccionismos disimulados y unilaterales.

 

Posiblemente quien más preocupado deba estar por esta apertura es el obrero de una fábrica de Chicago, o el agricultor del centro-oeste. No dudo de la buena voluntad de la mayoría de los manifestantes, pero coincido con Vicente Fox, quien sentenció en la Cumbre: “Es fácil protestar cuando se tiene un empleo, cuando se tiene comida en la mesa, como lo tienen esos manifestantes''.

 

“Dos cumbres”; en: Cubaencuentro, Madrid, 1 de mayo, 2001. http://www.cubaencuentro.com/meridiano/2001/05/01/2144.html.



Presos en directo

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La información de que ha estallado un motín en una cárcel latinoamericana, ya casi no es noticia. Con superpoblaciones que normalmente multiplican por tres, por cinco o por diez la capacidad instalada, con una dieta balanceada (en las mismas balanzas de los campos nazis), pésimas condiciones de higiene y asistencia médica, lo único que en ellas sobra es la violencia. Con esos ingredientes, y algunos más, no es raro que con una asiduidad que ya parece rutina los presos se amotinen, tomen rehenes, conminen a las autoridades y creen una crisis eventual que por lo visto sólo funciona como paliativo para una enfermedad ya crónica en nuestras sociedades.

 

Por eso no es raro que los delincuentes europeos juzgados y encarcelados al sur del Río Grande, no luchen por la conmutación de sus condenas, sino porque los trasladen a una cárcel en su país de origen, y convertirse en presos cinco estrellas del primer mundo.

 

En esta ocasión ocurrió en la prisión de Curumbé, situada en Cuiaba, ciudad del Mato Grosso brasileño. 368 prisioneros (la capacidad teórica es de 260) aprovecharon el jueves 12 a las tres de la tarde, cuando estaba a punto de concluir la hora de visita, y tomaron a 163 reheres, entre ellos unos 50 menores y varios agentes de prisiones. El cabecilla de la operación, José Carlos Nascimento, era miembro del grupo Primer Comando de la Capital, banda que controla el tráfico de droga en las cárceles, y que conmovió Brasil el pasado febrero con la revuelta simultánea en 29 prisiones de Sao Paulo.

 

Los prisioneros de Curumbé exigían la dimisión de Elpidio Onofre Claro, director del penal desde hace 20 días.

 

Quince de los rehenes fueron liberados entre viernes y sábano, día en que al parecer los prisioneros alcanzaron un principio de acuerdo y se disponían a deponer su actitud, liberar a los rehenes y permitir el acceso de las autoridades. Pero los cabecillas se negaron a suspender el motín hasta el domingo, y explicaron sus razones a las autoridades.

 

Ya comunicada la prórroga del motín, el mismo sábado se escucharon disparos en la prisión, y poco después cesaba la revuelta.

 

Cuando las autoridades ingresaron al penal, descubrieron los cadáveres de Nascimento y otros cinco cabecillas, aniquilados por los demás presos. La razón de este ajuste de cuentas fue que Nascimento pretendía postergar la solución del conflicto, no para obtener mayores ventajas, sino para ser entrevistado en vivo, el domingo por la tarde, en uno de los programas de más audiencia de la televisión brasileña. Consideraciones secundarias eran el daño que se causaba a los familiares, o el acuerdo alcanzado.

 

Se cumple aquel postulado filosófico: “Sales en la televisión, luego existes”. Y su contrario: si no sales en la tele, tu existencia es, cuando menos, dudosa. Una razón que ya no es sólo usufructo de políticos y celebridades. Cualquier hijo de vecino soporta horas de espera para ocupar asiento en un plató, confiando en que un pase descuidado de la cámara revele al mundo su presencia televisiva. Miles de aspirantes claman por encerrarse en una casa y mostrar a la audiencia sus intimidades y miserias. Porque la existencia del homo televisivo nos demuestra que ser médico es una profesión, pero ser famoso (e incluso famosillo) es una carrera. Una verdad que descubrió y puso en práctica precozmente Fidel Castro, gracias a que la sufrida Cuba que él liberó, contaba con la más extensa red televisiva de Hispanoamérica. Una verdad que usufructuaron Franco, Sadan, Kadafi, Chávez en Venezuela y el primer político online, el Subcomandante Marcos.

 

Claro que en el caso de la cárcel brasileña, los presos pusieron las reivindicaciones concretas y el bienestar de sus familiares, por delante del famoseo de sus líderes; dando un ejemplo notable de sentido común. Decididamente, la sabiduría no tiene cátedra fija ni se cobija en exclusiva bajo el techo de las llamadas (y a veces mal llamadas) instituciones culturales y docentes. Y aunque esto no se traduzca en una incitación a copiar sus métodos, algunos catedráticos deberían estudiar sin prejuicios la filosofía de los reos.

 

“Presos en directo”; en: Cubaencuentro, Madrid, 17 de abril, 2001. http://www.cubaencuentro.com/meridiano/2001/04/20/1967.html.



Guapería

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Este planeta empieza a parecerse a mi aula de cuarto grado. La mayoría de los niños no rebasábamos las 70 libras y éramos, por razones de peso, propensos al diálogo, la conciliación y los pactos. Nuestras confrontaciones no solían pasar del boconeo (tu madre, la tuya, la bolita del mundo de la tuya, la rebombiá de..., y así hasta las más alambicadas construcciones del insulto, que sólo he vuelto a encontrar en la literatura). Dos o tres pesos pesados, en cambio, no se rebajaban a contemporizar, y zanjaban las discusiones con el argumento terminal de un sopapo. Aunque se cuidaban de ejercer la guapería con sus iguales, e incluso concertaban pactos de no agresión, delimitando sus respectivas esferas de influencia. Algún minimosca ejercía también la guapería, pero aplicando la técnica del muerde y huye, o cobijándose bajo la sombra protectora de un guapo mayor con vocación de líder que había congregado su propia corte de alguaciles, tracatanes y recaderos.

 

En este planeta que emerge tras la caída de la URSS, sólo se dintingue un guapo en todo el barrio, y la administración Bush, en cuya nómina constan el vice-presidente Richard Cheney y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, expertos en la Guerra Fría y ex jefes ambos del Pentágono, parece empeñada en confirmarlo. Anuncia el desarrollo del sistema antimisiles, obviando los acuerdos de desarme. Con el propósito de advertir al personal, y sin que medie una explicación clara y plausible (quizás había que librarse de misiles caducados) bombardea a Irak, sabiendo que el malvado Hussein no puede ejercer otra respuesta que la gritería. Por último, en contra de sus promesas electorales y de la firma estampada en la reunión del G-8, abandona el Protocolo de Kioto sobre regulación en las emisiones de gases tóxicos —de los que Estados Unidos es líder mundial, con la cuarta parte de los venenos que amenazan convertir la atmósfera en algo irrespirable—. En todos los casos, el argumento es el mismo: Por mis timbales. Y no se refieren al instrumento musical.

 

Quizás lo más peligroso de esta política timbalera sea que Bush no siente obligación alguna en caso de pactos o acuerdos internacionales contraídos por la administración anterior, lo cual establece un nefasto precedente, incluso para los propios Estados Unidos. Por otra parte, los argumentos de que una limitación de las emisiones afectaría a la economía norteamericana —como afecta a la economía de cualquier otra nación—, dejan en precario el principio de que la justicia y los intereses globales de la humanidad están muy por encima de los intereses particulares de individuos, países y compañías. Principio sin el cual los organismos internacionales, empezando por la ONU, podrían ser disueltos mañana mismo.

 

Ahora al guapo del barrio le ha salido un competidor, inferior en su musculatura de misiles y bombas, pero docto en kung fu y con una paciencia de chino para imponerse poco a poco en el patio de la escuela. No en balde ya Bush lo definía como un “competidor estratégico”.

 

Desde que el avión espía norteamericano EP-3 colisionó con un caza chino matando al piloto, y se vio obligado a aterrizar en la isla de Hainan, las autoridades norteamericanas han exigido la devolución de avión y tripulantes intactos y sin que medie debate. Advierten que el avión no deberá ser inspeccionado (cosa que ya los chinos hicieron por aquello de que “el patio de mi casa es particular”) y Condoleezza Rice, asesora de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, afirma que una disculpa a China no sería adecuada. El presidente Bush expresa en una carta, que responde a “razones humanitarias”, sus condolencias a la esposa del piloto fallecido, pero, restándole importancia, atribuye a la situación anímica de la viuda la referencia de la mujer a la “cobardía” de la negativa norteamericana a pedir disculpas. Richard Cheney lamenta la prolongación de este asunto, que pone en peligro las relaciones a largo plazo con China —el mayor mercado del mundo—, y se mantienen “intensas negociaciones” para pedir disculpas a China sin pedirlas. Porque esa es la exigencia de los asiáticos: obligar al guapísimo del barrio a pedir disculpas ante la comunidad internacional. Disponen para ello de un avión, 24 tripulantes, y una paciencia de chinos.

 

Washington se refiere a los 24 tripulantes como “retenidos” y no como “rehenes”, asimilando la lección de Joyce sobre la flexibilidad del idioma. Varios congresistas alientan presiones económicas a China, cuya relación favorable con EE. UU. puede permitir su ingreso en la Organización Mundial de Comercio. Otros preferirían una disculpa sotto voce para seguir negociando en paz con los asiáticos. Y a pesar de la monolítica postura de China, seguramente habrá allí quienes apuesten por el comercio de la dignidad, en aras de la dignidad del comercio. Una batallita entre arrogancia y conveniencia que seguramente concluirá en gritería, boconeo y guapería de salón, porque ambos saben que los pequeños de la clase están mirando, y en el fondo de sus corazoncitos infantiles, se ríen como locos.

 

“Guapería”; en: Cubaencuentro, Madrid, 10 de abril, 2001 http://www.cubaencuentro.com/meridiano/2001/04/10/1877.html.



Civilización competitiva

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A fines de 1985 me mostraron en Kazán, capital de la Tartaria soviética, la estatua de un Lenin tan adolescente que aún tenía pelo. Situada frente a la universidad local, reproducía la imagen que tendría cuando cursó estudios allí. El guía se dedicó a explicarme con fervor que de las miles de estatuas repartidas por todo el país, aquella era la que lo representaba más joven, si se exceptúa una de Lenin niño erigida en Odesa. Sin poder reprimirme, le pregunté si no había ninguna de la madre de Lenin embarazada. No me respondió, pero deduje que si de él dependiera, ya me hubiera teletransportado con la mirada a algún campo (no campus) siberiano. Dos siglos atrás, idéntico castigo me habría infringido un pope de ironizar a propósito del icono local. Pero las religiones cambian.

 

Es norma universal, que cuanto más los necesitan, más invocan los pueblos a sus dioses. Y la necesidad del pueblo ruso es dolorosamente antigua. Una tradición que enlaza sin respiro al Padrecito Dios, al Padrecito Zar, al Padrecito Stalin... y a todos los padrecitos provinciales, municipales y locales. El resultado: un respeto-temor casi cromosomático a las jerarquías, una medrosa devoción al poder, como de perro apaleado, que noté incluso entre las personas más cultas. Eso explica muchas cosas.

 

Rusia, a medio camino entre Asia y Europa, ha padecido durante siglos un desgarramiento entre la tradición oligárquica del Oriente y la vocación occidentalizante de sus clases altas. Entre el feudalismo y la ilustración. Entre gobiernos despóticos para los cuales el mujik no se distinguía muy claramente de cualquier otro animal doméstico, y el refinamiento de sus cortes francófilas y germanófilas, que no distinguían muy claramente al mujik de cualquier otro... Mira qué casualidad.

 

Ramiro Villapadierna escribía hace un tiempo en ABC que: "La libre competencia capitalista es un esquema duro de convivencia, rebajado sin embargo en Occidente por siglos de civilización cristiana y desarrollo de principios cívicos. En la Europa Oriental, en cambio, esta ley de la selva económica se ha instalado sobre una sociedad castrada éticamente y desnortada (¿deshonrada?) moralmente y los resultados parecen salvajes".

 

No hay dudas: la ley del sálvense quién pueda capitalista ha instaurado en los países del este una especie de Far East donde sólo sobrevive el John Wayne que más rápido desenfunde su Colt 44. El crimen organizado es, de lejos, el sector de la economía rusa que mejor funciona. El 70% del comercio ruso paga protección a la mafia. En Eslovaquia y la República Checa la inseguridad ciudadana es tal que por cada policía hay 7 guardias privados. El esquema de inversión piramidal que antes esquilmó a 4 millones de rumanos, hurta 1.500 millones a los ahorradores albaneses, y ya sabemos en qué acabó la operación. ¿Causas? El desmoronamiento de unas normas de convivencia instauradas por decreto durante decenios; la no aparición de nuevas normas, dado que quienes ayer asaltaron el poder en nombre de la dictadura del proletariado se repartieron más tarde el botín en nombre de la democracia y la dictadura del libre mercado. Y un vacío de poder intermedio que llenaron de inmediato las únicas fuerzas políticas organizadas: las mafias. Todo eso es cierto.

 

Como resultado, los comunistas (ya más socialdemocratizados) asaltan la Duma a puro voto, se desempolvan los bustos de Lenin, Stalin resurrecto mira admonitorio desde las pancartas, se afilan las hoces y se lustran los martillos. Un alto oficial de la KGB (con cara de oficial de la KGB) gana por amplia mayoría, y una parte nada despreciable de los rusos añora mano dura. En Occidente algunos se sobresaltan, o cuando menos se extrañan de esta inconsecuencia política de los rusos. Quizás los mismos que descubrieron asombrados, años atrás, que el coloso tuviera los pies de barro y se desmoronara sin intervención de los mísiles.

 

Para un observador medianamente atento, tanto aquello como ésto son consecuencia lógica de dos milenios de autocracia.

 

Si usted captura una gallina silvestre y la inmoviliza contra el suelo colocándole la bota sobre el cuello durante media hora, al soltarla el ave buscará refugio lo más lejos posible de la bota. Si, en cambio, la mantiene durante días o semanas, suministrándole una ración suficiente de grano, cuando retire la bota, el animal revoloteará atontado, divagará sin saber muy bien qué hacer con su repentina libertad.

 

Porque la libertad requiere aprendizaje. No basta disponerla por decreto. El inexorable atraso económico, producto de atar con ligaduras políticas las leyes económicas, y recrudecido por la carrera armamentista, la gran guerra patria que los soviéticos no lograron ganar, demostrándose que los misiles pueden ser más letales cuando no se disparan; una geopolítica de talla extra que le quedaba holgada a ese megapaís subdesarrollado; los males endémicos de una sociedad que intentó domesticar el talento; la doble moral y la corrupción; así como la desestimulación al entronizarse la primera ley del socialismo: "Yo simulo que trabajo y el Estado simula que me paga"; todo ello hizo que una pequeña apertura se convirtiera en grieta y derrumbara el edificio completo.

 

¿Pero hacia dónde se derrumbó?

 

Hacia un remedo de democracia donde los demócratas de hoy son los autócratas de ayer. Hacia un capitalismo salvaje sin las más mínimas garantías sociales, y con un 30% de los sufridos mujiks bajo el límite de pobreza. Hacia un reparto del botín donde medran las mafias y los cuadros más astutos del Partido, reconvertidos de la nomenklatura a la revista Fortune. Hacia un país multinacional que sólo logró el consenso de la mordaza, y ahora, retiradas las mordazas, pretende acallar a tiros la gritería. Hacia una sociedad mimética que perdió sus viejas coordenadas y no encuentra las nuevas (seguramente no son esos Mickey Mouse que sustituyen en los lienzos de Arbat los paisajes nevados y las troikas).

 

El hombre necesita libertad, qué duda cabe, pero antes necesita pan. Y eso Occidente, que accedió primero al pan y luego a la libertad, debía saberlo. Si Estados Unidos, sólo Estados Unidos, invirtiera en Rusia la décima parte de lo que gastó en la carrera armamentista que terminó desangrando a la URSS —mecanismos de control mediante, o Marbella se repleta de jeques eslavos—, quizás otro gallo cantaría “Noches de Moscú”. Pero ya es costumbre: en Nicaragua, que les hubiera costado mucho menos, hicieron lo mismo.

 

Y si, por su parte, los rusos le hubieran llenado bien la panza de grano a la gallina antes de retirar la bota, la gallina ahíta se habría dedicado con calma a hacer la digestión democrática. Pero una gallina hambrienta que estrena libertad suele ser impredecible. Y eso a Occidente debía preocuparle: esta gallina tiene mísiles nucleares. Un vecino amigo pero caótico e impredecible, puede ser más peligroso que un enemigo coherente. Y sólo hay dos formas de paz estable y duradera: la paz de los sepulcros, y la paz de la riqueza. A la primera no regresarán. A la segunda sólo llegarán, sin ayuda, a muy largo plazo. Y como se sabe, los fabricantes de democracias nuevas suelen otorgar garantías cortas.

 

Pero yo me pregunto si "en Occidente siglos de civilización cristiana y desarrollo de principios cívicos" atenúan la ley de la selva. Si miramos a nuestro pasado, veremos en los albores del capitalismo la misma crueldad sin disfraces que hoy "disfrutan" los países recién avenidos al sistema. No fue con civilización cristiana que Occidente esquilmó a sus colonias, ni con principios cívicos se edificaron las factorías de Manchester. La llamada sociedad del bienestar no es un obsequio de la civilización, sino una conquista de los trabajadores a la que se avino el capital, a regañadientes, para evitar males mayores, sobre todo ese Este comunista que tan útil le fue durante decenios al movimiento obrero de Occidente. Eludir el fantasma de la subversión bien valía una disminución de la plusvalía, si a cambio se instauraba una sociedad estable donde el capital se moviera sin temores y el progreso no estuviera a merced del sobresalto. Aún cuando lamente las iniquidades que el llamado socialismo real perpetró contra sus propios pueblos, el pensionista de hoy deberá agradecer a aquellos bolcheviques desconocidos, causantes, en buena medida, de su pensión estable y su cartilla de la seguridad social.

 

Incluso hoy los principios cristianos no parecen imperar entre los niños explotados por Adidas, que nunca podrán comprar las zapatillas que fabrican; o entre quienes mantienen en Angola la guerra de diamante y petróleo a cambio de armas obsoletas; o los que exportan alimentos prohibidos y medicinas caducadas.

 

Pero el fantasma ya no existe. En los libros de historia y las enciclopedias, el comunismo se conjuga en pasado. Y el capital vuelve a la carga. El neoliberalismo se expande. Los gobiernos tienden alfombras al dinero que sobrevuela el planeta cada vez con menos limitaciones, en busca de oportunidades. Ser competitivo es más importante que ser cristianamente civilizado. Y el primer principio cívico es la ganancia. Se pone en entredicho aún la más tímida justicia distributiva y el propio Estado del bienestar resulta "insostenible" si queremos ser competitivos.

 

Lejos ya el peligro de la subversión, caen las máscaras. La precariedad del empleo empieza a llamarse "movilidad del mercado laboral". La vocación de servicio público se convierte en ineficacia. La privatización nos salvará de la decadencia y la moderación salarial nos abrirá las puertas del futuro. Suscríbase a un plan privado de pensiones si quiere garantizar una vejez tranquila. Recuerde que todos somos iguales ante Dios, pero algunos teólogos modernos sospechan que sólo accederán al Reino de los Cielos los más competitivos.

 

“Civilización competitiva”; en: Cubaencuentro, Madrid, 27 de febrero, 2001. http://www.cubaencuentro.com/meridiano/2001/03/05/1316.html.



Palabras deslizantes

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En muchas escaleras, aceras y zonas de acceso público, existen bandas de arenisca u otro material con alto índice de fricción: las bandas antideslizantes, cuyo propósito es evitar los resbalones y caídas. Aunque ya se sabe: cualquiera resbala y cae, en palabras de Mr. Vox Populi. Lamentablemente, el cuidado que se prodiga a nuestro esqueleto no tiene su equivalente en bandas antideslizantes intelectuales, cuando se trata de cuidar nuestra inteligencia. En el enorme flujo de información que recibimos cada día, escasean las "palabras antideslizantes", es decir, las que fijan una noción inequívoca de la realidad. Abundan en el idioma, pero con frecuencia son palabras "incómodas": impiden el dulce devaneo de la ambigüedad.

 

Salvo los autores de diccionarios, son pocos los grupos humanos interesados en un idioma 100% antideslizante. Aunque todos operan según el mismo procedimiento: las palabras buenas (crecimiento, mejora, calidad) se subrayan terminantemente; mientras las malas (descenso, desigualdad, empeoramiento, crisis) se envuelven en una nube de eufemismos. Y el procedimiento inverso, si nos referimos al adversario (léase enemigo).

 

De modo que el "ajuste de los precios" sustituye al puro y duro "aumento", mediante una operación de cirugía estética. La liposucción de contenido aparente convierte en "limpieza étnica" el genocidio (Goebels debe revolverse de envidia en su tumba), y se llama "operación de castigo" —con su connotación pedagógica, colegial, paterna— al bombardeo de zonas civiles por la aviación israelí en la frontera siria. Así, mientras sus partidarios le llaman "interrupción del embarazo", sus detractores emplean el lapidario y tradicional "aborto", de sonoridad casi delictiva. Se "aborta" una conspiración de los malos, y se "interrumpe" una operación militar de los buenos.

 

Con frecuencia reproducimos las manipulaciones del lenguaje, sin percatarnos de que, subrepticiamente y por reiteración, estamos alterando las apariencias de la realidad, su imagen. Por muy buena (o mala) voluntad que ponga el periodista, todavía resulta arduo hallar la palabra filosofal que transmute al nombrar la realidad misma.

 

Lógicamente, en una sociedad de derecho, los creadores del eufemismo, de la palabra deslizante, deben inducir reiterada y subrepticiamente su uso a los transmisores de la palabra: los periodista, que con alta (harta) frecuencia seguimos el juego por pura desidia. Pero también las esferas de poder imponen sus propias verdades por la vía de la palabra, que llegan a alcanzar apariencias de inamovilidad. Así, se habla de la "moderación salarial", pero no de la "moderación de la ganancia", porque por un raro enroque de las palabras, ahora los empresarios no tienen "ganancia" (líbrenos el Dios de la Caperucita Roja de la palabra “plusvalía”), sino "excedentes empresariales", colocándose la expresión estratégicamente cerca de "reinversión" y "creación de empleo", para que nadie sospeche que con ese "excedente" se comprarán un Porshe o un yate. De modo que los desempleados deberían saltar de alegría cada vez que una mulinacional remonta "excedentes" de 3.000 millones.

 

Pero el clímax de la resbalosidad lingüística se alcanza en las naciones donde el Estado es dueño de todo, y en especial de la palabra, que el ciudadano deberá consumir dócilmente. En Cuba, por ejemplo, las empresas debían reportar el "faltante" en sus inventarios: la palabra denominaba el por ciento de los bienes e insumos que los propios funcionarios habían robado (la palabra “robante” es demasiado brutal) durante el período en cuestión. Se llama "trabajo voluntario" a las labores agrícolas a las que acudían los estudiantes, so pena de ser expulsados del colegio. Para esto, alguien creó el exactísimo término “oblivuntario”. Al Servicio Militar Obligatorio se le rebautizó como Servicio Militar General (los hijos de los generales solían evadirlo), y a la crisis de los 90, que demolió el 60% de la economía cubana, "Período Especial en Tiempos de Paz", una frase que resulta casi placentera.

 

Pero ni los dueños de la palabra se libran de que las muy malditas resbalen en sentido opuesto. Las guaguas de La Habana solían colocar en el cristal trasero la exhortación “Sígueme”, una publicidad de la Unión de Jóvenes Comunistas que exhortaba a seguir a la Revolución a donde quiera que fuera, y una manada de transeúntes obedecía cuando la guagua se volaba limpiamente la parada. En la entrada del Combinado del Este, la mayor prisión de la Isla, colocaron una frase de Fidel Castro que resultó proverbial: “Todo lo que somos hoy, se lo debemos a la Revolución y al Socialismo”. Pero la mayor muestra de talento propagandístico fue la de un comité de base de la Unión de Jóvenes Comunistas, que decoró el muro del cementerio de Victoria de las Tunas con un rotundo: "Aquí no se rinde nadie". Y tenían razón.

 

“Palabras deslizantes”; en: Cubaencuentro, Madrid, 9 de febrero, 2001. http://www.cubaencuentro.com/lamirada/2001/02/09/1055/2.html.