Actualizado: 17/04/2024 23:20
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¿La penúltima noticia relevante?

Dilla, Mujal, Lamo y Prats opinan sobre la renuncia de Fidel Castro y el futuro de la Isla.

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Haroldo Dilla, investigador y escritor.

El primer dato positivo que surge del retiro de Fidel Castro es la actitud de los cubanos. A pesar de haber gobernado por medio siglo y de haberlo visto todos los días, casi cada minuto, los cubanos no han experimentado ese anonadamiento que sienten las sociedades cuando sus viejos líderes desaparecen.

No dudo que muchos lo han sentido por diversas razones, y que incluso hay un núcleo de fidelismo que constituye hoy la franja de apoyo activo del sistema. Pero esta abstención de la tristeza manifiesta es un dato de la madurez cultural y política de la sociedad y de las expectativas que se abren ante un futuro en el que Fidel había estado situado, cada vez de manera más evidente, en el lado contrarrevolucionario e inmovilista. Creo que esta es la penúltima vez en su vida en que Fidel Castro ha sido noticia relevante. La próxima, si no se demora demasiado, será su muerte.

Para los dirigentes, si exceptuamos la franja más conservadora de la clase política atrincherada en el PCC, es evidente que si quieren prolongar su propio proyecto de poder deben realizar cambios.

En la policroma clase política (el PCC encierra desde anarquistas hasta neoliberales), estos cambios pueden ser imaginados en refuerzo de lo que describen como socialismo, en contra de éste, o pragmáticamente, para que la economía funcione y produzca alimentos suficientes y baratos.

Para Raúl Castro y sus aliados probables (militares, tecnócratas, empresarios emergentes, los políticos fidelistas asimilables e inevitables, como el caso de Lage) los cambios serán económicos (autonomía empresarial, inversión extranjera, privatización de tierras y activos menores, dolarización definitiva de la economía, eliminación del consumo subsidiado) y sólo serán políticos en la medida en que sea imprescindible para favorecer estos cambios económicos y dar cierta autonomía de consumo y de acción a la clase tecnocrática/empresarial emergente. Todo lo cual, ciertamente dependerá de en qué medida Estados Unidos estará dispuesto a terminar con sus arrogantes y estúpidas políticas injerencistas.

Para algunos lectores ultrarradicales, de los que merodean en ambos extremos el tema cubano, todo esto parecerá intrascendente. Al menos, cuestiones de detalles. Y en esto último pueden tener razón. Sólo que, recordemos, en los detalles está el diablo…

Eusebio Mujal-León, profesor asociado de Georgetown University.

La renuncia de Fidel Castro, su decisión de no aceptar nuevos cargos en el gobierno, es un hecho trascendental. Termina así una etapa histórica dominada por su personalidad carismática y por una cosmovisión que consideraba la política como nada más que la guerra hecha por otros medios.

Tendremos más pistas sobre las implicaciones inmediatas de su renuncia cuando se anuncien, el domingo 24 de febrero, los nuevos cargos del gobierno. En su mayoría serán personas conocidas y desde La Habana procurarán darle a todo un aire de normalidad. Pero las apariencias no siempre representan la realidad.

Fue Giuseppe di Lampedusa en Il Gattopardo quien dijo que para que las cosas siguieran igual tendrían que cambiar. Ni Raúl Castro, ni el resto del equipo dirigente podrán (y algunos no querrán) gobernar con la misma autoridad y capacidad de Fidel, ni con su estilo de siempre exhortar al pueblo a nuevos sacrificios, mientras se le ofrecían escasos resultados económicos.

En su discurso del 26 de julio de 2006, el propio Raúl Castro reconoció que los temas económicos (eufemismo para la escasez de alimentos, vivienda y transporte, además del escaso poder adquisitivo del peso convertible y las desigualdades sociales por éste generado) eran el reto fundamental para la Revolución. Ya veremos si los amontonados y estructurales problemas económicos se podrán resolver, como ha anunciado la prensa oficial, luchando simplemente contra la corrupción o impulsando mayor eficacia y el perfeccionamiento empresarial.

No hay duda que la consolidación y estabilidad del nuevo régimen dependerá en gran parte de sus resultados económicos. Ahí se estará jugando Raúl Castro su legado, ya que a sus 76 años él también es una figura transitoria.

Después de casi medio siglo en el poder, la renuncia de Fidel abre las puertas de cara al futuro. Ojalá las reformas económicas cobren impulso y sean acompañadas de cambios políticos que le devuelvan al pueblo su voz y le permitan recuperar la normalidad y la convivencia cívica.

Emilio Lamo de Espinosa, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

No hay castrismo sin Castro, como no hubo franquismo sin Franco ni estalinismo sin Stalin. Son sistemas políticos carismáticos que viven del carisma del fundador y jamás llegan a institucionalizarse del todo. La muerte (por fallecimiento natural, usualmente) abre la expectativa de una rutinización del carisma y su institucionalización, pero esa expectativa es fantasmal, pues si tal cosa hubiera sido posible habría ya ocurrido.

El castrismo estaba agotado mucho antes de la retirada de Castro. Habrá que esperar a su fallecimiento, y el sistema vivirá de esa espera hasta entonces, lo que no hará sino profundizar la sensación creciente de provisionalidad y fin de época. Cuba inicia, sin lugar a dudas, una nueva etapa. El castrismo sin Castro es sólo el comienzo del fin del castrismo.

José Prats Sariol, escritor

Cautela escéptica, no pesimismo. Y por supuesto, compás de espera. Aguardar los hechos que conviertan esta señal, dictada por el almanaque y la enfermedad, en signo de cambio hacia una sociedad menos enajenada.

La vergüenza de medio siglo, sin embargo, no nos la quita nadie. Los historiadores y filósofos sociales hallarán entre las causas objetivas el aparente misterio: la tan cubana vocación por regímenes autoritarios, que viene desde los caciques y los capitanes generales, desde el interventor yanqui hasta nuestros mayorales, asnos con garras, batistas.

El desafío que parece iniciarse no es rescatar la Constitución del 40, la sociedad civil del 58 o la revolución pre marzo del 68, aunque sepamos de los trucos marrulleros en la cúpula continuistas de la dictadura o del revanchismo en sectores de la disidencia y el exilio. Los "rescates" o "restauraciones" huelen a naftalina en el 2008 de globalizaciones económicas, internautas y nuevos fanatismos religiosos que recuerdan la desintegración del imperio romano.

Aunque a lo bueno uno enseguida se acostumbra, no es menos cierto que la abrumadora mayoría de los cubanos del insilio ni idea tienen de lo que es bueno, sano. Darían pavor los resultados de una encuesta en el país que pregunte el significado de "Estado de derecho" o "libertad de expresión". Y sería ingenuo aspirar a que la mayoría no piense primero en los frijoles y la rumba que en elecciones libres...

Nos esperan varios años rugosos, donde para evitar colapsos y sobre todo acciones sangrientas, se impone la mesura. Transigir no es ni cobardía ni oportunismo, más bien se trata de realismo crítico: confiar en el diálogo y no en pasiones enconadas, justamente enconadas.

Sale Fidel Castro del bombo, gracias a Dios. Las otras bolas de la rifa no creo que ganen ninguna lotería. Mientras tanto, contribuyamos a acelerar desde la liberación de los presos políticos hasta la privatización de la agricultura o de la pequeña empresa, desde el derecho a disentir hasta que yo o cualquiera podamos regresar sin permiso, votar en las elecciones, no ponernos de pie cuando entre un Raúl Castro o cualquier otro cacique de nuestra opereta tropical.


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