Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Una Constitución de gabinete

¿Los cambios democráticos se proponen desde una Carta Magna o ésta debe ser el resultado de un proceso de democratización?

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Tanto el Proyecto Varela como la nueva Propuesta de Constitución, fueron elaborados desde el Movimiento Cristiano de Liberación. Son sus ideas, sus posiciones, y persiguen, más que cambios, una sustitución de poderes. Que alguna corriente política o algún grupo de ciudadanos asuma hablar "en nombre del pueblo" es —ni más ni menos— una práctica similar a la ejercida por el gobierno a lo largo de todos estos años: sólo se sustituye al orador en el púlpito.

No obstante, en el fantástico caso de ser llevada a vías de hecho, la Propuesta de Constitución representa un atavismo político, toda vez que sustenta el pernicioso vicio de someter el verdadero espíritu democrático a la "voluntad del pueblo" (o a "las mayorías"): una forma inversa de ejercer la tiranía, pero con idénticos resultados de aquella a la que se pretende combatir.

Es, por tanto, errática desde su concepción misma. Si bien en una verdadera democracia la voluntad del Estado no se puede colocar sobre la de la sociedad, tampoco en una sociedad postmoderna la voluntad de la mayoría puede someter al individuo.

La Constitución que no evitó dos golpes de Estado

Por otra parte, ha quedado históricamente demostrado que los cambios democráticos no se proponen desde una Constitución, sino que ésta debe ser resultado del proceso de democratización.

Que Cuba poseyera una de las constituciones más avanzadas de su tiempo desde 1940, no impidió que Batista pasara sobre ella y diera un golpe de Estado en 1952; tampoco imposibilitó que siete años después Castro le diera un golpe a Batista, y de paso a la Constitución, para coronarse a perpetuidad en el gobierno.

En la población de entonces no había suficiente espíritu cívico. Y, ahora, después de socavar y destruir sistemáticamente los cimientos de lo que fuera la República, sólo quedan algunos jirones de civilidad en ciertos reductos de la sociedad, que es preciso reunir y reedificar para poder transitar pacíficamente a la verdadera democracia.

Si ahora mismo el pueblo cubano tuviera la oportunidad de ejercer un real derecho al voto, muchos ciudadanos no sabrían qué hacer con él. Lamentablemente, la desinformación sistemática, los métodos de terror —muchas veces solapados— y la coacción, ejercidos por el poder sobre las personas a lo largo de décadas, han rendido sus frutos. De manera que la recuperación de los valores cívicos requiere de gradualidad y de un sostenido trabajo de rescate de la conciencia de libertad.

Para la mayoría de los cubanos está clara la necesidad de cambios democráticos al interior de la Isla. Para conocer esto y para descubrir los sueños, aspiraciones y padecimientos de la población, no ha sido preciso convocar a diálogo alguno: las frustraciones y la falta de libertades son la realidad cotidiana y palpable de todos. Tampoco el espíritu de reconciliación y la esperanza son el fruto de reunión alguna convocada desde y por ningún grupo de la oposición, sino que nacen de las legítimas aspiraciones de los ciudadanos, con independencia de sus credos políticos o religiosos.

Pero ahora no se trata de referendos, de votaciones o de enmiendas a la Constitución; para llegar a ese punto es preciso transitar antes por el camino de la formación de una cultura cívica, de hacer surgir un ciudadano capaz de ejercer libremente la opinión y practicar sus derechos.